Una crónica bancarizada

La bancarización en Cuba todavía debe sortear diferentes obstáculos para convertirse en una comodidad para la población.

Día 1: Recuerdo que de pequeño coleccionaba cartas de Yu-Gi-Oh, y andaba por la calle con mis valiosos cartones, dispuesto a retar a duelo a cualquiera que se interpusiera en mi camino. ¿Quién se iba a imaginar que mi presente no sería tan distinto?

El tema es que finalmente me convertí en una persona bancarizada y, además de las tarjetas en CUP y MLC, que ya había sacado desde hacía un tiempo, ahora tengo dos de salario, una de mi trabajo principal y la otra es del pluriempleo, que me garantiza un extra.

No me voy a poner pesimista con el cambio, el reguero con los cajeros y las colas de los bancos porque siempre suele suceder en la primera etapa, después todo coge su nivel. Así ha sido siempre, o al menos eso espero.

Día 2: Ya me entró el salario del pluriempleo a su respectiva tarjeta, pero no me voy a estresar porque seguro que en los días iniciales del mes la “matazón” está en su punto. Con los pocos billetes que me quedan sobrevivo un día más.

Día 3: Los cajeros con efectivo son un mito, una especie de leyenda que nos inventamos para tranquilizarnos, porque siempre está el que dice que un primo del amigo de un vecino creyó haber visto uno por no sé dónde y que no había cola.

Hacer fila en el banco para sacar tres mil pesos es una tarea que todavía no estoy dispuesto a asumir; además, tengo que trabajar, como casi todo el mundo.

Día 4: Un socio me dice que un amigo vende turnos en un cajero, él toma posiciones desde bien temprano en la fila y cuando entra el dinero empieza a rotar hasta que llega el cliente. El servicio sale a dos mil pesos, un dinero que no puedo darme el gusto de pagar porque representa casi la mitad de mi salario.

Día 5: El aguacate de la comida de ayer me lo regaló un vecino del barrio y les juro que estuve a nada de pedirle efectivo prestado, pero al final rechacé la idea. Menos mal que pago la corriente y los mandados por Transfermóvil

En los grupos de compra y venta de Facebook ya andan publicando que cambian efectivo por moneda virtual a uno por cuatro. Tengo que reconocer que la medida por lo menos dio valor al peso, pero resulta que ahora hasta me cuesta conseguir el peso que vale.

Día 6: Me llené de valor y fui hacia el banco. La cola ocupaba una cuadra. Rostros cansados, pieles sudadas y el sol en la nuca; lo normal. Un avance lento y tortuoso hacia la puerta, que cada vez que abría se engullía a unas cinco personas y expulsaba una dosis de aire acondicionado que renovaba las fuerzas.

Pero cuando ya estaba a un paso de la entrada, pasó algo, lo que sea: se fue la conexión, la electricidad, se cayó el servidor; es más, imagíneselo usted, escoja a su gusto. La cola estuvo sin avanzar cerca de una hora más, hasta que finalmente el problema se resolvió y pude entrar para sacar mis tres mil pesos.

Mi pequeña fortuna fue liquidada aquella misma tarde, mayormente en comida, que es de lo único que uno no puede prescindir.

Día 7: Un amigo toca a la puerta y después del saludo me pide prestados mil pesos en efectivo para pagar una multa. A esas alturas, él no ha tenido tiempo de sacar un solo peso de su tarjeta de salario. Le digo que estoy en las mismas y se va por donde vino a ver si encuentra alguien que lo pueda ayudar.

Me senté en el contén del barrio y ni siquiera me inmuté cuando pasó el panadero. No puedo predecir si de aquí a un tiempo la bancarización se convierta en una comodidad -como en realidad anhelo-, y el rechazo actual sea solo la típica resistencia al cambio, pero de lo que sí estoy seguro es de que siete días atrás, todo parecía un poco menos complicado.

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Sobre el autor: Boris Luis Alonso Pérez

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