El Cinematógrafo: ¡Átame!

Ficha técnica:

Título original: ¡Átame!

Año: 1989

Nacionalidad: España

Dirección: Pedro Almodóvar

Guión: Pedro Almodóvar

Fotografía: José Luis Alcaine

Música: Ennio Morricone

Reparto: Victoria Abril, Antonio Banderas, Loles León, Francisco Rabal, Rossy de Palma

Duración: 100 minutos

Cuando la ex estrella porno, ex yonqui y actriz de explotación Marina Osorio (Victoria Abril) casi le suplica “Átame” a su obsesivo secuestrador, Ricky (Antonio Banderas), juntando sus manos mientras él las rodea con cuerdas rojas y suma delicadeza y la música de Morricone hace de su cautiverio la más romántica de las experiencias, Almodóvar forja a fuego lento la emoción, como los grandes maestros, y logra, entre ataduras, esparadrapos y decorados kitsch, uno de los momentos más dramáticos, emotivos y sentimentalmente convincentes en la historia del melodrama.

Referirse a una película de Almodóvar como una de sus mejores es el mayor halago posible, teniendo en cuenta los parámetros de calidad que rigen sus trabajos en grueso y por separado, y con ¡Átame! se da ese caso en que está tan resumido lo mejor de su cine como en Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), Tacones lejanos (1991), Todo sobre mi madre (1999) y muchas otras; se hace difícil escoger una representante máxima de su amplia lista, cuando tan apasionante es esta como aquella otra, o la otra, y la otra.

Máximo (Francisco Rabal), el cineasta para quien rodar con la sensual Marina constituye un aliciente revitalizante contra la edad y el hastío.

Las suyas son películas notablemente bien hechas a la manera de un cine clásico que a ratos se deja seducir por la contemporaneidad, plagadas de imágenes irrepetibles por su belleza o audacia, de personajes que fuera de su filmografía resultarían grotescos pero que, bajo su dominio transgresor, forman parte de una mitología propia ya edificada con solidez, equivalente en coherencia interna y riqueza de información a tantas otras que han creado esos autores con el poder de generar comentarios del tipo “Ese es un personaje como de una película de fulano de tal”, sin repetir necesariamente el mismo producto en cada ocasión, lo cual injustamente se tiende a decir de Lubitsch, Lang, Walsh,Capra, Hawks, Sirk, Allen o Almodóvar, y como algún que otro grande ha llegado a expresar de sí mismo en un exceso de simplificación.

¡Átame! es, y no revelamos nada, mucho más que un thriller sobre secuestros o un capítulo más de una fotonovela sórdida en tiempos de la Movida, resultando en todo caso, vista de ambas formas, efectiva, divertida e inteligente: es ante todo un ejemplo de cómo reflexionar sobre conflictos humanos con mayor inmediatez y claridad que un libro de psicoanálisis, sin más referencias bibliográficas que el Doble de cuerpo de Brian de Palma, por cercanía estética, e infinidad de pasiones encontradas, besos magistralmente compuestos en el encuadre, acertados golpes de musicalización en el instante justo, frases antológicas, protagónicos femeninos fuertes y masculinos no tan fuertes, que han ido dejando los buenos directores, iluminadores, tramoyistas, compositores, guionistas e intérpretes por la historia del séptimo arte.

En cada una de sus escenas previas al rapto, plato fuerte de la acción, notamos que algo incomoda o le falta a Marina, ese sugerente icono de carátulas provocativas y ente nocturno de VHS que, inclinada sin bragas en busca de su monedero y con el vestido mojado ante la mirada lasciva del director de cine semi-retirado Máximo Espejo (Francisco Rabal), manifiesta una dignidad insólita para la mujer que muchos creerían que es cuando le exige: “No me mires así”. “No te miro: te admiro”, replica él; “Pues no me admires así”, contrarréplica de ella.

Ese algo del que carece no es una apología del secuestro, ni de la sumisión, ni de la idolatría, sino la compañía de alguien capaz de entenderla, de valorarla más allá de su cuerpo y fama precedente allá donde va.¡Átame! es la soledad desde dentro, cuando se produce la rebelión ilógica de quienes la padecen, movidos por el deseo de abandonar esa condición y sentir de una vez el contacto anhelado, así sea de un fan desbocado que no sabe cómo amar según las normas, o de una inalcanzable estrella de la pantalla, o de un ex añorado(por más ridículo que se vea disfrazado de monstruo en un fantaterror de serie B).

“Intenté hablar contigo, pero no me dejaste, así que he tenido que raptarte para que puedas conocerme a fondo. Estoy seguro de que entonces te enamorarás de mí, como yo lo estoy de ti.”

Una vez más, el poliédrico autor manchego permite vislumbrar la humanidad de sus criaturas, trasnochadoras e inquietas, hambrientas de lo que ni ellas mismas saben a ciencia cierta, pero conducidas con la firmeza de quien sí sabe qué contar, cómo hacerlo y qué transmitir con ello.

Por eso, un plano como el de Abril curando las heridas de Banderas es más que un plano de Abril curando las heridas de Banderas, admitiendo resonancias casi sagradas; por eso, se leen entre líneas historias de amor tan hermosas como la de Máximo y su esposa, expuesta con los elementos mínimos para conmovernos. Tampoco se puede obviar el sentido del humor implícito en los disfraces que usa el ex paciente psiquiátrico, primeramente una peluca y posteriormente un bigote sin los cuales resultaría menos llamativa o sospechosa su presencia; o lo contradictorio de esas situaciones que debieran generarnos repulsión por presunto machismo o sadismo y que, en cambio, nos acercan más a la desazón interior de dos seres que, pese a las circunstancias que los han reunido en la metafórica forma de un secuestro, comienzan a conocerse en triángulo afectivo con quienes los observamos a la distancia de un latido de la cámara.

Aunque la corporeidad de Banderas es lo bastante intensa para infundir temor y no bajar la guardia ante la amenaza física que supone, les vemos desayunar juntos, ironizar sobre la situación que atraviesan, alcanzar poco a poco ciertos grados de complicidad que bastarían para españolizar el término Síndrome de Estocolmo; en fin, les vemos consolidar lo que sea que hay entre ellos.

Maravilla, entre una buena cantidad, de un genio de la palabra y la imagen, de uno de esos directores a los que vale la pena decirles desde el asiento, una vez apagadas las luces y proyectándose la primera bobina, “Átame”.

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