Elogio a una madre soltera

A las madres que lo han sido a la vez que padres, a las fuertes, amorosas, constantes, atentas e infatigables, a las que muchas veces solo se han tenido a sí mismas aparte de quien trajeron al mundo, va dirigido este elogio.

No por todo lo anterior tienen prohibido mostrarse cansadas de tarde en tarde, ni confusas, alteradas, abatidas o infelices. Muchas veces, ese es el precio de hacer feliz al hijo que duerme en la otra habitación sin escuchar sus sollozos.

Algunos les huyen como a un mal negocio o una pesada carga, prejuzgando su atractivo y atribuyéndoles la maldición de “la caza del hombre”. Otros, quizá una inmensa minoría, encontramos en ellas un retrato femenino más auténtico y sublime que en cualquier supuesto modelo de belleza y conquista.

Porque son audaces. Ser madre en soledad es una misión de audaces, donde no todas piden refuerzos, y esa cualidad es inmensamente atractiva. Tanto que abusamos del cliché comparativo entre féminas y flores, y apenas reparamos en que pocas como ellas merecen esa poesía improvisada, ese mimo, ese sitio en el calendario.

madre

Cuánto desvelo no esconderá el desayuno que día a día prepara una sola, y en cuántos brazos no quisiera desdoblarse con tal de llegar temprano al círculo, o al aula de preescolar, y a su trabajo después… A lo mejor lo ignora, pero su entrega no solo la curte, sino que la embellece.

Luego la vemos apresurada en la calle matinal,  y somos tan ingenuos de creer que a esa hora su marido prepara la mochila en casa, sin prisas porque aún no es hora. Ingenuos. Ella merecía estar sentada en esta guagua más que tú y que yo, para llegar temprano a trabajar por su salario igual de bien que lo hace por su amor.

Además de audacia, su condición exige fuerza: imaginen el esfuerzo que requiere dejar a buen recaudo a su criatura y, aún tensando ese lazo de cercanía que ningún hombre quebrará nunca, untarse en labios y párpados la pintura de guerra para salir a olvidar los problemas, a sentirse mujer con solo cruzar el umbral.

No provengo de una madre en soledad, y quizá por eso me fascinan. La distancia desde la que las he observado ha bastado para que me intriguen, y admirarlas, y sentirme honrado cada vez que me cuentan, como veteranas, la batalla de criar.

Y cuanto mayor ha sido el conflicto de asimilación, o la ausencia en la retaguardia, o las dificultades para llevar a cabo la toma del cariño, siento que no puede haber destinatario de más amor en el mundo que quien desciende de ellas.

No existe medalla al valor para ti, madre soltera. Ten, al menos, mi admiración.

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