Todo lo que no me gusta es woke

Cultura Woke: discriminación de los inclusivo

Las nuevas formas que encuentran el racismo y la discriminación para esconderse en conceptos tan ambiguos y amorfos como el wokesismo nunca dejarán de sorprenderme. Incluso aburrirme, cuando una persona critica un producto televisivo o cinematográfico tildándolo de “demasiado inclusivo”, “forzado” o “woke” la conversación pierde cualquier mínimo de atractivo. Es ahí donde sale a flote una histeria colectiva que nos atrasa como especie y nos convierte en especuladores ignorantes de la historia del showbusiness, del cinema o la televisión.

Cuando todo esto empezó había que cumplir con una serie de requisitos, Hollywood se había convertido en la meca productora y distribuidora de películas alrededor del mundo. Sería opacada décadas después cuando Europa y América Latina dijeron basta y empezaron a hacer sus propias películas, con sus propias historias y sus propios personajes. Nuestro país fue vendido y prostituido en cuanta película hecha en el extranjero apareciese, nuestras mujeres siempre eran exóticas y excitantes.

Lo woke, lo forzado, lo inclusivo son adjetivos con los que determinado grupo ha sabido encasillar producciones que no se ajustan a los patrones receptivos con que fueron construidos.

Los héroes de acción han cambiado, pasamos de Rambo a John Wick, los requisitos necesarios para convertirse en actores y actrices han cambiado, el star-system murió hace décadas, las historias de los años cuarenta y cincuenta se han quedado atrás en determinados aspectos: los roles de género que proyectaban han quedado desactualizados y muchos conflictos normalizados, la visibilización de minorías ha aumentado, y su aparición no queda relegada al absurdo o la pantomima.

Ahora bien, el arte de contar historias es también la industria de contar historias. Desde la literatura hasta el cine, pasando por la televisión, los videojuegos y la música, el objetivo principal de productores y editores ha sido siempre el de generar ingresos. Es un pacto tácito entre editor/productor y artista que ha aguantado admirablemente al paso de los años y se ve amenazado por el arte independiente, por lo indie.

Como resultado de esta búsqueda económica los encargados de estos departamentos estudian al público moderno y lo satisfacen, lo llevan de la mano, he ahí donde empieza todo a torcerse y donde personalmente empieza lo forzado.

Situaciones pobremente escritas con personajes peor escritos sin trasfondo dramático. Mecánicas de publicidad que funcionan como enganche para atraer espectadores al cine o a un servicio de streaming.

El refrito del refrito, la misma película de hace unos años, pero ahora en live action o con un protagonista distinto. La industria cultural nos acostumbra a convertirnos en un hámster dentro de una rueda, a girar y girar con la misma comida día tras día y fijándonos solo en lo que tengamos de frente.

Podemos encontrar personas que consideran cualquier producción como woke, por el simple hecho de tener como estrella a una mujer. He llegado a escuchar que Los Juegos del Hambre siempre lo fueron, incluso Lara Croft, personaje principal de Tomb Raider.

El nuevo Hombre Araña, Miles Morales, a pesar de ser un personaje animado ha sido criticado como ejemplo de inclusión forzada en el séptimo arte y su creador amenazado de muerte; el éxito en taquilla y crítica de obras de directores como Alejandro Gonzáles Iñárritu o Guillermo del Toro han sido reducidos a su condición como mexicanos en una industria extranjera en tiempos modernos.

¿Cómo y dónde encontrar un balance que explique la modernidad de las herramientas narrativas y a la vez estudiar el fenómeno de productoras capaces de hacer cualquier cosa con tal de escandalizar en las redes sociales y llamar la atención? ¿Dónde ponerle punto final a una discusión que lleva siendo punto de atención más tiempo del necesario, convirtiéndose en un asfixiante tema de conversación?


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La necesidad imperante de grupos racistas ha quedado impresa en el internet y compartida por millones alrededor del globo hasta crear una narrativa de odio que convierte cualquier historia en un nido de polémicas. Negros, mujeres, homosexuales, transexuales, emigrantes, todo lo que se aleje del imperativo clásico es una amenaza a los buenos valores narrativos y estéticos.

El conservadurismo ha encontrado una nueva punta de lanza aquí, junto con las restricciones a derechos reproductivos, la desinformación y la falta de libertades. Se dice que nos estamos pasando de la raya; siempre lo hemos hecho, solo que ahora podemos presenciar mediante una pantalla pequeña todo lo que ocurre en el mundo, y no vale asombrarse con nada.

Ya no basta decir que si algo no te gusta no lo veas, ahora es necesario decir que los wokes lo están arruinando todo, que son la lacra a eliminar, la casta que necesita ser removida de la existencia humana, la generación de cristal que se ofende con todo.

No hay espacio para un debate sano o enriquecedor, cualquier intercambio se transforma rápidamente en una guerra de insultos. La polarización ha llegado a todos los niveles de la humanidad y al parecer será muy difícil deshacernos de ella.


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Sobre el autor: Mario César Fiallo Díaz

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