La noche detrás de las estrellas

La foto de un padre ausente, colgada en la pared, apenas tapa una honda grieta. En solo un plano, con sutilidad nos hablan de separación, de relaciones rotas, en torno al individuo de la imagen, la madre de su hija y esta, que lo observa como si fuese a obtener respuestas a todas sus inquietudes.

En cambio, la obviedad y la explicitud redundante nos refuerzan esta idea en incontables ocasiones durante todo el filme. Las continuas reiteraciones estilísticas y conceptuales derivan en un trato condescendiente y pretencioso hacia el espectador. A la llegada de los créditos finales, estos defectos han devaluado irreparablemente una obra que prometía ser, y mostrarse, más inteligente y menos ostentosa.

Nosotros, como Marilyn frente al misterio de su padre, tampoco solucionamos nuestras interrogantes, algo que resulta digno de agradecer en algunas películas y sumamente irritante en otras, a gusto o disgusto del espectador. Y, también como Marilyn, Blonde es a la vez imperfecta y hermosa. Una de las grandes interpretaciones del cine reciente y una esforzada puesta en escena convergen a lo largo de un nervioso metraje, entre preciosos y otros innecesariamente preciosistas.

Se nota, en este prolongado regreso del director Andrew Dominik, al perfeccionista que ansía filmar, emplazar la cámara en múltiples ángulos y retratar el espacio desde todos los puntos de vista; o sea, agotar las posibilidades del cine como mecanismo de captura visual, sonora y sentimental. Pero, contrario al ejemplo del errante maestro Orson Welles, tantas veces apartado de la industria como entregado a ella en esporádicas oportunidades, Dominik no posee autocontrol pasional a la hora de contar con sendos medios técnicos. Sus resultados, confusos y grandilocuentes, lo prueban.

Blonde es la disección psicológica y emocional de una estrella del Hollywood clásico, dentro de una novelesca exploración de su identidad, con todas las posibilidades que ello brinda de indagar en la dualidad y complejos del ser humano. Escisión de personalidad, obsesiones y dudas de la protagonista, entre otros matices, permiten a Ana de Armas lograr una compleja y brillante actuación. Su trabajo reclama a gritos un lugar en el olimpo de divas encarnando a divas, junto a la Bette Davis de Eva al desnudo (1950, Joseph L. Mankiewicz) o la Marisa Paredes de Tacones lejanos (1991, Pedro Almodóvar).

Esta historia sobre una víctima del complejo de Electra que busca a su Agamenón en varios hombres, desde mundanos a intelectuales, sin encontrar en ninguno la representación anhelada de su padre, a ratos funciona en parámetros de terror psicológico y corporal; destaque, por ejemplo, la huida despavorida en la clínica ante la inminencia del aborto, a semejanza del mejor cine del canadiense David Cronenberg. Pero se encuentra lejana de obras como Repulsión (1965, Roman Polanski) o Mulholland Drive (2001, David Lynch), también relatos sobre trastornos en mujeres solitarias, con finales semejantes, y más interesantes en términos clínicos y artísticos.

De la belleza al feísmo, del blanco y negro al color y viceversa, sin mayor justificación que la retórica, o de la dudosa felicidad al dolor descarnado, la película se mueve entre extremos. En término medio solo queda lo evidentemente logrado, lo único próximo a ojos, oídos, mente y corazón, que es la escalofriante interpretación principal, quizá por constituir el hilo conector de tan irregular obra. Su rostro, voz y movimientos establecen la cercanía que el autor niega, pese al abuso de primeros planos y cámara subjetiva.

Blonde participa del esteticismo que tanto afecta a la producción cinematográfica de su época. La confianza en un guión, el tratamiento visual acorde a la historia y la claridad expositiva del discurso son elementos comúnmente violados por quienes buscan incorporar complejidad a proyectos como el que nos ocupa, quizá por afán de responder a la comercialidad imperante o de hacer evolucionar, a pasos agigantados, un arte que lleva poco más de un siglo de existencia.

Como la noche estrellada que Marilyn y sus dos amantes contemplan juntos desde la arena, el largometraje de Dominik posee por igual luces y oscuridades. Es el cine ejercido como herramienta deconstructiva respecto a un personaje, pero destructiva respecto a la coherencia, sencillez y demás virtudes clásicas de la narración.

(Por: José Alejandro Gómez Morales)

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