El Cinematógrafo: Madres cruzadas

El Cinematógrafo: Madres cruzadas
El Cinematógrafo: Madres cruzadas

“Somos dioses. Dioses terribles al mando de las vidas de aquellos que creamos. Nos sentamos en algún sitio celestial a decidir si viven o mueren, según lo que les pase en el rollo uno, el dos o el tres”.

John Wilson, director de cine y estrella de Cazador blanco, corazón negro

Una madre reemplaza a su hijo muerto, o eso intenta, por el de su mejor amiga. Plan infame donde los haya, cinematográfico a más no poder. Por la historia parece un producto hermanado con el que hace unos tres años nos dio Pedro Almodóvar, pero aquellas madres andaban en paralelo. Estas en cambio están cruzadas, atravesada una en el camino de la otra. En la felicidad de la otra.

Instinto maternal comienza como una de esas películas de suspense de toda la vida, de las que nos guardamos para el sábado si entre semana no ha habido chance de refrescar con ella una noche. Avanza con energía y desconcierto intrigante, como la espléndida Greta, de Neil Jordan, que hace poco vi y me sumió en aguas similarmente turbias. Sin embargo, cuando termina, lo que nos deja Benoit Delhomme es el pesimismo desalentador de cualquier obra maestra de los 60. Como un Minnelli en la arena, un Aldrich despidiendo a Baby Jane, una Marilyn llorando en el desierto.

El Cinematógrafo: Madres cruzadas

No es un melodrama, no es un thriller al uso, no es nada fácil de clasificar. Ni siquiera como obra maestra, pero tampoco como el esperpento que siempre enuncia algún detractor. Con películas tan raras, sinuosas e inclasificables es fácil caer tanto en la tentación de ponderarlas hasta lo más alto como en la de hundirlas más bajo de lo que merecen. No obstante, creo que su justo lugar es el de la media irresoluta. Lo que tiene que provocarnos no es el éxtasis tras su mise en scène, sino la inquietud constante de saberla ahí, interrogativa, extraña, apelativa. Como El Cabo del Miedo, Marnie, El rapto de Bunny Lake, Repulsión, A sangre fría

Ya lo digo: ese es el lugar de Instinto maternal. Imagínenla sin corte continuo, sin ese nervio digital que recorre su montaje, y sería transferible a los 60, ni mejor ni peor que las otras citadas: una más, dentro de las tantas que recogían el espíritu contestatario y escéptico de aquellos años. Cuando fallaba la empatía emocional con los personajes, quedaba el trasfondo. Este film está tocado por la negrura, por la misma puñalada herrmanniana que marcó toda una década. Lo gracioso es que ignoro por completo si esto era pretendido o me lo estoy inventando, pero el cine mayormente desdibujado de hoy día me tiene entrenado para detectar fantasmas.

Una ley no escrita dice que cuando una película comienza demasiado alegre, con escenas de fiestas o de mami y papi haciendo feliz a su nené, todo va a acabar mal. Muy mal. Es bien probable que en los próximos minutos acontezca un fatal accidente o que nos descubramos de pronto metidos en una historia de terror. Instinto maternal se adscribe a esa ley sin rodeos: hay un fatal accidente y hay un descenso al terror. La idílica postal urbanística se pone gris.

En muchos sentidos es digna del momento histórico al que he hecho tanta referencia. La trama, de hecho, se sitúa en los inicios, en el despegue mismo, con Kennedy antes de convertirse en el presidente de cadáver bonito y Marilyn todavía viva, calentando la garganta para el Happy Birthday, Mr. President. De haberse filmado en ese entonces, quizás ella protagonizaría como Alice junto a Audrey Hepburn como Celine, o de lo contrario Janet Leigh y Elizabeth Taylor. Grandes actrices, en cualquier caso, es lo que más necesita un film como este. A la mayor gloria de las woman pictures.

Recuperar el sabor de dicho subgénero, que de “sub” tiene bastante poco (si nos paramos a pensar cuántas maravillas contiene desde que el cine es cine), no parece imposible aunque estemos en 2024. Y no lo digo tanto por Almodóvar y La habitación de al lado, que aún no he visto, sino por obras dispersas por ahí, como esta, o Lejos del cielo en su día y alguna otra de Todd Haynes más adelante, que de tan discretas que se pintan uno ignora lo explosivas que pueden resultar, la potencia a la que elevan a sus caracteres femeninos y la atemporalidad que guardan.

Aunque “menor” en voz de muchos, y me temo que destinada a permanecer en la semioscuridad del tiempo, en lo personal la hallo deslumbrante. Aunque no sea devoto del plano agitado, cosa que a Cassavetes, a Tony Scott y a Ben Affleck les ha salido mejor. Tiene la misma clase de fuerza desapercibida que otra woman picture tan atípica y reciente como El estrangulador de Boston, la del año pasado.

Una vez que te instalas en el mundo tenso, fulgurante y absorbente de estas madres te será contada una historia con la fluidez, la prudencia y el interés del mejor cine (¡hay hasta un par de transparencias muy clásicas!). El que te engancha sin que sepas explicar por qué, el que logra hacerte atractiva lo mismo la vida de una ama de casa que de una periodista en activo.

Tras el soleado fresco costumbrista del inicio, aguarda una historia terrible en la línea de los mejores clásicos de suspense.

Ritmo. Elegancia. Complejidad. Sencillez. Tiene tantas cosas que favorecen a las películas de cualquier época, aunque enumeradas se antojen contradictorias y su mezcla no siempre sea perfecta, que por lo menos consigue que me siente ante ella y no soltarme. Eso tan difícil de lograr con cualquier espectador. El instinto magistral (aunque Delhomme no sea necesariamente un maestro) de atrapar y entretener, lo de turbar viene por agrego. Un inicio con engaño de la perspectiva, de esos donde las cosas no son todo lo que parecen, y ya estamos ganados. El color, la concisión, la energía, la puesta en cámara, esos elementos tienen el mérito. Y Chastain, y Hathaway, además.

Ya que figuran ambas como productoras, no sé si a ello se deba el buen número de primeros planos que suman juntas o por separado. Pero, lejos de divismos, los celebro. Cada vez echo más en falta las películas que no temen captar de cerca sublimes y expresivas reacciones, si lo que las motiva tiene el suficiente poder para justificar nuestra proximidad al rostro de una estrella. Somos privilegiados por disfrutar, más que su belleza en encuadres cerrados, la cercanía de dos de las mejores actrices del momento. Sus miradas son lo mejor del espectáculo, los verdaderos efectos especiales.

Una de las principales causas de mi entusiasmo con Instinto maternal es que me gustan mucho los guiones bien planteados, que no necesariamente tienen que ser los de diálogos más chispeantes ni giros más imprevisibles o algo por el estilo. Me refiero, con este caso como ejemplo, a que en los primeros minutos tenemos las bases imperceptibles de lo que será el resto de la película y por ello el desarrollo proseguirá muy fiel a la narración: la intromisión de una vida en otra, el allanamiento de morada, la profesión de uno de los maridos, las pastillas que toma la abuela, el ambiente social… Tarde o temprano, cada una de estas informaciones cobrará capital importancia.

En un instante realmente conmovedor, el instinto maternal se funde en un abrazo de catarsis.

Como tengo fe ciega en que las cintas que defiendo acabarán revalorizadas en masa y se volverán objetos de culto (ni que fuera a pasar con la mitad de ellas), asimismo advierto algo: Instinto maternal no es complaciente. Jamás se producirá con ella un Vértigo, ni mucho menos, aunque se adscriba a la categoría de cine descorazonador y apunte a sitios artísticamente elevados durante su camino.

Hay seguimiento correcto de las reglas del suspense, la construcción del espectáculo es buena, se nota el gusto del director por la buena fotografía, etcétera… pero no está hecha para dejar sonriendo al espectador. No termina encajando en el estándar. Es la clase de pase televisivo que una madre de tarde en casa, como la mía, al verla empezar diría “Ay, mira cuál van a poner, qué buena está…” para enseguida añadir “Ay, pero recuerdo que no me gustó mucho, porque el final es muy triste”.

Negar el happy ending. Ese vicio de algunos cineastas. Cuánto nos cuesta asimilarlo, y entender que ciertas obras lo necesitan. Instinto maternal no, sea fiel o infiel a su base literaria y a la adaptación precedente (la belga Duelles, de 2018). Al menos no lo requería por la forma en que está construida, con el tono de suspense satisfactorio con el que Delhomme nos tenía en la palma de su mano. Ese es su fallo como dios al mando de sus criaturas, decidido a ser cruel en el último rollo.

“Pero yo me considero un dios benévolo. Creo que deben vivir, después de todo lo que han pasado. Porque el mundo no tiene que ser oscuro e infeliz. No todos estamos predestinados a morir por la radiación. Tal vez esté en un error, pero eso es lo que me convierte en un dios benévolo”.

Pete Verrill, guionista y co-estrella de Cazador blanco, corazón negro (al rebatir a John Wilson sobre el poder de los que hacen el cine)

Ficha técnica

Título original: Mothers’ Instinct; Año: 2024; País: Estados Unidos; Dirección y fotografía: Benoit Delhomme; Guion: Sarah Conradt; Música: Anne Nikitin; Montaje: Juliette Welfling; Reparto: Jessica Chastain, Anne Hathaway, Eamon O’Connell, Baylen D. Bielitz, Josh Charles, Anders Danielsen Lie, Caroline Lagerfelt; Duración: Una hora y 34 minutos

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