
Cuando se investiga un año o se analiza su resumen en noticiarios, textos y soportes varios de cualquier plataforma, lo primero que aparecerá serán los principales hechos. Difícil que aparezcan los anhelos, las frustraciones y las aventuras personales que han movido al mundo tras el telón de las pantallas de la información.
En 2024 hubo de todo, en Cuba y el resto del planeta. Hace horas de su despedida y todavía se siente cerca, como si se resistiera a partir para siempre. Fueron otros 365 días, más el 366 por bisiesto, donde la gente vivió como mejor supo hacerlo, en cualquier lugar, ante cualquier conflicto.
Según el horóscopo chino le tocó llamarse año del Dragón, y a ratos escupió fuego. Por ahí afuera, a simple vista, olimpiadas controvertidas, guerras, acontecimientos diplomáticos y culturales que ya están inscritos en Wikipedia. Por aquí dentro, otro tanto de lo que la suerte nos depara a nosotros, en nuestras luchas diarias y el encaramiento constante con el mañana.
En 2025 también habrá de todo, a la vez y en todas partes. Es inevitable, imparable. Cada año nuevo es como un alud de desconcierto que te cae encima, que tarde o temprano, durante el paso de cualquier estación, te hará sentir su peso. Porque la vida sigue y no entiende de pausas ni de respiros. A veces decimos que es “una cabrona” para bien, otras veces para mal, pero lo cierto es que sigue a las riendas.
Lo mismo nos dispone una alegría que una tristeza, un abrazo que un rechazo, un éxito que una derrota. ¿Por qué la seguimos aderezando de ese… de ese halo especial, de esa peculiar melancolía, cuando llega la primera madrugada de enero? ¿Por qué nos acongoja si la vivimos solos, mirando el programa especial de turno en la TV si hay corriente? ¿Por qué nos acongoja igual si la vivimos en familia, en ese abrazo grupal donde el corazón bombea más duro que los cañonazos de las 12?
La respuesta estará en la propia condición humana, me imagino. Por adversos que sean los tiempos, un motivo que se me escapa hace que sigamos ahí, reuniéndonos los que podemos, los que quedamos, en honor a lo acostumbrado y una vez más de frente a lo desconocido. Tal vez porque lo desconocido se enfrenta mejor en familia.

Hasta el tantas veces pronunciado “Feliz año” se vuelve relativo si tú mismo no te sientes feliz, o no crees que el destinatario de tu deseo llegue a serlo en los próximos doce meses. Muchas cosas pueden mediar para ello. Basta un reciente golpe de la emigración, o tan solo un 31 sin poder costear las tradiciones.
Vivimos tiempos de videollamadas transoceánicas, de crisis electroenergéticas, de precios elevados, de problemas para los que esperamos solución. Cada año es juzgado por patrones del anterior y bajo expectativas del siguiente. En medio de todo esto, la Nochevieja viene a importunar a los deprimidos con su llamado a la esperanza y a la fe en que las cosas mejorarán, sin prometer un cuándo ni un cómo.
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Por tanto, a estas alturas del tiempo y de lo que llevamos de 2025, pesan dos opciones cuando nos (re)encontramos con las personas apreciadas, a las que desde el 2024 no veíamos, o quizás antes. Desear felicidad, porque todavía tiene sentido, porque su búsqueda sigue siendo el motor de todo… O no desearla porque no la sentimos próxima, y suplir con una frase manida como “Cuídate” el vacío de otra frase manida que aspira a bendecir todo un año.
Cuando la realidad no responde a las necesidades de alguien que sufre, que envejece más por dentro que por fuera y a quien la prosperidad descuidó en su reparto siempre insuficiente… Uno se lo piensa hasta para felicitarle. Y si recuerdas tus propios dolores, tu propio parecido con aquel que compadeces, hasta puedes llegar a preguntarte de dónde sacar razones y fuerzas para desear tanta felicidad.
Elijo creer que sí, que vale la pena ilusionar un poco al abatido, pues tal vez de enero a diciembre no vuelva a recibir la buena voluntad de nadie salvo la tuya. ¿Te imaginas que el poder contradictorio de un “Felicidades” haga la diferencia? ¿Que, aun sabiendo triste y sola a aquella anciana, o dolido por la partida de su hijo a aquel padre, consigas así darles más de lo que en voz de nadie esperarían?
Ojalá, más que un deseo de rutina, fuese una respuesta.