Supongamos que en la ciudad donde trabajas ocurre uno de los acontecimientos más esperados en años. Supongamos que se trata de un tema que atañe no solo a la población, a la cual como medio de comunicación nos debemos, sino a muchas instituciones de la vida cultural de nuestra sociedad.
Imaginemos que a una, motivada por lo que entiende la misión fundamental de llevar la información de interés de manera oportuna, le llama la atención el asunto en cuestión, intenta encontrar respuestas actualizadas o datos significativos. Entonces sucede lo que por más recurrente no deja de sorprenderte, a lo que nunca te acostumbras y te topas ahí, frente a la oficina de algún jefe con un NO rotundo, esa pared altísima que pone freno a la mejor de las intenciones.
Es un muro con el que lidiamos hace demasiado tiempo y cuya altura parece en muchas ocasiones estática, incluso ante un contexto económico llamado a democratizar, más que nunca, la información, a actuar con transparencia, con apego y coherencia, al tantas veces mencionado carácter público de la información institucional definido en nuestra Constitución.
Frente a tales disyuntivas se vuelve cada vez más inaplazable la presencia de una Ley de comunicación que en casi cinco años no encuentra consenso en varios de sus postulados. Y en tanto, mientras esperamos su entrada en vigor, lo lamentable, lo verdaderamente preocupante resulta la persistencia de algunos directivos e instituciones de retener o dilatar datos de alta utilidad pública, haciendo gala, además, de franca indolencia hacia las personas que representa.
No es la pared extendida de una instancia a otra lo que impide que hagamos un mejor periodismo, pero lo dificulta. Tampoco la negativa de un dirigente público oculta las fallas de su gestión, sino que las hace evidentes, comenzando por la noción de la responsabilidad que ocupa.
Vivimos un período marcado por la crisis económica, por carencias que han dejado al descubierto nuestras brechas más profundas a todos los niveles. Es precisamente por ello que urge, aunque no siempre se comprenda, una comunicación eficiente, apegada a la realidad y despojada del triunfalismo que tantas veces nos lastra.
En su libro ¿Qué periodismo queremos?, el eminente periodista Julio García Luis trazaba, hace más de 10 años, lecciones que no deberían perderse de vista: “Todavía no interiorizamos este estilo en que la crítica debe ser el modo natural de trabajar, de fluir nuestro trabajo, la forma integral de ver los problemas con sus aspectos positivos y negativos”.
Sin embargo, aún se le teme a la crítica y abundan, detrás de muchos cargos, actitudes burocráticas y centralizadoras que únicamente contribuyen a colocar al pueblo mucho más lejos de sus líderes.
Por suerte, para quienes informamos conscientes de la función social del periodismo, para quienes confiamos en que es posible reportar mejor, siempre habrá un modo de franquear esos muros, de ser coherentes con la comunicación, definida por el presidente cubano como un asunto de seguridad nacional.