El desarraigo o cómo no vas a darle a tu equipo de pelota

En la película argentina El secreto de sus ojos encontré la frase que mejor me ha servido para entender cuánto enraíza el deporte en el alma de las personas, hasta que no se sabe qué es raíz y qué es alma. “El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios; pero hay una cosa que no puede cambiar: de pasión”. Hacía referencia a un hombre buscado por la policía y que al final lo capturan en un partido de fútbol, porque pudo evadir todo, menos el apego por el club al que hinchaba.

Hace poco concluyó el V Clásico Mundial de Béisbol. A causa de los pobres resultados de la selección de mayores en los últimos torneos internacionales, muchos ya aseguraban que la esperanza de levantar cabeza se había marchado como una bola que se eleva, se eleva, se eleva y parece que se va fuera del estadio. 

Sin embargo, la actuación del Team Asere en el certamen internacional, aunque no fue lo que hubiésemos querido —no nos mintamos, muchos deseábamos que regresaran con el primer lugar— en medio del stand by, sí despertó ansias. La esperanza se iba de jonrón, la fildearon ahí, pegadita a la cerca, pero lograron mantenerla dentro del terreno de juego. 

El equipo Cuba le brindó a la Isla y a parte de la diáspora una pasión colectiva y, según El secreto de sus ojos, tú puedes cambiar de todo menos de eso, de pasión. Por ello, me sorprendió encontrar a muchos cubanos, sobre todo aquellos que eligieron otros rumbos para asentarse, que de repente le viraron los cañones.

Dicha situación alcanzó un punto álgido en el partido contra Estados Unidos. Me entristeció la reacción de una muchacha, ahora residente en Miami, que estudió conmigo en el pre y con la cual durante un tiempo me unió una relación de amistad, hasta que la vida, con sus pasos de cebras y esquinas, nos alejó. Ella subió una foto a Facebook durante el juego, con una bandera de las barras y las estrellas por encima, y el post decía algo así como “hay que darles palos para que aprendan”.   

Me pregunté qué tanto desarraigo se necesita para llegar a tomar una postura así. Durante décadas, las diferencias ideológicas han sido un parteaguas con 90 millas de mar entre los de aquí y los de allá. Sobre todo, cuando interviene una maquinaria pesada de propaganda que llama, en vez de al diálogo, a las rupturas. 

No obstante, más allá de las posiciones políticas existen elementos identitarios que nos unen como pueblo. Hablamos desde el gusto por determinadas comidas, giros lingüísticos, frases y palabras endémicas, como asere, hasta el lenguaje extraverbal —los cubanos hablan tanto con el cuerpo como con la boca—-, ciertos bailes, el béisbol. 

Este último posee dentro de nuestra sociedad un alto valor cultural. Aquí hay que entender cultura no como las bellas artes, sino como todo lo que de una forma u otra nutre al espíritu.

Quizá, incluso, no te interesa como deporte, pero de él no puedes escapar mientras estás dentro del país: ancianos que en una esquina discuten al punto del infarto dos argumentos, el debate doméstico entre qué se pone en el televisor, si la telenovela o el juego, y ver al Equipo Cuba victorioso regresar a casa, todos erguidos para que se noten más las cuatro letras que llevan en el pecho. 

A pesar de la colonización cultural, de los proyectos individuales de vida, de las posturas políticas de cada uno, nunca se debería negociar o dar la espalda a las esencias o a las pasiones; si no, lastimeramente, te quedas varado en medio de la nada como un niño extraviado en las gradas de un estadio. 

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