El Cinematógrafo: Jackie Brown

Jackie Brown es la película en que Tarantino obtuvo su resultado más íntimo, lo más parecido a una confidencia por parte de un realizador.

Ficha técnica:

Título original: Jackie Brown

Año: 1997

Nacionalidad: Estados Unidos

Dirección: Quentin Tarantino

Guión: Quentin Tarantino

Reparto: Pam Grier, Robert Forster, Samuel L. Jackson, Robert De Niro, Bridget Fonda, Michael Keaton

Duración: 154 minutos

Jackie Brown es la oportunidad de conocer, de desenterrar bajo toneladas de casetes, discos de coleccionista, posters apolillados de cine popular y alguna que otra katana o accesorio de fanatismo oriental, al Quentin Tarantino más tímido, serio, taciturno, escéptico: al verdadero.

En otras palabras, he aquí la película en que embotelló, o aprisionó en un maletero, al genio que es, del cual persisten los destellos desde el minuto cero, y obtuvo su resultado más íntimo, lo más parecido a una confidencia por parte de un realizador muy dado a brindar confidencias de sus gustos y referentes como cinéfilo, pero pocas veces de sus preocupaciones e inseguridades como ser humano.

Un penoso malentendido, de explicación lógica y no por ello menos irritante, suele producir rechazo, indiferencia o, en el mejor de los casos, un hiato temporal entre Pulp Fiction (1994) y la dividida en dos partes Kill Bill (2003 y 2004, respectivamente) cuando se rememora la filmografía de Tarantino: la relativa inferioridad de esta película, enlace necesario, decisivo y superlativo entre ambos períodos tan diferenciados de un mismo autor, además de una obra maestra por sí sola en la que su creador condujo por caminos que no ha vuelto a explorar, a ritmo de una melodía (Didn’t I blow your mind this time) cuya melancólica cadencia parece el mejor homenaje posible que podría tener esta rareza de producto.

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Se le reprocha inferioridad no ya respecto al hito que supuso Pulp Fiction, sino respecto al legado conjunto de uno de los cineastas que con menos películas mayor maestría han alcanzado desde Sergio Leone y Paul Newman; inferioridad inexistente a mi modo de ver, inaprensible a mi entender, refutable a partir de la visión que aquí me transmite de sí mismo: la de un autor maduro y modesto, firmante de una película adulta por mucho que nos pese a buena parte de sus fieles. A los que casi siempre preferimos a su niño interior, con el divertimento infantil y apasionado de catártica violencia que implica; o a los que notamos entre Reservoir Dogs (1992) y Pulp Fiction un muy adictivo renacimiento formal del género noir que en solo dos películas comprende un universo estilístico diferente a lo hecho hasta entonces. A los que hubiésemos preferido que fuese un perenne narrador de historias de venganza y no de amor, que nos siguiese moviendo a la risa y no a la lágrima; a los que optábamos por la recreación en sus líneas de diálogo y no en las imágenes; a los que creíamos conocerlo antes de ver, y volver a ver para comprender lo que escapó a la primera vez, Jackie Brown.

En Jackie Brown trasciende a ese coreógrafo de las palabras y del tiempo en pantalla, que no es solo capaz de los mayores virtuosismos, sino también de contener sus habituales dosis de nostalgia e intertextualidad con mesura y pudor, cosa poco común en él. Pocas veces los talentos recién llegados a un circuito comercial tan voraz como Hollywood muestran su genialidad de forma tan sutil, sin prisas ni concesiones, y es eso precisamente lo que no perdonaron espectadores hambrientos de más Pulp Fiction, de otro rompecabezas con gangsters vestidos como los de Hong Kong, cruces de tiempo que harían la envidia de muchos escritores de misterio y la forma de dialogar más impactante desde que en Tener y no tener Humphrey Bogart hizo a Lauren Bacall dar una vuelta a su alrededor para preguntarle si veía ataduras de alguna clase en torno a él. Los mismos que tampoco aceptarían los rotundos giros de la carrera de Otto Preminger a partir de los 60 ni la última etapa de Hitchcock, pese a lo provechoso que en ello reside.

Si bien existen pistas varias en sus demás obras que las relacionan a unas con otras, agrupándolas por etapas o temáticas a la manera de sagas diferenciadas e incluso de una misma unidad general con la que el propio Tarantino ha admitido flirtear en sus folios personales, cierto es que su tercera conquista en la dirección parece un capítulo aparte, una leyenda ajena al pistolero Django, al cazarrecompensas Marquis Warren, al teniente Aldo Raine, al actor Rick Dalton y a su doble Cliff Booth, a los hermanos gangsteriles Vic y Vincent Vega, a la indómita Beatrix ‘‘La Novia’’ y al asesino serial conocido como Doble Mike.

Es la historia de la azafata Jackie Brown (espléndida e irrepetible Pam Grier), un personaje ni siquiera salido de la  creatividad de Tarantino, teniendo en realidad su origen en la pluma del escritor de westerns y thrillers Elmore Leonard a través de la novela Rum Punch (traducida como Cóctel explosivo), y a la que ha cambiado el color de piel en un presunto intento de rescatar el blaxploitation o cine de negros, asociación que encuentro lejana y poco argumentable salvo por canciones representativas, una escena entre Samuel L. Jackson y Chris Tucker —poco reivindicativa de aquel transgresor espíritu—, un plano en interiores de una cárcel femenina donde solo aparecen reclusas negras —con inmediata aparición del habitual secundario Sid Haig— y la elección de Pam Grier como protagonista cuando su edad, su pelo y sus gestos han dejado de proyectar la imagen enérgica, furiosamente salvaje y poderosamente sensual de los tiempos de Coffy (1973). Tantas distancias entre el film que nos ocupa y los restantes del autor constituyen motivo definitivo de desapego hasta para los más acérrimos defensores de su impronta, olvidando quizá que los objetivos son otros e, incluso, puede que los opuestos.

Por ejemplo, una historia arbitraria, ajena para más inri, de la que le interesan más que nada los personajes, en la única ocasión donde no parece preocupado por referir los eventos argumentales con la suma claridad que le caracteriza; matizar apenas de blaxploitation una cinta en la que conviven las recurrentes huellas de fetichismo cultural propio, donde mayor eco hay de aquellas casi siempre entretenidas películas, y mejores cuanto más antiguas, sobre el mito del último atraco al banco, ese último gran golpe tras el cual los matones de toda la vida esperan cambiar súbitamente sus destinos gracias a los dólares obtenidos; la operación de recuperar a una estrella de antaño en decadencia aunque dispuesta a rehacer su imagen, a probar si sigue dando la talla mediante el tour de fource gestual, emocional y mental que supone trabajar a las órdenes de este director, tan importante en el caso de Grier como en el de Robert Forster o, reclutados en otros títulos, Lawrence Tierney, John Travolta, David Carradine, etc.; elementos que no deberían extrañar en un hombre tan intencionado a cada paso, tan prudente en cada decisión de guión, casting, puesta en escena y montaje, acompañan otro triunfo de ritmo narrativo en crescendo, de evocaciones de épocas pasadas y de sensación de orgánica artesanía aún cuando en pocos visionados se hace evidente la complejidad estructural que sostiene la película.

Jackie y sus compañeros de intriga son personajes inquietantes, de los que nunca sabemos qué harán a continuación del último plano en que hemos seguido sus pasos, quizá porque están más cerca de los espectadores que muchos otros de la filmografía tarantiniana. Admiten tener miedo, kilos de más en el cuerpo y alopecia; la depuración de amigos y personas leales a su alrededor conlleva frustraciones comprensibles hasta en el caso del más malévolo, ese Ordell Robbie compuesto con soberbia y virtud por Samuel L. Jackson cuyo pasado con la señorita Brown resulta confuso; hablan de sí mismos en un tiempo verbal pretérito que despierta la imaginación y los sitúa como protagonistas potenciales cada uno de sus propios éxitos de taquilla en los lejanos 60 y 70. Planos como el de Michael Keaton llegando a su oficina, con un casco de moto bajo el brazo y la cazadora puesta, generan la noción de policía solitario y solemne que de él adquirimos cuando posteriormente confirma su incorruptibilidad, dinero en mano, a solas con Jackie en un auto dentro de una escena sutilmente erótica. El matón interpretado por uno de los mejores De Niro que he visto es, en su solo rostro, la apoteosis de esta manera de dibujar caracteres.

Da la sensación de que no estamos asistiendo a la aventura más excitante o al riesgo más abrumador de sus trayectorias, por el mundo del hampa y del suspense al final de cada episodio; no obstante, queda la impresión de que Jackie Brown representa una suerte de documental sobre el momento más importante de sus vidas, el punto sin retorno, sin que ellos sean totalmente conscientes de cuánta verdad desprenden. La única oportunidad de notarlo la tenemos los de la sala oscura, más si estamos curtidos en el territorio de Grupo salvaje (1969, Sam Peckinpah) y en la mitología de los forajidos a quienes el paso del tiempo ha dejado fuera de lugar.

Jamás ha sido Tarantino tan respetuoso y apreciativo hacia las mujeres, y cómo dudarlo cuando Pam Grier propone a Max Cherry (magistralmente contenido Forster) entrar a un bar de poca luz por el simple motivo de que le preocupa su aspecto recién excarcelada y no ve la hora de quitarse el uniforme adherido de malos recuerdos y lavarse el cabello, promesa ya cumplida para cuando recibe a Max a la mañana siguiente en su casa; su cámara entiende que una negra sureña pasada de peso puede ser tan atractiva para De Niro como la delgada y rubia Bridget Fonda, y de ambos tipos de mujer le ofrece al ex convicto abstinente de sexo unos planos memorables, sobre todo por las caras que provocan en este. Jamás ha contemplado con tanto detenimiento las relaciones hombre-mujer, ni les ha dedicado semejante atención por más que hablen de planificar un robo y vivir del botín. Jamás ha mostrado, ni por la adorada Uma Thurman, tanta devoción y cuidado hacia la figura femenina principal: prueba de ello está en los comentarios dispersos que inserta sobre la condición de Jackie como esa mujer negra, entrada en años, independiente y trabajadora.

Pero, sobre todo, pocas veces se ha contado en el cine una historia de amor con la delicadeza, gusto por el detalle y respeto por sus personajes como la que aparece aquí, cumpla o no con los códigos del género romántico. Somos testigos del proceso, nos sentimos como invasores de un espacio cada vez más intrincado entre las fuertes personalidades de la eterna sospechosa Jackie y su agente de fianza Max, y deseamos su unión pasional tanto como el éxito del atraco en el centro comercial.

Pocas veces cuesta tanto contener la emoción como cuando él sale del baño y la encuentra sentada en su oficina, y avanza cohibido hacia ella en un estimulante juego de plano contra plano, mientras pronuncian un diálogo aclaratorio para la trama, intrascendente para los sentimientos. Se habla de las consecuencias de lo que han acometido juntos, de una opción de vida en común, hasta que el lenguaje extraverbal cobra mayor fuerza.

En uno de los más emotivos planos que recuerdo, Jackie se levanta, ladeando una sonrisa, extendiendo sus manos hacia las de Max, las toma en las suyas y la cámara comprime el encuadre hasta situar frente a frente los rostros. El silencio se sostiene y, en aparente homenaje a Cary Grant e Ingrid Bergman en Encadenados (1946, Alfred Hitchcock), tiene lugar un apasionado beso seguido de una llamada telefónica inoportuna. Uno de los besos más verosímiles y significativos del cine, donde los intérpretes parecen realmente enamorados y de ellos el director, a juzgar por la corta distancia de la cámara y su negativa a desviarse de un acto de tanta entrega. De esos que no se pueden describir con palabras, solo con la misma imagen reproducida una y otra vez en la mente del espectador.

El plano final, no muy lejano, aún impregnado de ese beso y de mucho cine en el corazón de sus dimensiones, cierra esta amalgama de sentimientos y profesionalidad llamada Jackie Brown con la seguridad de quien ha filmado más lo que ha necesitado que lo que se ha esperado de él.

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