Hay un viejo show humorístico, de los que el CD se pasaba de mano en mano, donde por primera vez escuché esa máxima de que los cubanos son el único pueblo que se ríe de sus propios problemas. Nos funciona como válvula de escape y en otras como látigo con cascabel en la punta, como escribiría Martí.
Entre las diferentes manifestaciones del humor recurrimos normalmente a una que ya se encuentra arraigada a nuestra idiosincrasia: el choteo. Esta se puede entender como la forma en que “jodemos” sobre un tema o una persona de buena manera, al usar más el ingenio que lo ofensivo. No obstante, la línea entre este y la burla descarnada, el látigo que pierde el cascabel y se aprovecha para provocar verdadero dolor, resulta muy fina y no nos percatamos cuando la cruzamos.
Por otra parte, siempre he pensado que las redes sociales constituyen un cristal de aumento de la realidad. En ellas todas nuestras conductas y actitudes se amplifican. Tal vez ocurra porque muchas veces ahí nos comportamos como lo que quisiéramos ser y no lo que somos, o las usamos como un truco para llamar la atención, para alimentar egos y necesidades de reconocimiento.
El choteo también lo hemos trasladado a este ecosistema que cuenta con un poquito de todo, desde bazares electrónicos, como grupos de compra y venta, hasta ágoras para discutir los problemas más nimios o aquellos que le conciernen a la nación y a nosotros como parte de ella. Lo encontramos en memes, cada día más populares, artículos, videos o sencillos comentarios en publicaciones.
Echar mano a él para referirnos a tal o más cual asunto resulta una manera ingeniosa y hasta refrescante de abordar una temática determinada o participar en algunas de las controversias ya habituales en el medio. Sin embargo, como argumenté un par de párrafos más arriba, la línea entre este y la burla resulta muy fina y entonces en las redes, como buen cristal de aumento que son, se vuelve imperceptible con mucha facilidad.
Cuando ello sucede estamos en presencia de otro fenómeno que me gusta nombrar, gracias la riqueza de la jerga cubana, “la chancleta”. Entiendo esta como el momento en que el humor pierde por completo la gracia y se transforma en puro genio; es decir, una descarga de odio y violencia simbólica que busca herir y ridiculizar al otro, sin importar lo humillante que sean los argumentos o en muchos casos las mentiras a utilizar.
Hay posiciones que resultan irreconciliables, sobre todo políticas; mas, no significa que debamos faltar el respeto o hacer leña del árbol caído. En la historia de Cuba quizá cuando más claro esto se notó fue en la Protesta de Baraguá, y hasta ahora no existe un libro o documento de la época que recoja que Maceo se mofó de Martínez Campo de alguna manera. El Titán de Bronce fue un digno rival.
Siempre he pensado que, cuando se recurre a la chancleta, al hostigamiento al adversario, muchas veces se hace como niños de primaria que no saben muchas veces siquiera de qué se burlan: sencillamente hilvanan una retahíla de insultos y se espera que alguno dé en el blanco. También muestra las facetas más bajas de las que es capaz el ser humano: la homofobia, el racismo, la xenofobia.
Además, me parece muy obvio que cuando no queda más remedio que atacar al mensajero es porque no poseemos los argumentos para desacreditar el mensaje. Ello cuenta mucho de uno mismo. No es un problema de callar o de colgar los guantes, sino de luchar con inteligencia. También dice mucho de uno si nos dejamos provocar por infantilidades o gente a quienes, sencillamente, les mueve el odio pueril.
El choteo no pararemos de emplearlo porque casi lo llevamos en la sangre y sirve como un mecanismo de defensa cuando la realidad viene desenfrenada y potente. No obstante, debemos cuidarnos de caer en la chancleta. Respetemos al otro, aunque lo que este diga sea “catibía”. Desarmemos al contrario con la razón, no al disminuirlo y flagelarlo. Disfrutemos el tintineo del cascabel, pero tengamos cuidado del chasqueo del cuero.