
Por mucho que algunos se atrevan a elaborar boniatillo, ninguno de los actuales productores de ese gustado manjar alcanza el sabor, frescura y acabado que le daba Fito Paradí.
Los neopoblanos que pasamos de la sexta década de vida conocimos y disfrutamos de su boniatillo.
Y lo despachaba en el mostrador refrigerado situado en su vivienda, situada en la Calzada de Tirry, entre San Juan de Dios y La Merced, en esta ciudad de Matanzas.

Él también vendía frutas frescas, como plátanos enano y manzano, además de naranja, entre otras opciones.
Bien, si el famoso dúo de Pototo y Filomeno, con el respaldo musical de la orquesta Melodías del 40, le dedicó una canción a ese manjar casero —obra muy escuchada a finales de los años 50—, a Paradí lo promocionaba la calidad incuestionable que le otorgaba a su endulzado alimento.

En una cubeta pulcra depositaba la límpida masa del boniato ya convertido en apetitosa crema, a la cual le agregaba leche, algo de miel y un punto exacto de azúcar.
Tal parecía nieve, salpicada aquí y allá por pasitas que aportaban un sabor extra. Cada cucharada que uno se llevaba a la boca provocaba un inmenso placer.
Muchos vecinos del barrio iban con sus vasijas a comprarle para ingerirlo como postre. La muchachada, en tanto, llevaba en un cartucho varias galletas de soda o de sal, y Fito no se molestaba al despacharle el requerido producto, que consumían por pares.
Por supuesto que debíamos estar atentos, pues por los bordes de las galletas, al ser mordidas, se derramaba parte del rico contenido.
¿El precio…? Una bagatela, pues recuerdo que mi mamá me enviaba a comprarle un peso. Con repetidas paletadas, Fito casi mediaba un jarro de los de cinco litros.
Por eso perdura en el recuerdo de los vecinos del barrio el gustado dulce que pacientemente elaboraba.
¿El mejor boniatillo? ¡ El de Fito Paradí! (Por: Fernando Valdés Fré)