Ana, la guardiana más dispuesta de El Morrillo

Toda persona que llegue a la zona del Morillo escuchará los ladridos de Ana, una perrita que a diario siente el afecto humano.

Cuentan las trabajadoras del museo El Morillo que un buen día Ana llegó a la apartada zona con un marcado deterioro físico. Sus costillas se podían apreciar a cierta distancia, y el pelaje sucio y opaco hacía evidente que deambulaba por los matorrales desde hacía algún tiempo.

“¿La habrán botado de alguna casa?”, pensaron. Al principio guardó cierta distancia de las cuidadoras del inmueble, hasta que poco a poco fue transformando su actitud asustadiza y comenzó a mover la cola.

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Ante la ausencia de un nombre, un custodio le llamó Ana a manera de broma  —ya que ese es el nombre de una de las compañeras del centro—, y para asombro de todos la perrita respondió al llamado. Al parecer le gustó, ya que esa especie de bautizo representaba contar con personas que se preocuparían por ella. Desde entonces han pasado cuatro años y quien vio a Ana a su llegada no la reconocería. Hoy pudiera presumir de un pelaje brilloso y unas libritas de más que le asientan.

“Sobre todo después que la esterilizamos hace dos años”, comenta una de las cuidadoras del museo. El último parto lo efectuó en El Morrillo y las compañeras lograron regalar los  ochos perritos que trajo al mundo. Pero, para evitar un nuevo alumbramiento no deseado, decidieron contactar con una doctora veterinaria y la trasladaron hasta la clínica.

Ana tiene la dicha de despertar el cariño, porque la doctora que la atendió rehusó cobrar el importe de la cirugía y cada mañana llamaba al museo para conocer sobre su recuperación.

Se ha convertido en una perra hermosa, que seduce a todo visitante que llega al lugar. Hace unos días, un oficial de las Fuerzas Armadas casi imploró porque se la regalaran. Sus mascotas habían fallecido durante la covid, les contó el militar. Al parecer Ana le recordaba a sus perritos ausentes.

Mas, Ana permaneció en el lugar, custodiando como pocos la edificación que se convirtió en su casa y donde encontró a una numerosa familia.

Las trabajadoras le traen almuerzo cada día, y en las noches acompaña a los custodios en la protección del área. Toda persona que llegue a la zona del Morillo escuchará los ladridos de Ana.

Cuando alguna comitiva oficial visita la instalación, las cuidadoras le orientan a la perrita que se retire a su refugio, y ella se oculta bajo un puente de cemento, donde se echa hasta que sus amigas le vuelvan a llamar. El saludo siempre conllevará una acaricia en la panza, entonces Ana sentirá el afecto humano, ese que la transformó en una ejemplar robusta y saludable.

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Sobre el autor: Arnaldo Mirabal Hernández

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