La “botella” que se resiste

La transportación pública, desde hace unos años ya, se ha convertido en un verdadero dolor de cabeza para los matanceros.

Indolentes y oportunistas son dos palabras bien fuertes, pero no encuentro otros calificativos más precisos para nombrar a aquellos choferes que tienen asignados vehículos estatales y no acostumbran a recoger personas en las paradas, una situación denunciada en varias ocasiones por el periódico Girón y aún no resuelta. 

Son bastantes los que pasan de largo, con la vista fija en la carretera, sin reparar en la multitud que aguarda por trasladarse de un punto a otro de la ciudad para trabajar, acudir a un turno médico o realizar cualquier otra gestión inmediata. 

Incluso, muchas veces obvian las señas desesperadas de quienes deben llegar puntuales a algún sitio, y con total indiferencia continúan la marcha. Por lo general, sucede en los puntos de concentración de personas en que no existen inspectores de transporte para viabilizar la movilidad dentro de la urbe. 

Pero también están los habilidosos que intentan burlar a la autoridad en este sentido y se las ingenian para decir que van hasta la otra esquina, que necesitan recoger personal de la empresa por el camino o cualquier otro tipo de excusa que los libere de trasladar a un desconocido. 

Parecen no tener la empatía que supone mostrar sensibilidad ante los problemas de los demás y obvian, en todo caso, que su vehículo no es propiedad privada y sí estatal, por lo que debe estar al servicio del pueblo cuando sea necesario. 

botella
Los carros estatales están obligados a apoyar en la transportación de pasajeros, según resolución del Ministerio de Transporte.

La difícil situación económica que vive el país, debido a la escasez de recursos tan vitales para el funcionamiento de cualquier sociedad como lo son los combustibles, lo cual afecta directamente a la transportación de pasajeros, debiera ser suficiente motivo para detenerse y dar un aventón. 

A ello se suma la inoperatividad del transporte urbano, los excesivos precios de la transportación particular que hacen mella en el bolsillo de los que nos trasladamos a diario y, últimamente, se añaden las altas temperaturas que menguan la posibilidad de recorrer a pie algunas distancias que en otra época del año nos resultaban menos extenuantes. 

“Dar botella”, por muy solidario que parezca el término, no es un acto exclusivo de los buenos samaritanos, sino que desde hace muchos años se ha convertido en una obligación para quienes permanecen detrás del volante. 

La resolución 435/2002 del Ministerio de Transporte, con total vigencia, establece que en las ciudades es obligatorio recoger pasajeros por los autos y vehículos ligeros estatales, los ómnibus escolares y del transporte obrero, en los retornos u otras ocasiones en que circulen vacíos. 

Y si está regulado lo que hay que hacer, ¿por qué tantos choferes incurren en la violación de no parar en los puntos de recogida? ¿Por qué otros desobedecen la señal de los inspectores e, incluso, mienten sobre su destino? ¿Qué impedimento hay para no hacer cumplir lo legislado?

La indolencia y el oportunismo son dos males que se van colando en nuestra sociedad y que cuesta arrancar de raíz, y una de sus tantas manifestaciones toma cuerpo en este fenómeno. Cortarlo, como la mala hierba, ha de ser prioridad en tiempos en que una “botella” puede hacer la diferencia. 

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Sobre el autor: Jessica Acevedo Alfonso

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