El matutino

Siempre hay ocasión de cambiar y reunirse sin formalismos, sin estrados, sin micrófonos, sin pancartas, al pie del cañón, con las botas en la tierra, y que 10 minutos después todo el mundo vuelva al trabajo consciente de que el tiempo es oro cuando se construye un país.

En el matutino celebrado en una mañana cualquiera de 1929, en el koljóz nombrado Vladimir Lenin, Andréi Petrovski era consciente de que el destino de la colectivización, de la Unión Soviética y hasta de la Revolución Mundial dependía de cada palabra que saliera de su boca, y del coraje y la valentía con que fuera capaz de compartirlas.

Este podría ser perfectamente un fragmento de alguna de las novelas rusas leídas por mí siendo adolescente. Pero, fuera de la duda razonable de ¿qué hacía un niño de 14 años leyendo a Mijaíl Shólojov o Nikolái Ostrovsk?, quisiera enfocarme en el “matutino”, ese ejercicio obrero que tanta épica ha perdido con el paso de los años; quizá por la rutina o por el postmodernismo.

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Mi primer matutino fue dedicado a Fidel, cuando cursaba el primer grado. Para ello, mi profesora me obligó a memorizar uno de los versos sencillos de Martí. Lo curioso fue que, a la hora de declamar, decidí cambiar el guion y leer una estrofa de mi propia autoría, tan infantil como sincera, sobre el Comandante en Jefe. La reacción de mi maestra me hizo aprender, desde bien temprano, que en ellos no hay cabida para la improvisación.

Mientras en la universidad de La Habana en 1921 Julio Antonio Mella participaba en un matutino, que luego terminaría en la firma de un manifiesto donde los estudiantes se oponían al nombramiento como Rector Honoris Causa de la universidad al general estadounidense Enoch Herbert Crowder; en la de Matanzas, en pleno 2015, una líder estudiantil leía un discurso monocromático y vacío sobre la importancia de aquel suceso en la formación revolucionaria de Mella, ante un público numeroso pero poco atento. 

El mitin político, ese espacio de poder obrero donde se debatía en igualdad en la cooperativa, en el koljós, en la fábrica, en la oficina, con el tiempo se ha convertido en una caricatura. En ese momento de bocinas y micrófonos, después de escuchar una canción de Silvio, Pablo o Buena Fe, se toma la foto, en un reflejo por cumplir, por quedar bien.

En términos más humildes se reparten directrices de arriba, mientras los presentes miran hacia el cielo intentando comprobar que no estamos solos en el espacio. A esa misma hora los marcianos se reúnen para compartir las efemérides del mes, recordar el horario de las guardias y entregar algún diploma que trascienda el valor material del trabajo.

Siempre hay ocasión de cambiar y reunirse sin formalismos, sin estrados, sin micrófonos, sin pancartas, al pie del cañón, con las botas en la tierra, y que 10 minutos después todo el mundo vuelva al trabajo consciente de que el tiempo es oro cuando se construye un país.

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Sobre el autor: Boris Luis Alonso Pérez

1 Comment

  1. Ese mismo reflejo por cumplir, con la programación, con la orientación, con el tema a abordar, hace que se ¨bajen¨ noticias de Internet, se distribuyan entre varios ¨lectores¨ que, con la misma entonación monocromática y vacía lean un fragmento de la noticia, de la referencia a la efeméride o cualquier cosa que dé lugar, muchas veces con imprecisiones históricas e incluso, interpretaciones al asunto que difieren del punto de vista de la Revolución Cubana. ¿Abordar algo que sea interés colectivo? No, eso no está en la agenda.

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