La maravilla de ser mujer

La maravilla de ser mujer

En la niñez me imaginaba a mamá con superpoderes, algo así como una mujer maravilla de historietas en versión de carne y hueso, de las que se multiplican y logran llevar mil tareas a la vez.

Aún me pregunto cómo ella siempre tenía tiempo para todo: para las jornadas de trabajo, extensas y extenuantes, en aquella TRD recién inaugurada en los 90 —los inventarios tenían hora de inicio pero nunca de fin—; para darle el toque final a la comida adelantada por la abuela; para ayudarme a aprender vocales y consonantes, y entender dividendos, divisores y cocientes mucho antes de que la maestra los explicara en el aula; para mantener la casa limpia y la ropa impecable, los mandados en la alacena y la lavadora —con constantes salideros que ella misma arreglaba— funcionando como reloj.

Sé que no tenía el gran salario, pero se las ingeniaba para complacerme y hacerme feliz, en un período tan “especial” como el que vivimos ahora, donde la comida escaseaba, y el jabón y el detergente y el calzado infantil… 

No podía comprarme las panteras rosas de peluche que duplicaban mi tamaño y por ese entonces adornaban las góndolas de su tienda, ni las pequeñas muñequitas de colección que venían en caja grande, siempre con objetos y muebles de una habitación diferente de la casa; pero me hacía unas cuquitas de cartón con diseños únicos, o me adornaba el lápiz escolar con una payasito que movía las manos y pies con hilos, otra de sus ¡obras de arte!

La entrega de mamá no ha mermado con los años, ni su capacidad de desdoblarse y llevar las tantísimas cargas sobre sus hombros: las labores hogareñas, su desenvolvimiento como profesional —donde varias veces llegó a ser Vanguardia Nacional—, horcón de familia, pañuelo siempre que alguien necesita secar lágrimas…

Por más ser fantástico de historietas que siempre imaginé, finalmente entendí que mamá no es extraterrestre, ni viene de otra dimensión, es solo una mujer. Una de esas tantas a las que las adversidades no les ganan y a quienes los sueños de los hijos impulsan, porque para ellos viven.

Una que no tiene límite en horarios para cumplir con sus obligaciones: que cocina de madrugada cuando llega la luz, para garantizar la alimentación del hogar y plancha uniformes antes del amanecer, para que su retoño vaya inmaculado a la escuela, aunque le pesen los ojos y el cansancio haga temblar sus piernas.

Es otra Eva que sale y remonta vuelo, de esas que asumen el rol que sea y no le temen ni a jeringuillas, bloques, cemento, cableados eléctricos, ni siquiera a proyectos de ingeniería, porque lo mismo se visten de enfermeras que de verde olivo, demostrando su valía en todos los frentes.

Otra que parece sencilla y frágil, pero cuya entereza va por dentro, bajo el barniz de la sombra y el labial, posee una coraza ante la vida que desafía huracanes de tiempos difíciles, terremotos de tropiezos y tornados de decepciones.

Mi madre no tiene superpoderes, no; y se equivoca, porque no es perfecta. Y a veces anda huraña, y se subvalora y minimiza. Pero aun así, imperfecta, es un ser de luz, y otra maravillosa mujer.

Recomendado para usted

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *