El destino pronosticado en Cinco Palmas

Es difícil describir lo sucedido aquella noche, en la que no solo hubo un abrazo de hermanos y una frase entusiasta por el rencuentro. Todavía, 66 años después, el hecho histórico —con sus antecedentes y posteriores acontecimientos—, hace levantar las cejas y preguntarnos: ¿Cómo pudieron?

Sí, porque asombra al extremo conocer cómo un puñado de hombres cruzó tanto monte y metralla o cómo no los rindió la sed, el cansancio y la incertidumbre, enemigos crecientes durante casi dos semanas. Más increíble parece que se cumpliera la profecía del líder de esos pocos de entonces.

Fue en Cinco Palmas, un paraje a casi 30 kilómetros de la cabecera del actual municipio granmense de Media Luna, donde nació el abrazo entre Fidel y Raúl, el 18 de diciembre de 1956. Un abrazo seguido de una profecía.

El sitio es un pequeño sembrado de cañas dentro del que nacieron agrupadas cinco palmas. Si ese signo vívido fuera poco, agreguemos otro detalle fantástico: la finca del rencuentro de los hermanos, propiedad de Mongo Pérez, tenía un nombre hermoso: El Salvador.

«Por fin, a la luz de la luna, aparecieron algunos campesinos y como a las 9:00 p.m. enfilamos, precedidos por ellos cuatro. No caminamos mucho cuando se detuvo la vanguardia y emitió unos silbidos que contestaron a varios metros. Llegamos, y a la orilla de un cañaveral nos esperaban tres compañeros: Alex (Fidel), Fausto (Faustino) y Universo», escribiría Raúl en su Diario para reflejar el momento en que se juntaron apenas ocho hombres y siete fusiles, 13 días después del revés de Alegría de Pío.

El propio Raúl aseguró a un grupo de periodistas hace 26 años, precisamente en Cinco Palmas, que el ejemplo de ese 18 de diciembre se sintetiza en la expresión de Fidel al verlo. «Me dio un abrazo y lo primero que hizo fue preguntarme cuántos fusiles tenía, de ahí la famosa frase: “Cinco, más dos que tengo yo, siete. ¡Ahora sí ganamos la guerra!”».

El hoy General de Ejército contó que al escuchar eso «pensamos que se había vuelto loco, entre ellos lo pensé yo, pero como buen Sancho Panza: detrás de mi Quijote, al igual que hoy, hasta la muerte».

Dos años y 14 días después de ese aparente «arranque de optimismo» se cumpliría el pronóstico de Fidel.

Prueba para la mente y el cuerpo

Jamás pasemos por alto que a raíz de Alegría de Pío, donde la bisoña tropa fue sorprendida por el ejército batistiano mientras descansaba, la dispersión fue tal que los 82 tripulantes del Granma se diseminaron en medio de la confusión en 28 grupos distintos.

«La persecución a los sobrevivientes se convirtió en alevosa cacería (…). Fueron días angustiosos en los que solo la firmeza de Fidel y la convicción de resistir nos permitía salir adelante», diría 60 años después el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez.

Hubo, incluso, combatientes que emprendieron solos la retirada, como hizo Juan Manuel Márquez (3 de julio de 1915- 15 de diciembre de 1956), uno de los 18 asesinados en fechas posteriores.

Los que llegaron a Cinco Palmas tuvieron que poner a prueba la mente y el cuerpo. Desde el accidentado desembarco por Los Cayuelos, el 2 de diciembre, hasta el lugar del rencuentro caminaron una distancia cercana a cien kilómetros, teniendo en cuenta el recorrido por montes, cañaverales y accidentes geográficos. Y, para colmo, la vencieron sedientos, agotados, con hambre…

El grupo de Fidel (en el que estaban Universo Sánchez y Faustino Pérez) consiguió llegar a la primera casa amiga el 12 de diciembre por la tarde, luego de atravesar cañaverales extensos «de menos de un metro de altura», y de escapar milagrosamente a un intenso tiroteo aéreo.

El Comandante en Jefe relató a Ignacio Ramonet que por entonces viviría una de las peores jornadas de su vida. «Ninguna otra fue tan dramática», llegaría a asegurar.

Agotado al máximo, en la tarde del 6 de diciembre se enterró bajo la paja en medio de la caña. Pero era tan grande el cansancio que a pesar del sobrevuelo de los aviones se durmió unas tres horas. De todos modos, había preparado su fusil para no ser capturado vivo.

Fidel, Universo y Faustino recorrieron en menos de la mitad de un día —desde las ocho de la noche del 15 hasta las siete de la mañana del 16, fecha en que pisaron Cinco Palmas—, cerca de 40 kilómetros.

«En mi vida había caminado tanto de madrugada cuando todavía no estábamos fuertecitos, porque el hambre nos había acompañado durante algunas semanas y llegamos precisamente allí a Cinco Palmas», expresó el Comandante en Jefe al visitar la provincia de Granma en 1986.

Murallas en el camino

Las peripecias de Raúl, Ciro Redondo, René Rodríguez, Efigenio Ameijeiras y Armando Rodríguez —los integrantes del otro grupo— no fueron menores. Al bajar, por ejemplo, el farallón de Blanquizal, luego de seis días de hambre, sed y cansancio, estuvieron a punto de caer en una de las numerosas emboscadas tendidas por el ejército batistiano.

«Era la Muralla China que nos encontramos en el camino, pero no los equis metros que tiene de altura, sino desde una punta hasta la otra», declaró Raúl en 1996.

En esas jornadas de cerco enemigo, en las que anduvieron casi paralelos al grupo de Fidel (hacia el este) la única buena noticia para ellos fue conocer vagamente, el 13 de diciembre, por rumores de los lugareños, que el máximo guía revolucionario estaba vivo e iba rumbo a la Sierra Maestra.

Recordemos que un tercer grupo, integrado por Juan Almeida, Ernesto Che Guevara, Camilo Cienfuegos, Ramiro Valdés, Francisco González, Reynaldo Benítez y Rafael Chao llegaría a Cinco Palmas el 21, aunque sin sus armas, un hecho que provocó el regaño severo del máximo líder revolucionario.

«Éramos entonces 15 sobrevivientes, con Fidel como guía emprendimos el camino a la Sierra Maestra. En aquellos días difíciles la regia personalidad de Fidel nos nucleó a todos», aseguró hace seis años Ramiro Valdés.

El 25 de diciembre saldría una pequeña tropa hacia las montañas. Otros expedicionarios y campesinos se sumarían antes del combate de La Plata, el 17 de enero de 1957.

Una «telaraña» solidaria

Gracias a la previsión de Celia Sánchez Manduley se había creado una red campesina de apoyo, sin la que hubiera sido imposible que Fidel, Raúl y otros expedicionarios hubieran sobrevivido.

En esa «telaraña» solidaria participaron muchos nombres, imposibles de enumerar, de los cuales los más conocidos, tal vez, son los de Crescencio, Mongo e Ignacio Pérez, Guillermo García, Hermes Cardero, Primitivo Pérez y Laurel Pérez.

Uno de los miembros de esa red, Primitivo Pérez, fallecido en 2002, narró a varios reporteros en 1996 parte del rencuentro: «A mí el día 18 me dan la cartera de Raúl, que él había entregado a Hermes Cardero como identificación. Era una licencia de conducción mexicana y yo la llevo al campamento donde estaba Fidel desde el 16. Este se emociona un mundo con la cartera, pero teníamos la duda de si era un guardia haciéndose pasar por él. Entonces me dice lo que tenía que preguntarle al hombre. Y allá fui, a la casa de los Cardero, a hacerle unas preguntas, sin hacer mucho aspaviento.

«Enseguida me doy cuenta: era Raúl. Y le pongo la nueva: “Fidel está cerca de aquí”. Se volvieron locos, querían ir a encontrarse con él. Pero le dije: “aguanta, a la noche venimos a buscarlos”. Y así mismito. Como a las nueve los conducimos hasta el Jefe, que estaba a unos dos kilómetros de distancia. Aquello fue lindo».

Nuevos encuentros

El 18 de diciembre de 1958, coincidentemente, Fidel y Raúl volverían a unirse en el campamento de La Rinconada, no lejos de Jiguaní. Se habían separado los últimos nueve meses de la guerra porque Raúl había partido hacia la Sierra Cristal a formar el II Frente Oriental. En esa cita hablaron precisamente de cómo acabar de ganar la contienda.

Y el 18 de diciembre de 1986, rodeados entonces de pioneros, sin soldados al acecho, los dos hermanos volvieron a abrazarse en Cinco Palmas. El líder histórico de la Revolución, al evocar el largo abrazo, calificó aquella tarde como «una de las más hermosas» de los últimos tiempos.

«Quiero expresar —expondría emocionado a una multitud reunida por la noche en las afueras de la casa natal de Celia Sánchez, en Media Luna— un sentimiento íntimo y el mismo optimismo de hace 30 años. El sentimiento de que ahora, juntas las viejas y las nuevas generaciones emprenderán un largo camino y puedo decir, como hace 30 años: ¡Esta guerra la ganaremos!».

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Sobre el autor: Juventud Rebelde

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