Tocar la raíz de una Isla

Día 1:

¡Comienza el viaje!

No podemos dejar de mencionar a Dayron, que ha sido la mejor compañía hasta el momento, ayudándonos y sacándonos siempre una sonrisa.

El trayecto de hoy fue un poco largo: 70 km desde Santa Marta hasta Colón. Nuevamente nos encontramos con un amigo que nos ayudó en aquella semana difícil. Pues sí: Eslier nos salvó la vida con una merienda cuando pasamos por Máximo Gómez, y así pudimos continuar.

Eddy y su familia nos acogieron en su casa, donde pudimos disfrutar de una excelente comida (destacando la pasta de bocadito).

Dormimos bien. Yogur hizo nuevos amigos. Está un poco malcriado, pero bueno, ya cuando sea un adulto tendrá que trabajar, jajaja.

¡Quédate pendiente! ¡Mañana habrá acampada!

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–Yo siempre tuve el sueño de darle la vuelta a Cuba –asegura Miguel, sonriendo–. Conocer todos y cada uno de sus rincones. Recorrer el campo, sentirme en conexión con la naturaleza. Buscar esa paz que supuestamente te da todo eso. Entonces conozco a Yasnay, mi pareja, y ahí nace nuestro proyecto.

–Yo soy de La Habana –interviene Yasnay–. Miguel, que es de Santa Marta, se trasladó hacia allá y comenzamos a trabajar juntos en varios centros de aislamiento, con tal de reunir el dinero que necesitábamos para comprar la bicicleta que nos faltaba, porque teníamos una sola. Hasta que se nos dio, y enseguida lo preparamos todo para comenzar el viaje. Los dos teníamos aquel viejo anhelo de conocer el país de extremo a extremo, y decidimos llevarlo por fin a la realidad el 31 de enero de 2022.

–Surge así el proyecto «Tocar la Raíz» –continúa Yasnay–, algo que en un principio parecía cosa de locos, imagínate, dos bicicleteros dándole la vuelta a Cuba, pero se nos ocurrió que de aquel viaje podían surgir muchas cosas, y tuvimos entonces la idea de llevar en Instagram un diario de nuestra ruta, con tal de que todo el que quisiera pudiera recorrerla en algún momento. El nombre se nos ocurrió un par de días antes de salir, escuchando una canción, y tiene que ver precisamente con esa idea que nos perseguía desde un principio: tocar la raíz de una Isla.

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Día 7:

¡Ya se cumple nuestra primera semana de esta aventura en bicicleta por Cuba!

El día ha estado espectacular, aunque quizás un poco más movidito para Miguel, que cumplió su sueño de manejar un tractor.

Yasnay estuvo un poco menos activa debido a su período menstrual, pero en la mañana no pudo resistirse a acompañarnos en la caminata que hicimos por los montes de Ludgardita, desentrañando la historia de lo que en un pasado fue un ingenio azucarero.

En otras noticias, nos llenamos un poco la barriga a base de plátanos maduros, dentro de uno de los platanales más inmensos que hemos visto.

Un amigo nos fabricó un soporte para la parrilla de una de las bicis. Ahora podemos llevar nuestro equipaje más fácil.

Aprendimos un poco sobre el proceso de obtención de la miel de abejas (aunque quizás pronto volvamos a los panales para documentar un poco más).

Yogur estuvo casi todo el tiempo en casa de la prima. Un poco travieso, como de costumbre. Nos pareció prudente protegerlo de las gigantescas garrapatas de monte, que incluso son molestas para nosotros (porque sí, hemos cogido garrapatas).

¡Déjanos un Like si nuestras aventuras te han sacado al menos una sonrisa durante toda esta semana!

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–Viajar por Cuba en bicicleta es toda una experiencia –afirma Yasnay–. Yo recuerdo que cuando salimos de aquí andábamos con muchos bultos arriba, y por el camino nos fuimos dando cuenta de que no los necesitábamos…

–Yo desde el principio andaba con tres pullovers y dos «shores» –la interrumpe Miguel–. Tú eras la que necesitaba una pila de cosas… (risas)

–Recuerdo que llevé hasta abrigos, pensando que en el monte habría un microclima –reconoce Yasnay, sonriendo–. Pero bueno, poco a poco nos fuimos deshaciendo de todo eso. Pedaleábamos prácticamente todos los días, más o menos hasta las tres de la tarde. Entonces buscábamos algún sitio donde descansar y pasar la noche. Conocimos muchas personas. Y vimos unos paisajes… que para qué decirte. Sin palabras.

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Día 30:

¡Un mes desde que comenzó nuestra aventura!

La mañana estuvo bastante tranquila aquí en Sancti Spíritus, pero después del almuerzo la cosa se puso buena. Al llamado de Yoa y Claudia nos fuimos para la clínica veterinaria con algo bien claro en mente: esterilizar a Yogur.

Son múltiples los casos que estas muchachas atienden allí, y por lo visto nunca se sabe lo que entrará por esa puerta. En el poco tiempo que estuvimos observamos un poco de todo.

Nos sensibilizamos con el caso de Niña, una gata (más bien gatona, de 4 kilos y 10 años) a la que le sacaron una espina de pescado que tenía atorada en la boca (un gran alivio para el animalito y para su dueña).

Al fin llegó el momento. Anestesiaron a Yogur y entró al salón. Miguel se quedó presenciando el acto, mientras que Yasnay permaneció afuera, nerviosa e impaciente. Pero al final resulta que la pobre asomó la cabeza en el preciso instante en el que se consumaba aquello que no quería ver (qué inoportuna la muchacha).

Dejamos a Yogur durmiendo y nos fuimos con Claudia a buscar nuestros bultos en casa del Tío Guma.

La despedida fue corta. Tío Guma dice ser un tipo rudo, pero se le aguaron los ojos en los minutos finales.

La mudanza la hicimos bajo la lluvia fría y la adrenalina del tráfico en la ciudad.

El tramo final lo realizamos en bici, desde Sancti Spíritus hasta el refugio en Las Yayas. Ya después llegó Yoa en el triciclo, con nuestro cargamento.

En la noche charlamos durante varios minutos. Tocamos temas espirituales, así que ya saben, se respira una buena energía por acá.

Estaremos algunos días acompañando a estas maravillosas muchachas y sus 66 perros, en este refugio donde se desborda el amor por los peludos.

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– ¡Ay, Yogurcín…! –Miguel sonríe, y se lleva las manos a la cabeza–. El perrito Yogur fue nuestro protector durante todo el viaje, a pesar de que no estaba inicialmente en la idea del proyecto…

–El hecho de que íbamos a ser nosotros dos solos –comienza a relatar Yasnay–, pidiendo permiso en las casas de la gente para que nos dejaran pasar la noche allí, constituía en sí un problema. Nosotros no teníamos malas intenciones, pero éramos extraños, ¿sabes? Entonces, andar con un animalito nos ayudó a generar confianza por donde pasábamos.

–Le pusimos Yogur porque algunos meses antes de comenzar el viaje falleció un amigo de nosotros –agrega–, y el perrito nació el mismo día en que lo encontraron. A él le gustaban mucho los yogurcitos… y, bueno, decidimos llevárnoslo con nosotros para rendirle homenaje a ese amigo.

–También representó un gran apoyo emocional –interviene Miguel–. Hubo momentos de mucho estrés en el viaje, y las ocurrencias de Yogur nos sacaban alguna que otra sonrisa. Además, varias personas nos comenzaron a seguir en Instagram por el hecho de ser dos locos que andaban dándole la vuelta a Cuba con un perro. Algunos de ellos nos ayudaron incluso monetariamente, y un gran por ciento del dinero lo donamos a un proyecto para el rescate de animales en Mayabeque.

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Día 100:

¡Cien días ya desde que comenzamos a pedalear para hacer realidad nuestro sueño!

Amanecimos en casa de Kiorkis, con el café que nos preparó su mamá. Hubo una entrañable despedida, y de ahí nos pusimos a darle a los pedales.

Las lomas estuvieron buenas. Ya se nota que nos encontramos en el Oriente de Cuba.

Kiorkis nos acompañó durante gran parte de la travesía, que fue corta pero intensa, debido a las montañas.

A eso de la una llegamos a un lugar llamado Tánamo, y nos detuvimos para pedir agua, porque el Sol estaba demasiado fuerte. Allí conocimos a Mangela y Ulises, quienes nos invitaron a pasar la noche en su casa.

El terreno de esta pareja es pequeño, pero está lleno de árboles frutales de todo tipo. Miguel se comió unos cuantos marañones. A Yasnay, que los probaba por primera vez, no le gustaron mucho.

También comimos morcilla casera y otra cosa parecida que aún no sabemos cómo se llama.

En eso llegó Roberto Carlo, el hijo de esta pareja, un muchacho muy simpático e ingenioso. En Tánamo no hay cobertura, pero Roberto Carlo inventó una antena para captar señal.

Más tarde lo acompañamos al mar, y aquel muchacho nos sorprendió al montarnos en el bote de un vecino, en el que terminamos dando una vuelta por la bahía. ¡Tremenda experiencia!

Remar es un excelente ejercicio, sobre todo de coordinación, más que de fuerza.

Había un cayo en el que según se cuenta vivía una pareja que tuvo 14 hijos. Dicen también que permanecieron en la pequeña isla hasta fallecer.

La sonrisa nos duró, y mucho. La verdad es que la jornada fue una continua aventura: esta familia nos ha dado una grata experiencia en nuestro día 100.

Déjanos un Like, comparte para que tus amigos también vivan este viaje, y dinos en los comentarios: ¿ya probaste el marañón?

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–Nosotros hicimos muchos amigos durante el trayecto –rememora Miguel–. Conocimos personas muy hospitalarias, sobre todo en el campo. Llegó un punto en el que nosotros prácticamente no utilizábamos nuestro fogoncito, o la casa de campaña que teníamos preparada para dormir, porque las personas nos decían: «vengan, entren, esta es su casa». Nos daban comida. Nos ofrecían una cama. Eso nos asombró.

–Eran personas muy humildes –agrega Yasnay–, con un corazón que se les quería salir del pecho. Ver cómo viven, algunos rodeados de muchas carencias, y cómo comparten lo poco que tienen, nos marcó. Una señora incluso nos arropó a la hora de dormir. Nos decía: «buenas noches, mis niños». Era increíble ver acciones como aquellas en una sociedad en la que muchos desconfiamos hasta del fumigador, porque pensamos que quiere entrar en nuestra casa para ver lo que tenemos. Muchos de ellos eran ancianos.

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Día 117:

¡Llegamos al hocico del caimán!

Nos despertamos muy temprano, pues el Sol sale un poco antes en Maisí.

Danirsa nos preparó un rico atol de chocolate, acompañado por un pan tostado. Estamos muy agradecidos con ella.

Su esposo nos regaló unos buenos mangos y, tras una linda despedida, comenzamos a pedalear.

Pocos cientos de metros más tarde llegaron las lomas, y buenísimas que estaban, en especial una que quedaba a 4 km de La Máquina (cabecera municipal de Maisí).

Así, bajo una débil llovizna, llegamos al pueblo. Allí nos abastecimos de alimentos para los días venideros, y vimos las piñas más grandes de nuestras vidas.

Partimos entonces hacia la Punta de Maisí, un destino clave en nuestro viaje.

Divisamos el faro desde bien lejos. Fueron 12 km descendiendo montañas, hasta que dimos por fin con aquel coloso.

Estábamos muy emocionados por haber llegado al extremo más oriental de la Isla.

Preguntamos por alojamiento en una villa, pero los precios estaban demasiado exagerados para nuestro bolsillo.

Mantuvimos la calma y pedimos agua en una casita cercana. Con la misma subimos al majestuoso faro.

La vista era increíble y la construcción se encontraba muy bien conservada como para ser del año 1862.

De regreso en tierra firme dialogamos con Bárbaro y su esposa, dueños de la casa más cercana, quienes nos resolvieron para quedarnos en una estación biológica de Flora y Fauna, justo detrás del faro.

Allí nos establecimos y almorzamos espaguetis con plátano frito. Más tarde merendamos un atol (con un poco de grumos) y salimos a recorrer la playa.

Nos sorprendió la cantidad de basura que había, sobre todo de zapatos. Por aquí pasan muchos barcos de emigrantes haitianos. Incluso durante la caminata divisamos uno que encalló y fue abandonado hace ya algún tiempo.

Punta de Maisí posee el único campamento de refugiados del país. Aquí acogen a los haitianos hasta su devolución al país vecino.

Por la noche, un poco más de espaguetis, y una extensa conversación con Bárbaro y su esposa (sin corriente, claro).

Comparte para llegar a más amigos, déjanos un Like y pregunta lo que quieras en los comentarios.

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–No te puedo decir que todo fue color de rosa, porque te estaría mintiendo –sentencia Miguel–. Hubo momentos de mucha tensión. Tramos difíciles. Averías en las bicicletas. Lugares en los que no querían recibirnos. Hubo incluso campismos en los que nos decían que el lugar estaba lleno, y nosotros podíamos ver con nuestros propios ojos cómo no había un alma por todo eso.

–Por otro lado, también corrimos con mucha suerte –continúa Miguel–. Por ejemplo, hubo un día en el que pedimos permiso para pasar la noche en una vaquería, y no teníamos nada de comer. Entonces, llega de la nada un muchacho que regresaba de cazar, y se pone a hablar con nosotros. Le contamos del viaje que estábamos realizando, y nos confesó que a él también le gustaría recorrer el país algún día. De pronto, el muchacho abre la mochila, saca un guineo y nos dice: «vaya, para que coman». Eso fue increíble.

–Nosotros engordamos con el viaje, para que veas –interviene Yasnay, y ambos sonríen–. Pensábamos que íbamos a bajar de peso, pero al final del cuento subimos. Qué manera de comer… Cosas que nunca nos imaginamos que probaríamos, sobre todo en Oriente. Este viaje nos cambió. En muchos sentidos.

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Día 132:

¡Algo increíble está sucediendo en nuestras vidas!

En la mañana teníamos la misión de ir a ver el ensayo en la iglesia de Maita.

Estuvimos allí durante algún rato, y podemos decir que tienen buen audio y que además son muy buenos músicos.

Mucho calor en San Luis. Muchísimo. Intentamos visitar el museo local, pero estaba cerrado.

De regreso a casa de Maita almorzamos y nos enteramos de un nuevo invento.

Se trata de un fogón de alcohol, hecho con una latica. El mecanismo es bien sencillo. Rinde bastante.

En casa de Maita hay tres animalitos: Tina, la gatica más pequeña (es una bandolera); Michimichimiau, la gata más grande (que solo se ve cuando suenan los platos); y luego está Atlanta…

Atlanta es una pastora alemana de 8 años que tiene mucha personalidad. Es cariñosa y además convive muy bien con Yogur.

En la noche visitamos el culto de jóvenes en la iglesia del pueblo, al que pertenecen las hermanas y sobrinos de Yasnay. Algo sucedió allí. Tomamos una decisión muy audaz e importante.

Déjanos un Like, comparte esta aventura y dinos en los comentarios: ¿te gusta el níspero?

Si no sabes qué es, puedes preguntarnos.

Lindo día para ti.

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En Santiago de Cuba nuestra vida cambió radicalmente –asegura Miguel––. Allí aceptamos a Cristo en nuestras vidas, y comenzamos a darnos cuenta de muchas cosas. La Palabra dice que en ese momento es como si se rasgara un velo que te impedía ver más allá, y realmente fue eso lo que pasó. A partir de entonces comenzamos a sentirnos mejor en todos los sentidos. Fue como si todos nuestros vacíos se llenaran.

Todas las personas están en búsqueda de algo –agrega Yasnay–. Todos se preguntan cuál es el propósito de su existencia. ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué pasa después de la muerte? Eso para nosotros no tenía sentido. Salimos a darle a los pedales por toda Cuba con el corazón abierto, buscando respuestas. Y encontramos al Señor. Ahora somos mucho más felices.

Aunque en realidad aquello no sucedió de un segundo para otro –aclara Miguel–, y ahora, mirando hacia atrás, uno descubre que todo fue un proceso. Recuerdo por ejemplo que, luego de un par de meses de viaje, llegó un punto en el que yo me levantaba todas las mañanas y decía: «Gracias». A lo que sea que estuviera por encima de nosotros. Le agradecía. Porque me sentía feliz. Me sentía pleno. Luego tomamos la decisión de seguir el camino de la fe, y estamos muy orgullosos al respecto.

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Días 176, 177 y 178:

Nos despedimos de la familia en San Ramón y retomamos la ruta.

El paisaje era hermoso y todo marchaba de maravilla hasta casi cuando íbamos llegando a Manzanillo, precisamente en La Demajagua.

Bajando una loma y luego de algunos baches, Miguel sintió que algo no estaba bien. Cuando paramos nos dimos cuenta de que la parrilla de su bici se había partido. Era la tercera vez que esto pasaba. Nos quedamos un rato pensando y nos dispusimos a remendarla, pero nos dimos cuenta de que ya estaba demasiado débil como para terminar el viaje. Fue un momento un tanto inquietante, y tomamos la decisión de regresar a casa.

Era algo extraño. Estábamos asustados. Pero en el fondo de nuestros corazones sentíamos que estábamos haciendo lo correcto.

Volvimos a la casa de la familia de Miguel y nos encontramos con que al día siguiente salía un camión para La Habana, que por 8000 pesos nos podía llevar a nosotros con bicicletas incluidas.

El precio no era nada barato. Solo teníamos 3000 de presupuesto, pero, gracias a Dios, tía Niurka y Arisnelis nos ayudaron a completar el dinero. Tremenda bendición.

Esa misma noche nos movilizamos y recogimos los bultos. Fue una tarea ardua, sobre todo por el hecho de tener que acomodar las bicis de forma tal que no se fueran a maltratar tanto.

A eso de las dos de la tarde del día siguiente, y después de una despedida en el barrio (la gente en Oriente es muy familiar, hicimos muchos amigos), llegó el camión y resulta que después de montar todo el equipo nos dicen que no había asientos para nosotros, que teníamos que irnos en el pasillo, sentados sobre un banquito. Nos negamos rotundamente, desmontamos todo y regresamos a la casa. Todo se sentía raro, pero Dios es sabio y sabe lo que hace.

Esa misma tarde, luego de visitar a Sidalia, una señora con la que hicimos una bonita amistad, un vecino nos puso en contacto con una guagua que salía para La Habana al día siguiente. Accedimos de forma automática.

Aún no había amanecido, eran ya 178 días de aventura y por 6000 pesos nos montamos en aquella Transmetro, junto a Yogur y las bicis.

No fue nada fácil. Agradecemos mucho a la familia, que ayudó con el financiamiento, y sobre todo a Dios por guiarnos en el camino.

Esta vez era un poco más barato y mucho más cómodo todo.

Comenzaba así nuestro regreso a casa. Al parecer por el tiempo que llevábamos sin montar guaguas nos dio algo de mareo, pero después de Las Tunas todo mejoró. El trayecto se nos hizo muy ameno, los paisajes tenían su encanto y Yogur se portó como un campeón.

Almorzamos en Florida, Camagüey, a eso de la una de la tarde, y continuamos dando rueda.

Nos parecía irónico lo rápido que íbamos, en comparación con el tiempo que habíamos pasado encima de las bicis durante los últimos seis meses.

Sobre las 7:50 de la tarde la guagua nos dejó en Vía Blanca, cerca de la Virgen del Camino, y en tiempo récord armamos las bicicletas y acomodamos los bultos.

Caía la noche, y a pesar del miedo que nos daba el tráfico habanero, llegamos sanos y salvos a Lawton.

Allí le dimos una sorpresa a la mamá de Yasnay, que pensaba que íbamos para Santa Marta.

Ufff… qué viajecito acabábamos de poner en pausa…

Era muy raro todo, pero nos sentíamos muy bien en nuestros corazones.

***

–No era la primera vez que pensábamos en abandonar el viaje, pero sí la definitiva. –asegura Miguel–. Fueron seis meses en la carretera, imagínate. Ya en Granma las parrillas de las bicicletas no daban más, y decidimos hacer una pausa en nuestra aventura. Eso sí, nos encantaría retomarla algún día. Si Dios lo permite, claro. Y Yogurt se irá con nosotros de nuevo, aunque ya no quepa en la cesta.

–Ah, y no me puedo ir sin decir lo siguiente –agrega luego de algunos instantes–: nosotros nos lanzamos a aquella aventura sin nada más que nuestras dos bicicletas, un bulto de ropa y 2000 pesos en los bolsillos. ¿Te imaginas darle la vuelta a Cuba hoy en día solo con 2000 pesos? Pero eso no nos detuvo. Y aquí estamos. Si hubiéramos esperado a que se dieran todas las condiciones, nada de esto hubiera sucedido. Creo que esa es la mejor enseñanza que podemos dejar. Si tienes un sueño, lucha por él. Tan simple como eso.

Si desea leer en su totalidad la bitácora de Miguel y Yasnay en su viaje de ciclonómadas por Cuba, puede encontrarla en el siguiente enlace:https://bit.ly/3mFcf9N

( Por: Humberto Fuentes. Fotos: Cortesía de los entrevistados)

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1 Comment

  1. Tuve la oportunidad de conocer y hacerme amigo de Miguel Marañón , Yasnay y el intrépido yogur que decidieron romper la rutina del día a día y emprender está hermosa aventura, que les ha permitido conocer cosas que ni pensaron, conocieron también buenas personas de campo y que no son de campo también, compartieron con nosotros nuestras costumbres, porque es así para conocer a Cuba hay que «Tocar la Raíz».

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