Pon un actor a interpretar a un sobreviviente del conflicto de Irlanda y Reino Unido o un refugiado de guerra palestino. Haz una película de ritmo lento y en blanco y negro, de largos diálogos, de planos contemplativos. Quizá si el director la lucha puede ganar un Oscar y un par de premios más en los circuitos de cines internacionales; si la lucha muy bien, puede crear una película de culto. Sin embargo, sabes que la taquilla nunca la acompañará.
No obstante, si a ese mismo actor le pones una capa y lo haces salvar Nueva York —por cierto, la ciudad más veces salvada en el séptimo arte, imagino que vivir ahí debe ser estresante, si cada dos días estás al borde de la extinción—, entonces tendrás un producto comunicativo promedio, que arrasará en la recaudación y que de inmediato contará con una secuela, o una saga.
En este sentido hay un pequeño monólogo en los Premios Mastropieros de Les Luthiers, el grupo de humor argentino que mejor lo describe: “Aquellos que dicen que yo me he comercializado no siguen mi obra. Hice Eduardo III, Enrique VI, y luego Batman XII”. Lo lucrativo de las películas de superhéroes es un hecho innegable.
Incluso, lo notamos cuando descubrimos actores respetados, de esos con sus buenos dramones donde se rajan el alma y te la rajan a ti, en papeles insulsos, no por el tiempo en pantalla, sino por el poco trasfondo y la banalidad del personaje.Hay pocos a quienes no les guste el dinero, y eso Hollywood bien lo sabe.
Muchas de estas franquicias (Iron Man, el Capitán América, la Liga de la Justicia) a simple vista pueden parecer vaciadas de contenido, y así es, pero sí están repletas de ideología. En Civil War, la tercera parte del Capitán América, uno de los conflictos que se maneja es que la ONU quiere controlar a los súper, con el criterio de que los héroes más poderosos de la tierra pueden salvar el planeta de una invasión extraterrestre así como destruirla si se ponen a jugar de manos.
El Capitán América enseguida se coloca en contra de esta decisión, porque no podían permitirse perder la libertad de actuar cuando el mal se extendiera. De inmediato extrapolé dichas escenas a la vida real, a la geopolítica, y recordé las x cantidad de veces que Estados Unidos (el Capi representa de forma antropomorfa y obvia a este país y a su política) ha ido por encima de resoluciones internacionales para llevar la paz en su rol de paladines de la justicia. No olvidemos la invasión a Iraq y Afganistán por la supuesta presencia de armas de destrucción masiva.
Así, de forma velada, con mucha brillantina y una violencia medida, porque el filme está destinado a toda la familia, la industria llega a las casas y a las mentes.
En el cine te dan palomitas de maíz radiactivas. Si no nos cuidamos, nos las zampamos de manera inconsciente, concentrados en los efectos especiales y la parafernalia.
Últimamente, como ocurre en gran parte del mercado audiovisual occidental, intentan ofrecer productos más inclusivos.
Hace poco Marvel estrenó una serie con la primera heroína musulmana; y por parte de DC, Aquaman pasó de ser un rubio de ojos azules a un maorí. Sin embargo, estos son cambios en la forma, no en la esencia. Los argumentos aún nos presentan situaciones monotemáticas, donde al final el héroe abrazará su naturaleza heroica y salvará el día. Nunca pondrán el sistema en entredicho, aunque este sea el creador del conflicto base. Cuando más, depurarán a algún funcionario corrupto y todo volverá a la normalidad.
Este texto no tiene como función convertir los súper en villanos ni los villanos en tipos incomprendidos, ni condenar al olvido a todo audiovisual que represente esos universos nacidos en los cómics. Existen proyectos que, aunque no abandonan del todo las palomitas radiactivas, han alcanzado altos niveles artísticos.
Dentro de estos citaría la trilogía de Christopher Nolan de Batman, la película y la posterior serie basadas en The Watchmen, novela gráfica de Alan Moore, o la reciente versión de The Sandman, adaptación de la historia de Neil Gaiman.
Incluso, se han llegado a filmar verdaderas parodias que critican los estereotipos de estos productos. En dicho campo, mencionaría la serie de Amazon Prime The Boys, de la que quisiera hablar en un texto próximo.
Más allá de todo, hay que reconocer que para aquellos a quienes les gusta, como a mí, son películas o series en extremo entretenidas. Se esfuerzan para que lo sean y usan todos los trucos del manual en ese sentido.
Mas, en la medida de lo posible, hay que acercarse a ellas como espectadores críticos y no dejarse arrastrar por tanto trapo de colores y edificios que lanzan por los aires.