
Es sábado y el cuerpo lo sabe. Siento mis huesos pesados como si fueran los hierros de una Termoeléctrica y en la frente, donde debería estar el tercer ojo del chakra, un martilleo constante. Es sábado y el cansancio de la semana me tiene bobo, como si andara a media máquina. Se acumulan en mi pocas horas de sueño REM, demasiado trabajo pendiente y tres toneladas de cernido de sol. Es sábado y yo solo quiero tomarme una cerveza y por ello he salido a patear la ciudad.
Como andamos a principio de mes tengo en el teléfono mi salario casi completo, menos unas dos o tres libras de picadillo y una esponja para fregar. Además, cargo con la testarudez del cubano a quien se le metió una idea en la cabeza y no parará hasta lograrlo.
Cazo las sombras en las aceras para escaparme del sol rabioso de las tres de la tarde e, incluso, así la camisa se me pega a la espalda, bajo y me asquea mi propio cuerpo. Llego a una MIPYME a dos cuadras de mi casa. Hay tremenda cola y lo peor la mayoría que compra ahí lo hacen a lo grande, porque después revenden los chupas chupas o las galleticas con una multa de cuarenta o sesenta pesos.
Después de media hora logro que una dependiente me haga el pedido en la neo-shopping. En efectivo tengo, si mi cuenta no falla, unos 140 pesos, la cerveza más barata, la Hollandia, se monta en unos 180.
Le pregunto si aceptan transferencia. Me comenta que solo por EnZona. Veinte veces he intentado crearme una cuenta allí y aún no logro dar pie con bola.
Sé que soy un nativo digital, pero en ocasiones con este tema de la bancarización más que un nativo, me siento un indio que aún cree que en la parte de atrás de los espejos hay alguien igual a nosotros que imita cada uno de nuestros movimientos. Ahí encerraron la burla de nosotros mismos.
Me siento así, burlado, sin embargo, yo solo quiero una cerveza, no importa cómo, así que abandono mi barrio y me acerco al centro de la ciudad. Ahí donde se encuentran la mayoría de los negocios quizás tenga más suerte.
Me dirijo, directamente, a un hotelito de ciudad que sé que venden barato y aceptan pago por transferencia. No prestan servicios porque no hay corriente y la planta la encienden par de horas en la noche nada más. Miro hacia las ventanas de las habitaciones que se ven en la fachada después que el custodio me azora, ¡Pobres, turistas!
Sigo mi camino, porque señor, sí usted, usted mismo, yo solo quiero, por lo más grande, una cerveza, porque es sábado y el lunes pronto saltará sobre mis costillas.
Llego hasta otro negocio particular. En este no aceptan transferencia o sí, pero ahora no, o sí, pero más tarde, porque cuando falta el fluido eléctrico no llega el mensaje de confirmación y entonces es un lío, porque ella no es la dueña, imagínate tú. Me suelta una muchacha de unos veinte años que mientras habla el palito de una chambelona entre sus labios realiza símbolos cuneiformes en el aire.
Avanzo unas cinco o cuatro en búsqueda de un circuito donde sí haya corriente. Detrás de las rejas de algunos ventanales o después de las puertas abiertas de algunas casas en mostradores y banquitos ofertan cerveza; pero en ninguna de ellas, estoy casi seguro, aceptan pago eléctronico. No gastaré la poca esperanza que me queda.
Al fin choco con un pequeño contenedor que acomodaron como cafetería. No hay cola y el bombillo encendido en el techo ilumina al dependiente, como ángel dubitativo, que mira reels mosqueado en su teléfono. En un costado impreso en una hoja que pegaron con precinta está el QR. «Póngame una Hollandia ahí, asere» y mientras la pedía fui feliz, tremendamente feliz.
El muchacho levantó la vista de la pantalla. Están media calientes, asere, aquí nos han dado duro con el tema luz, o algo así me dice. Sé que fría se la toma cualquiera y caliente solo los verdaderos; sin embargo, quiero tomarme una cerveza cómo debe ser, que parta el alma de lo fría que está.
Como ando de pésimo humor ya, le solicito que me enseñe una, reconozco que lo hice por joder, porque me molestó la cara de «yo no fui», esa ligereza de muchos de nuestros dependientes que desespera, con que me contestó. Estaba caliente en verdad. Hollandia es el infierno con cobertura de aluminio.
No pedía mucho, señor, una cerveza nada más, ni dos ni tres solo una. Escribo esto y cierta parte de mí se siente como un niño pijo, porque sé que hay quien la economía familiar no le permite comprarse una cerveza nada más, ni dos ni tres, solo una. Sin embargo, quiero que este sábado me perdonen por este capricho. Con tantas limitaciones que nos rondan, el mal dormir y el mal querer y el mal vivir, señor, yo quiero tomarme una cerveza, porque lo demás, por ahora, no lo podré resolver. Quizás en la vida necesitemos esos pequeños alicientes para no dejarnos vencer.
Pensaba todo ello, mientras regresaba a casa. Una señora me saca de mis cavilaciones. «¿Muchacho, chupa chupas?» Creo que la reconozco de la cola del primer lugar al que fui. Con los inútiles ciento cincuenta pesos en efectivo en la cartera me compro uno. La derrota es dulce y sabe a fresa, pienso. Mañana saldré de nuevo en mi misión de búsqueda y captura. Ya verán si no me tomo una cerveza, ni dos ni tres, solo una, y una que te parta el alma.
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