Crónicas citadinas: El pícaro Guachi

El personaje que responde al sobrenombre de Guachi lo conocí accidentalmente allá por los años 80-90. Contaría él alrededor de 60 y tantos años de edad, pero se conservaba bien físicamente.

Siempre bien vestido, con prendas preferiblemente claras. Era de baja estatura, de tez blanca, nariz aguileña, sonrisa pícara y ojos azules, siempre atentos a lo que se movía a su alrededor.

El Parque de la Libertad constituía su lugar de estancia matinal o vespertina, en todo momento contaba con la presencia de varios amigos, que disfrutaban oírle contar sus peripecias para ganarse el peso de cada día.

¡Y de qué manera! Sí, porque el Guachi cuando no estaba en el Parque era porque estaba en Varadero “haciendo de las suyas”, en procura de dinero fácil que después le permitiera sentarse a comer opíparamente en cualquier restorán de nuestra ciudad: el Velasco, el Louvre, La Cueva de Bellamar o Monserrate. Nunca repetía el mismo lugar durante días consecutivos, para no llamar la atención de “curiosos” que pudieran deducir de dónde el Guachi sacaba tanto dinero para almorzar o cenar aquí o allá.

Él hacía sus cuentos a amistades íntimas, y si al coro se acercaba algún no enterado de sus andanzas, el Guachi hablaba en tercera persona, o sea, narraba sus argucias como si fuese otro el protagonista. Los demás asistentes a sus relatos comprendían su desconfianza.

Como yo asistía o pasaba por el parque con cierta frecuencia, donde me reunía con Pedro Ezequiel Rodríguez (Pacheco) para hablar de su movimiento filinístico, pude conocer algo de las argucias de Guachi, que Pacheco me contó.

Desde el banco aledaño donde se encontraba el susodicho Guachi, podía escuchar algunas exclamaciones, hasta de admiración, por algunos de los que lo escuchaban, entre otros comentarios: “Eres un salvaje”; “Te la comiste”; “No hay quien te haga un cuento”; “Eres el mejor”; “Cuídate, mi hermano”; “Tanto va el cántaro a la fuente”; y así por el estilo.

Es innegable que Guachi tenía ingenio, para obtener dinero de incautos, aunque no se puede decir que sea incauto quien por humanismo le da dinero a quien le tiende la mano solicitando “una ayuda para este cieguecito”. Sí, estimados lectores y lectoras, Guachi cuando iba a Varadero a hacer de las suyas, después que bajaba el ómnibus, se ponía un  par de espejuelos oscuros y desplegaba un bastón que portaba dentro de una jaba de nailon. Y se hacía pasar por ciego, y su fuente de abastecimiento eran los turistas.

Todo eso me contó, con lujo de detalles, el estimado y ya fallecido Pedro Ezequiel Rodríguez.

Pero como alertara uno de los “amigotes” de Guachi, tanto fue el cántaro a la fuente, que tuvo que abandonar esa práctica y, por supuesto, no pudo pisar más Varadero.

Tiempo después de verse en “bancarrota”, aún narraba sus fechorías a los habituales de siempre, en cada ocasión poniéndole un poquito más de emoción para mantener la atención de su grupo.

Claro está, sus visitas a los antes mencionados restoranes se fueron haciendo esporádicas, hasta que se le agotó el último centavo que había obtenido en sus fechorías evidentes. Sí, las de un invidente, muy vidente. (Por: Fernando Valdés Fré)

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