Llega noviembre y con él un gran revuelo de aves de disímiles formas y tamaños llegan al mayor y mejor conservado humedal del Caribe Insular. Traen en sus alas cansadas remanentes del crudo invierno de Norteamérica y el anhelo de llegar a tierras tan bondadosas como lo son los pantanos de Zapata. En ellos encuentran refugio y abundante comida, por lo que en su gran mayoría pasan hasta unos seis meses acá, regalando numerosos espectáculos a todas las personas que deciden venir en busca de esta riqueza natural poco repetitiva a lo largo y ancho del país.
Entre toda esta gran variedad de aves, una en particular destaca por su majestuosidad y los contrastes de colores que, junto a los verdes manglares, resaltan a simple vista. Estos gigantes llegan en grandes bandadas y se pueden observar a una gran altura volando en círculos con una elegancia que impacta a pesar del tamaño y la robustez de sus cuerpos. Verlos desde bien cerca, algo común en ciertos lugares, es todo un privilegio, pues al emprender vuelo se siente un sonido bien fuerte al batir sus alas porque nada más y nada menos estas aves pueden llegar a sobrepasar los seis kilos y una envergadura de sus alas cercana a los tres metros. Cosa curiosa es verlos también posarse en el agua tal cual un avión que ha llegado a su pista de aterrizaje: extienden sus alas y las patas a modo tren de aterrizaje se deslizan por unos cuantos metros.
Así es el Pelícano Blanco Americano, un ave poco conocida en Cuba que en los últimos años ha llamado la atención de amantes de la naturaleza, fotógrafos biólogos y otros especialistas. Sucede que no era muy frecuente verlos y cuando sucedía los grupos no pasaban de unos pocos individuos. Todo indica que los efectos del cambio climático, unidos a la fragmentación y destrucción de sus hábitats han incidido en el decline de sus áreas de distribución y con ello cada vez se suelen encontrar nuevos indicios que estos puedan encontrar refugio en otros lugares. Una señal de alerta lo constituye el rápido incremento de estos visitantes en la Ciénaga de Zapata, los que al estar por largos períodos en las lagunas poco profundas de la zona costera interfieren entre otras cosas en la alimentación de otras especies que siempre han vivido allí, porque algo significativo a destacar es que también engullen grandes volúmenes de peces con un estimado de hasta cuatro libras diarias según algunos estudios y a diferencia de otras especies de pelícanos no bucean para lograrlo sino que los persiguen en aguas bajas hasta “acorralarlos”, en este proceso se pueden observar otras aves que a modo de grandes “pajarales” se ayudan mutuamente.
Como es lógico los procesos migratorios siempre han existido en la naturaleza y tarde o temprano se logrará un equilibrio, pero hasta entonces este impacto negativo se hará sentir en los ecosistemas. Mientras tanto algunos piensen que algún día contaremos con poblaciones residentes permanentes en el humedal, con recelo las innumerables personas que se dedican a la conservación de la flora y la fauna les exhortan a continuar disfrutando de esta majestuosa ave norteamericana que también es de Cuba.
(Por: Lic. Yoandy Bonachea Luis)