Los años no tan dorados

Aunque el Programa Nacional Integral de Atención al Adulto Mayor realiza acciones en este sentido, no resultan suficientes.

Brenda tiene sueños, de esos que se materializan lejos del calor del hogar cruzando mares y estando solos en las nevadas, dejando atrás el mundo conocido y a las personas queridas. Concretar sus aspiraciones va más allá de organizar papeles, vencer la burocracia y soportar la angustia de alcanzar un turno en Inmigración por la “izquierda” a 2000 pesos.

A ella la detienen unas manos temblorosas que un día la protegieron y acunaron sus primeros temores. Su abuela Olga padece de Parkinson desde hace algún tiempo y el apoyo más cercano proviene de su nieta, que al decir del resto de la familia es la que más tiempo tiene para dedicarse a cuidar y ayudar en una situación tan compleja.

Este cuadro y sus consecuencias afectan a un número creciente de hogares cubanos desde que el envejecimiento poblacional se convirtió en una tendencia palpable en nuestra sociedad.

En recientes investigaciones se evidenció que alrededor del 40 % de las viviendas existe al menos un adulto mayor, además de que en el 86 % de los casos están acompañados. Desde la otra cara de la moneda, el panorama cambia cuando existe un porcentaje cada vez más elevado de ancianos que viven solos.

En las dos vertientes, la demanda de cuidados y estrategias es una realidad a la que nos enfrentamos como sociedad y, aunque el Programa Nacional Integral de Atención al Adulto Mayor, del Ministerio de Salud Pública, realiza acciones en este sentido, no resultan suficientes.

Durante el año 2020 se inauguraron dos hogares de ancianos, uno en Matanzas y otro en Pinar del Río, para un total de 157 en la nación, con unas 12 561 camas, según refiere el sito oficial de Salud Pública; asimismo, es válido reconocer que las casas de abuelos y la atención médica especializada coadyuvan a mejorar la calidad de vida de este importante grupo poblacional.  

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La asistencia en cuanto a las dificultades que emergen en la vejez muchas veces va más allá de la brindada por estas instituciones, pues existen necesidades específicas que requieren de una atención personalizada y que sugieren una alternativa viable: los cuidados a domicilio.

Por otro lado, la familia cubana tiende a ser menos numerosa, por lo que la responsabilidad recae casi siempre en una o dos personas que se ven forzadas a dejar de trabajar o pagarle a alguien que colabore de alguna manera con las obligaciones presentes en estos casos.

En tiempos como los que vivimos, la economía de la mayoría, limitada a la alimentación básica, deja poco espacio para cuestiones también elementales como la de aliviar la carga a los cuidadores mediante el contrato de estos servicios.

Quizás desde la gestión estatal se podría implementar algo semejante con opciones de pago para todos los niveles adquisitivos, convirtiéndose además en una fuente de empleo igualmente necesaria para muchos. Proteger a los vulnerables no debe asumirse solo como una carga para el gobierno si somos justos en la visualización de la problemática, así como en su solución.

De esta manera, las numerosas Brendas y Olgas, y los tantos abuelos dormitando en la soledad de un sillón en medio de la casa vacía, podrían cumplir sus sueños y transitar en paz los años dorados.

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Sobre el autor: Norys Castañeda Valera

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