Transportación ¿solidaria?

La transportación pública, desde hace unos años ya, se ha convertido en un verdadero dolor de cabeza para los matanceros.

Un total de 26 018 personas son trasladadas mediante la transportación solidaria en Matanzas, desde que se tomó la medida el 27 de febrero último. Obviando la cifra y lo relativo del término, hoy quiero compartir con ustedes una historia. 

No salgo mucho a la calle, con estos calores y el trabajo, no suelo hacerlo. Pero hoy me encontraba en una parada —sí, de esas bien cubanas, dónde la gente se mezcla, somos un todo, una masa esperando para ir de un lugar a otro, un fragmento auténtico de lo real maravilloso—. Concretamente, en la del preuniversitario José Luis Dubrocq. 

Como de costumbre en nuestra parada carpenteriana, no había mucho transporte (el bloqueo, la crisis post covid-19 y demás elementos…). Pero a cada tanto alguien partía hacia su destino, gracias a un inspector popular. 

Un anciano, con su nasobuco en la barbilla, una gorra y chaleco azul, papel en mano, detenía a los carros y guaguas para que poco a poco el molote fuera menos molote y más un bulto. Se movía ágil entre la gente, “mijo, párate en la acera”, “dos para el René Fraga”. A cada tanto, mientras secaba el sudor que le corría a chorros, anotaba números en su papel. 

En medio de esa rutina, pasa a gran velocidad un auto blanco y el inspector se pone nuevamente en acción. Sale con el gesto y la autoridad de su uniforme sudado. El auto, sin detenerse, señala “voy lleno” y sigue su camino, aparentemente con prisa. 

“Si hubiera una patrulla y le pusieran multas esto no pasara. Enseguida pararían”, masculla mientras anota la placa en su papel, apoyado en una tabla. Algunos a su alrededor asienten probatoriamente, pero él no se detiene mucho tiempo, debe continuar pescando el transporte. 

Quizá fueran unos cinco o 10 minutos, pero el auto blanco regresa. Y esta vez sí se detiene. El inspector se le acerca con cara de triunfo, quizás pensaba que podía embarcar a unos cuantos más hacia su destino.

Del vehículo salen voces alteradas que se oyen por encima del tráfico. “¿Tú no viste que yo estaba lleno?”, grita el conductor; un hombre joven, camisa limpia y sin una gota de sudor en la frente. 

El inspector, tomado por sorpresa, le responde “no, no te vi”. El conductor contesta con tono molesto, más gritos y luego se va, sin recoger a nadie.

El inspector se vira hacia el bulto, “Yo pensé que estaba bromeando pero no, debió bajar la velocidad si de verdad iba lleno, para que yo pudiera verlo. Ahora se va a quedar anotado, por falta de respeto”. La gente asiente, y como es una parada cubana, también opinan. 

Una mujer contesta: “Bueno, tan apurado no iba si gastó la gasolina en virar”. “Es que se creen por encima de la ley”, dice otra persona. “Sin embargo, son los que más deberían cumplirla”, señala un estudiante.

Y es que este carro blanco y limpio, lleno o no (pues yo tampoco pude verlo, así que nunca sabremos), con su conductor también impecable, tenía un detalle quizá más importante que la chapa que anotó nuestro inspector “con asterisco por falta de respeto”: el logo de la institución a la que pertenecía.

Ante situaciones como estas, lo importante no es quién tiene la razón, si el auto-schrödinger o un anciano inspector haciendo su trabajo. Lo cuestionable es cuán útil puede resultar una medida como la del transporte “solidario” cuando depende de la buena voluntad de quienes deben cumplirla.

(Por: Claudia Ortega Valido)

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1 Comment

  1. Otra estampa de lo real maravilloso. El pasado viernes 23 me encontraba cerca del Hotel Blau Varadero, en la parada de la autopista, y me dirigía hacia otro Hotel, con la idea de participar en un evento técnico. Por problemas X, no tenía asegurado transportación, y tuve que apelar, brazo extendido y pulgar al cielo mediante, por la solidaridad ajena. Después de un rato, en el que hicieron caso omiso de mi situación incluso medios de transporte «asignados» de otras instalaciones, ómnibus de transmetro y otros (no incluyo los de transtur, transgaviotay los vehículos de renta, aparte de los privados que, con licencia o no, se dedican a la transportación de turistas), para, a mi frente, un joven en un Chevrolet 55, el cual, al explicarle, yo extrañado, de que estaba en funciones de trabajo y ni contaba con los doscientos o más pesos que solicitaría por el «viaje», me dijo: – primo, no se preocupe, todos estamos en el mismo barco, en la misma situación. Si solo nos atropeyamos unos a otros, y no nos ayudamos, ninguno sobrevive. Quizás usted pueda hacer mañana una buena acción por otro, quizás otro día alguien la haga por mí, monte y vámonos. Así, pude llegar a mi destino.
    En el evento, hubo diplomas, fotos, me entrevistó la televisión, varias personas me aseguran que salió el domingo en la Revista Buenos Días. Cuando alguien me lo recuerda, le digo, a pesar de ser un enigma (para ellos) la respuesta: Gracias a «El primo».

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