
Regla Bárbara Llorente Querol acaba de cumplir 60 años, dedicados casi en su totalidad al ejercicio del periodismo. “La Negra”, como le dicen amigos y familiares, se jubila y entrega la batuta luego de casi dos décadas frente al equipo de Radio Varadero, emisora que ha llegado a ser lo que es, en gran parte, gracias a la sabia dirección y el esfuerzo de Reglita.
Son estas razones más que suficientes para entrevistarla, aunque con escuchar su voz basta para querer conversar con ella durante horas.
―Está más que demostrado que, en la infancia, se define el futuro de un individuo: personalidad, gustos e itinerarios posteriores. ¿Qué sucesos, personas, sensaciones de tu infancia, te acompañan aún a los 60 años?
―El amor a la familia. Eso viene de mi mamá y mi papá. Yo fui una niña muy amada, por todas las razones posibles. Para mi mamá era “la niña”. Para mi papá, “la Negra”. Y para mis hermanos fui algo muy importante, sobre todo después de la muerte de Mima. Dani, mi hermano menor, cuando tenía que validar algo decía: “Oye, te lo juro por Regla”. Gracias a ellos tengo un sentido muy responsable del amor a la familia. Y, como la vida me obligó a terminar de criar a mi hermano menor, tengo un sentimiento muy especial por los jóvenes. Contrario a muchas personas, yo siento gran admiración por ellos. Porque, además, me recuerdo: atrevida, contestataria, ¡pero muy buena! Hace un tiempo, yo estaba haciendo un programa sobre los educadores, y me llama una profesora mía de la secundaria, Dulce Cruel…
―¡Qué nombre!
―¡Sí! (risas). Tremenda. Dulce me llama y dice: “Reglita, tú eras la candela”. Y yo: “Ay, profe, yo me recuerdo muy buena”. Entonces me suelta: “Regli, ¿tú te acuerdas de cuando te paraste delante de la cátedra y me dijiste: maestra, no se asuste, pero yo tengo que darle una mala noticia… su hija Lourdes se ahogó en la piscina?”. ¡Dice ella que yo le dije eso! ¡Mira las cosas que yo hacía! Era traviesa. Recuerdo que cogía una tiza y hacía como si estuviera fumando. Siempre he tenido la costumbre de cruzar las piernas, y entonces me creía toda una dama con aquella tiza, y jugaba a que tomaba café o me bebía un traguito. Hoy no tomo café, ni fumo, ni bebo…
―Pero sí cruzas las piernas.
―¡Y río mucho! Eso lo heredé de mi madre. El contoneo que dice la gente que yo tengo es de mi mamá. Y el carácter, cuando hay que ponerlo, es de mi papá. ¡Sí, señor! Los silencios son de mi papá, y para mí son más de cuidado los silencios que la algarabía.

―¿Por qué el periodismo?
―De niña jamás soñé con el periodismo. Yo siempre me vi, porque me lo decían a menudo, como “abogada defensora”, ja, ja. Y en el pre, cuando llegó el momento de escoger, pedí Derecho en primera opción. Pero después me entró un desconsuelo tremendo, y dije: “No, yo lo que quiero es ser periodista”, que era mi segunda opción. El secretario de la escuela, un mulato alto de ojos verdes llamado Arístides, me dijo: “No hay más boletas”. Había entrado un solo Periodismo, y hacía tres años que no llegaba a la provincia. Yo le dije: “Esa va a ser mía”. Y Arístides, aquel mulato jodedor, vio tanta convicción en mí que me dio una boleta y me dijo: “Procura cogerla”. Al final me llegó, él mismo me dio la noticia. Y de ahí hasta hoy, enamoradísima de mi profesión. ¡El periodismo me ha permitido tantas cosas! A mí me ha servido de mucho ser periodista y ser mujer: mujer periodista.
―Regla, tu vida es como un libro abierto. Y no porque vayas contándosela a todo el mundo; sino que, a quien le interesa conocerte, no le es difícil. Basta con observarte y leerte para identificar palabras que te definen. A continuación mencionaré algunas, y me dices qué te viene a la mente. Comencemos por Varadero.
―La paz. Yo vivo orgullosa del pueblo donde nací. Y no por los hoteles, esa belleza agregada que tiene un pedacito de tierra cubana como esta. Es que aquí, a diferencia de otros lugares, tú andas por las calles y, como conoces a todo el mundo, los saludas y te devuelven el gesto. En Varadero, contrario a lo que las personas piensan, existen los vecinos, los amigos, la familia. Somos muy apegados. Varadero es apego total a ese pedacito de tierra que el mundo entero busca por una playa que yo agradezco tener. Y no es chovinismo: sencillamente es una playa preciosa. Y el color azul es el mismo en todo el mundo, pero, ¡qué azul más diferente veo yo en el cielo de Varadero!

―La segunda palabra tiene que ver, precisamente, con el color azul: Radio Varadero.
―La FM azul de Cuba. Un lugar al que llegué casi que por compromiso. Me lo pidieron y, cuando en un principio me negué, mi papá me dijo: “Negra, ¿tú te vas del país?”. Y yo le respondí: “Pipo, ¿cómo me voy a ir?”. “Entonces asume”, sentenció él. Y llegué, en unas condiciones que no eran las más favorables. Me reuní con el equipo y les dije que no me permitieran abuso de poder, maltrato, arrogancia o prepotencia, porque yo a ellos no les iba a permitir nada de eso tampoco. Y empezamos a gestar, en colectivo, lo que poco a poco se convirtió en Radio Varadero, una emisora comunitaria que se acerca a los problemas de su audiencia. Y no fue fácil. ¿Tú crees que, por mucha experiencia que tenga alguien, va a sentir lo mismo que los de aquí? ¡Claro que no! Porque la gente ama donde nace, donde se desarrolla. Afortunadamente, nosotros nacimos y nos desarrollamos aquí.
―Y creo saber quién te enseñó a ser humilde y arraigada… Regla, háblame de tu padre.
―Mi papá… Un tipo guapo, fuera de liga. ¿Pipo? Tremendo tipo. Un hombre muy valiente, y muy discreto. A la gente callada tenle miedo. Los cercanos me dicen que él tenía “la medida”. Pipo enviudó con 53 años y era un hombre bien parecido, que se vestía bien, tenía sus pesitos, andaba en un carro del Estado, qué sé yo… ¡pero nunca perdió la medida! Tenía normas. Gracias a él aprendí, probablemente después de su muerte, a calmarme. Porque yo, que siempre he sido de armas tomar, un buen día descubrí que la calma es mi mejor aliada. Y la gente no está preparada para la calma.

―Tu hijo.
―¡Ese puñetero…! (risas). Ángel Daniel es la única persona que me exaspera a mí, porque yo soy organizada y él es muy regado. Pero, con todo y eso, mi hijo es mi paz, mi alegría, mi todo. Yo nunca he puesto nada por encima de la familia. Mi primera Revolución es mi familia. ¿Mi Patria?: mi familia. Porque si tú no eres buena hija, buena madre, buena hermana, tú no puedes ser buena revolucionaria ni buena patriota.
―Las muchachitas.
―“Las muchachitas” somos un grupo de mujeres que nos conocíamos desde hace años y que, un buen día, decidimos salir a pasear. Empezamos cuatro y ya somos más de 20. Como yo lo subo todo a las redes, eso se convirtió en un fenómeno. Vamos al mercado y nos saludan: “¿Qué dicen las muchachitas…?”. Tremendo. Tenemos un grupo de Whatsapp y todo. Las más jóvenes rondamos los 60, y las demás… unas “muchachitas”, ja, ja. Hemos encontrado un sitio donde nos ayudamos. Donde una tiene un problema familiar y todo el mundo se entera y llama y se preocupa y, si hace falta un medicamento, se consigue. Y nos reunimos en “el lugar”, y bailamos. ¡Disfrutamos de la vida! Hay una que merienda todas las noches. Ella saca su meriendita y le hacemos una foto y decimos: “mira, ya empezó”. Otra, especialista en tubo. Una persona mayor que hace así, ¡prá!, y coge el tubo y baja y baja y baja… ¡eso no se ve en ningún lugar! Yo soy la repartera, y me dicen: ¡arriba, que el tembleque es tuyo! Por eso tengo la rodilla como la tengo (risas). Todo el mundo nos apoya…
―Excepto tu hijo, que te cela mucho.
―¡Qué trágico él! Las muchachitas son mi familia. Incondicionales.

―Hace solo unos días, en otra entrevista, mencionabas que te gusta cronicar la vida. ¿Cómo es eso?
―Más que un gusto es una necesidad. A todo yo le tengo que escribir algo, usualmente con un toque de humor. Como siempre, hay detractores. Personas que dicen que escribir tanto en las redes es de gente insatisfecha, que quiere aparentar lo que no es. ¡Escucha eso! Yo, que en las redes he encontrado amigos que en momentos duros me dicen: “¿Negra, qué hace falta?”. ¡Negra, que es como me dicen los cercanos! Yo solo comparto lo que me ocurre y, en la medida en que lo hago, descubro que lo que viviste tú lo viven otros. Lo que pasa es que fuiste tú quien tuvo la osadía de escribirlo. Mira, hoy yo me siento incómoda, porque apenas he escrito.
―En la universidad, cuando te hablan de la antítesis, ponen de ejemplo la expresión “me voy pero me quedo”. Regla, yo pienso que te vas pero te quedas, y creo que tú también.
―Yo no me puedo desprender del periodismo. De hecho, hace poco me fui por primera vez de vacaciones como turista en mi país e hice más periodismo que lo que había hecho en el resto de mi vida. Algunos dicen que soy una influencer, pero yo no me lo creo. Soy una periodista que disfruta lo que hace, eso sí, y que nunca pierde la esperanza. Yo tengo que creer en las cosas, en lo bello, en la bondad. Me han dicho que tengo un defecto: confío mucho. Y es verdad. ¡Pero los amigos sí existen! ¿Qué hubiera sido de mí, de mi hijo, de mi padre, si no hubiéramos tenido amigos? A quien la vida lo ha golpeado tanto, tiene que buscar otros incentivos. Y mis incentivos son esos: uno, el periodismo; dos, ver las cosas buenas de la vida. Por eso me río tanto, creo que hoy más que nunca.
―Estás en tu prime, como dicen los jóvenes.
―¡Sí…! (risas). En todos los sentidos. Lo único que me falta es el “jevito”.
―¿Y eres feliz?
―Sí. Porque me siento querida y realizada. Algo tan sencillo como querer estudiar una carrera que hacía rato no venía a tu provincia y que te lleves la única plaza, pasen 38 años y sigas soñando con esa profesión, al punto de que todo tienes que escribirlo… ¡Yo soy una bendecida! La gente puede decir: “Coño, cómo ha sufrido”. ¡Sí! Pero fui feliz mientras tuve a mis padres y hermanos. Fui “la niña”, “la Negra” y la hermana adorada. Y, oye, ¡que el hijo que tú tengas sea el niño que soñaste cuando ni pensabas tener hijos! Hay quien no ha logrado nada de eso, y estoy muy feliz de que me haya pasado a mí. ¡Yo soy una bendecida! ¡Sí, señor!