
Penosamente, “Haz lo que yo digo y no lo que yo hago” es un dicho muy al día, porque forma parte de la condición humana. Y cuando pensamos que una vez un germano se erigió en representación de la raza aria… pese a no cumplir los estándares físicos que él mismo propugnaba, también nos viene a la mente una variante: “Sé como yo digo y no como yo soy”.
De entrada, tanto una frase como otra pueden cobrar un sentido positivo; dígase alguien veterano, que ha cometido muchos errores, y mediante el consejo trata de evitar que sus nietos, hijos o pupilos pasen por experiencias similares. Eso es digno de admirar y amerita aprecio, pero en este comentario abordo la otra cara de esa moneda: la del consejero que empieza por ayudarse a sí mismo antes de influir en los demás.
Un padre que bebe con cuidado en la fiesta, una maestra que llega puntual a clase y un amigo que está ahí cuando lo necesitas son, respectivamente, mucho más adecuados para advertir sobre la bebida, la puntualidad y la lealtad que sus opuestos. Y opuestos no les van a faltar nunca a estos tres simples casos que expongo, dado que el mundo se complementa de lo positivo a lo negativo y viceversa en sus dinámicas humanas.

Si tomamos a todas nuestras personas conocidas que gustan de ponerse como ejemplo de lo que sea, particularmente para lo bueno, y entre ellas contamos a las que de veras lo cumplen, descubriremos que el número desciende bruscamente. Es una especie de ley de vida que me estalla en el rostro de vez en cuando, siempre que interactúo con un colectivo donde aparentemente todos son perfectos y no dudan en cuestionar a otros grupos o, por el contrario, con un solo individuo que también peca de eso.
No obstante, mientras los “ejemplarizantes” se reducen en número, sucede que en ese conteo por descarte no va incluida la mayor parte de quienes emplean su tiempo en cosas tan útiles como ser fieles a sí mismos; es decir, fieles al modelo de comportamiento que buscan representar como parte de su sentido de responsabilidad social, familiar, laboral, etc. Aquellos que legitiman su moral y autentifican el mérito, en vez de darse loas a sí mismos vanamente, por lo general prefieren el esfuerzo antes que el reconocimiento inmerecido.
Y es que predicar con el ejemplo equivale a poner acciones en práctica y, por tanto, es una iniciativa que trasciende la mera prédica. Requiere participación activa, un continuo cuestionamiento y mirarse al espejo. Resulta tan útil y necesario, y es al mismo tiempo tan poco practicado.
Pienso ahora mismo en un conocido mío, sobresaturado o bien de autoestima o bien de pura vanagloria. Su descripción en redes sociales es una amalgama de todas las profesiones que dice tener en su currículum, casi con más carreras que un juego de pelota nutrido, por no hablar de las lecciones moralistas con que adereza su presentación en un exceso de empalago.

Bien; quienes hemos tenido la ocasión de conocerlo un poco más a fondo sabemos que la mitad de dichas ocupaciones no las ha ejercido en la vida, cosa que no admite ante prácticamente nadie, y que mucho menos él constituye el dechado de virtudes que enumera textualmente. Qué lástima emplear lo mejor de uno en la gente que no conoce y no en la que va dejando por el camino, defraudada por el amigo ideal que nunca llegó a ser.
Por lo tanto, aunque cueste, tienes que dejar el cigarro si pretendes que tu muchacho te escuche y abandone a su vez el vicio. Con esto intento ilustrar de un modo sencillo mis palabras. Lo mejor de todo es que te lo sugiero desde mi imperfección absoluta, porque tengo un par de hábitos que desaconsejo y ya me he sorprendido un par de veces en la vergonzosa posición del “sé como yo digo y no como yo soy”. Y no me gusta predicar.
¿Qué son los valores morales y cuáles son sus características? – Valores Team
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