Se ajustó bien las botas y puso cuanto había de comer en el jolongo de las “mil batallas” porque la jornada sería agotadora. Esperó que amaneciera, así podría moverse con relativa facilidad por los farallones y riscos de piedra que adornan gran parte del litoral costero del este de la Bahía de Cochinos: un área de relevancia internacional, protegida por el estado cubano bajo la Categoría de Elemento Natural Destacado que responde al nombre de Sistema Espeleolacustre de Zapata, bautizado así por el Dr. Antonio Núñez Jiménez, aludiendo a la conjugación del carso y las aguas en la región, que conforma el drenaje más complejo de la isla de Cuba.
La caminata tendría como objetivo localizar una laguna de la que le había hablado su tío, incansable explorador en su tiempo, que ahora se fascinaba al ver a alguien de la familia seguir sus pasos, ya que los años y la salud no le permitían aventurarse por los espesos bosques de su querida Ciénaga de Zapata.
«En dicho accidente -contaba- la familia, principalmente el abuelo, solía como es tradición arraigada en el Humedal, reunirse para pescar y disfrutar del entorno mágico que la rodea». Otro incentivo había sido la descripción de una pequeña “solapa” que alberga murciélagos fruteros y golondrinas de cueva y al atravesarla de un extremo al otro se puede acceder al mencionado espejo de agua. Movido por las leyendas de piratas en torno a estos lugares, el joven se imaginaba las escenas más pintorescas, cargadas de misterios y peligros, en las que la adrenalina sobrepasa los niveles normales para darle paso al cuerpo por estos agrestes parajes.
Al pasar el mediodía continuaba caminando sin parar y aunque no estaba perdido, la desesperación se apoderaba de él a cada rato. Solo le devolvía la calma la aparición de alguna grieta de la línea de falla tectónica que caracteriza la zona, lo que le hacía calcular que se movía en la dirección correcta. Se tomó unos diez minutos para comer algo y refrescar la garganta con un poco de agua, “quizás -balbuceó-hoy no sea el día, y tenga que quedarme hasta mañana, pero voy a chocar con ella”. Si algo caracteriza al cenaguero es su obstinación: ella ha moldeado su carácter desde sus antepasados hasta hoy y no es costumbre abandonar una empresa de este tipo y mucho menos cuando la ha asumido como un compromiso familiar, personal, espiritual. Cortó unas ramas, las acomodó a modo de colchón sobre el suelo empedrado, agregó algunas hierbas para lograr mayor suavidad y con calma esperó la noche como quien se encuentra en casa. Por suerte durante esa época del año los mosquitos no constituyen un problema y a diferencia de otras zonas no hay que temer la presencia de cocodrilos ni otros animales peligrosos.
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El nuevo amanecer lo sorprendió aún en el suelo, había dormido profundamente hasta que una gota de rocío le cayó en el rostro. Cerró los ojos nuevamente para disfrutar unos minutos más la tranquilidad del bosque. Sus sentidos se agudizaron, pudo viajar a través del matorral unos cuantos metros más sin necesidad de moverse y advirtió algo inusual: entre lo árido del bosque muchas aves cantaban, entre ellas los incomparables cantos de los tocororos sobresalían como campana de iglesia de un pueblo pequeño. Por experiencia esto suele suceder cuando existen cuerpos de agua o zonas húmedas que les proveen del preciado líquido y además potencian el crecimiento de especies de la flora que sirven de recursos alimenticios. Se emocionó hasta el punto de dejar atrás su improvisado campamento con las pertenencias, error fatal si no hubiese estado seguro de lo que vería. Se abrió paso entre arbustos espinosos y lianas de todo tipo, los curujeyes aparecían por cientos ante él para reafirmar que estaba en lo cierto. La humedad se sentía en la piel, pero no podía ver más allá de unos escasos quince metros por la espesura del bosque, hasta que el estrepitoso sonido de quizás algún pez en el agua le orientó. No tuvo otra alternativa que sentarse en el borde de las rocas que la bordeaban a contemplar semejante creación de la naturaleza. Ante sus ojos pasaron miles y miles de años en un solo barrido.
(Por: Lic. Yoandy Bonachea Luis)