El primer recuerdo que tiene Omar González Santamaría de su niñez es estar rodeado de árboles. Rememora la etapa donde acompañaba a su padre en las labores de la tierra, y, según afirma, ese período lo preparó para enfrentar todos los contratiempos que le ha impuesto la vida. Además de la tierra, conoce la química, la agroecología y la pedagogía.
—¿Por qué escoger el magisterio como profesión?
—Cuando cursé la secundaria básica en la Martin Klein de Varadero, fui presidente de la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media, por lo que siempre me encontraba a la vanguardia. Por eso, cuando Fidel llamó a los jóvenes para integrar las filas del primer contingente de maestros Manuel Ascunce Domenech, no lo dudé y me incorporé a estas.
“A partir de ese momento comenzó mi interés por la pedagogía. Impartí clases a los estudiantes que pretendían especializarse en Química y Biología, desde mi posición como alumno ayudante, y luego concluí la Licenciatura en Educación. Mi trayectoria laboral continuó en el Instituto Superior Pedagógico de Matanzas, preparando incluso a quienes habían sido mis profesores en etapas anteriores.
“Sin embargo, la pasión por enseñar quedó en pausa ante una emergencia. En 1989 mi padre nos comunicó que ya no podría trabajar en la finca familiar, por lo que asumí la labor como campesino y agricultor”.
—¿Cómo fue el primer encuentro de Omar con la finca y los sembrados?
—Comenzamos a trabajar la tierra de manera convencional: utilizábamos insecticidas y abonos químicos, hasta que conocimos la agroecología y la agricultura sostenible. En ese instante comprendimos que era la vía para encaminar los cultivos.
“Realicé un diplomado en la Universidad Agraria de La Habana y aplicamos lo aprendido a nuestro sembrado. Luego fue posible cursar una maestría en la Universidad de Matanzas relacionada con este tema.
“Nuestra finca se convirtió en referente agroecológico. Demostramos cómo mejoraban las producciones y la tierra cuando se escogía el camino de la agricultura natural sobre la agresiva con el medio ambiente. Nos vinculamos a la Estación Experimental de Pastos y Forrajes Indio Hatuey y al proyecto Iniciativa Agrícola Local, gracias a los cuales ofrecí talleres y conferencias a campesinos”.
—¿Cómo llega entonces la moringa Omar?
—En uno de los eventos en que participé, un venezolano me preguntó si conocía la moringa. Cuando comencé a investigar comprendí que era la planta que en Cuba llamamos tilo americano. Recopilamos una serie de bibliografías y comenzamos a trabajar en los sistemas intensivos de producción de la planta, para alimentar a los animales e incorporarla a la dieta de las personas.
“Este sistema arrojó como resultado 500 toneladas de biomasa total en una hectárea, y publicamos los datos obtenidos en una revista vinculada a la Asociación Cubana de Producción Animal. Entonces conocí a Concepción Campa, quien ejercía como tutora de una tesis que abordaba la temática de la moringa en la Universidad de La Habana. Hasta ella llegó la información de cómo trabajábamos la planta y un día decidió presentarse para intercambiar con nosotros. Transcurrido un tiempo, le comentó a Fidel sobre nuestra labor, la moringa y el uso que podríamos darle por sus propiedades antioxidantes, anticancerígenas, antinflamatorias, y por la carga de vitaminas y minerales que posee.
“El Comandante quedó maravillado. La primera vez que conversamos vía telefónica intercambiamos durante una hora acerca de los beneficios de la planta. En la segunda llamada me pidió que le preguntara lo que quisiera sobre el tema, pues se había preparado para ofrecer una conferencia si fuera preciso.
“Tuve la oportunidad de visitar su casa y mostrarle personalmente toda la tecnología que aplicábamos para desarrollar varios programas, a partir de los cuales sustituir importaciones mediante la moringa”.
—¿Podemos afirmar que el estudio de la moringa le cambió la vida?
—Considero que sí. He ofrecido conferencias en varias regiones. Mantuve una relación de amistad con Fidel, me reconocen en todos los sitios por ello. Hemos aportado a la economía, y me ha impulsado a estudiar más sobre la tierra y las estrategias para mejorar el rendimiento de mis producciones.
—¿Qué más podemos esperar de Omar?
—Ya tengo 67 años, pero la edad no es un problema. Hago mías las palabras del Comandante Guillermo García: “Muero con las botas puestas”. Mientras la salud lo permita voy a trabajar la tierra; voy a luchar por Cuba. (Por: José Antonio Palma Enseñat y Arletis Arango Oña)
Muchas felicidades para Omar y muchos éxitos más