Soy la joven del futuro. Foto: cortesía de la autora
El ómnibus rechina sus frenos al detenerse en la parada. Exhausta de un largo día frente a los libros, con la mirada encuentro un asiento en el que descansaré la hora y media de trayecto a mi casa. En cada pausa, sube una que otra persona, algunos con bastón y otros con rostros cansados. Una joven, 18 años parece, aborda la guagua con una pequeña niña aferrada a su cuerpo. Las señoras de atrás, ataviadas con ropas coloridas, murmuran entre ellas con miradas inquisitivas en la muchacha. “¿Tan joven y ya tiene una hija? No creo que esté preparada para asumir la responsabilidad de madre, es muy joven todavía. Los jóvenes de hoy en día que irresponsables son. En mis tiempos, a esa edad, no se nos permitía ni salir solas de la casa”. Ignoro el comentario acomodando mi cabeza contra el frío cristal de la ventanilla. Cierro los ojos y busco un poco de tranquilidad en la música que sale de mis auriculares. ¿Por qué no puede ser su hermanita o prima?, pienso.
De repente un señor, de edad avanzada y una expresión de desaprobación, con voz áspera resuena por encima del motor. “¡Ya no hay respeto por la gente de edad! ¿Qué les pasa a estos jóvenes? No tienen un ápice de educación. ¿A qué van a la escuela?, solo piensan en divertirse, por eso no saben cómo comportarse. ¡Claro, a ellos les da igual, total, no han vivido lo que nosotros hemos vivido!”. Hace unos minutos un muchacho ayudó a una señora, quizás no lo notó, o se puso celoso porque no le dieron el asiento a él, pienso.
Un vago cansancio se apodera de mí. La respiración se entrecorta, la mirada se vuelve borrosa, los párpados pesan y una ligera punzada en mi pecho comienza. Es mi compañera de vida, la tiroides, haciendo acto de presencia en su juego travieso que deja rastro de debilidad. Con tareas simples como subir las escaleras o caminar un poco más de lo usual, o en este caso, la falta de ventilación por la cantidad de pasajeros, hace que esa pequeña glándula se rebele con una fatiga. La controlo con pequeños trucos: hidratarme, cerrar los ojos, respirar profundo y relajarme con la música. Continúo recostada y perdida en mis pensamientos, olvidando por completo que debía ayudar al señor.
Mi celular agoniza, a punto de expirar. Aún tengo que guardar algo de batería para llamar a mi mamá cuando llegue a casa. No me queda otra opción que quitarme el filtro de la música en mis audífonos y percatarme de que la guagua se convierte poco a poco en un escenario de murmullos, chismes y comentarios.
El señor capta toda la atención con su letanía de quejas y las señoras de atrás, en su papel de coro, asienten con la cabeza y agregan sus propios comentarios a cada frase dirigida como flecha envenenada, a una generación que ellos encuentran perdida, a la que yo, sin quererlo, pertenezco. “Antes, nosotros no nos quejábamos”, dice una, mientras acomoda su bolso en el regazo. “A esa edad ya trabajábamos y ayudábamos en la casa”, agrega otra, romantizando el pasado. “¡No teníamos tiempo para estar de holgazanes jugando con esas cosas que tienen ahora!”, exclamó señalando el celular. “Quieren todo sin esfuerzo, sin sacrificio”, continúo su discurso aquel señor, quien se creía portador de la verdad.
“Antes la gente era más humilde, más sencilla, ahora todo es competencia e individualismo, no hay solidaridad, no hay nada”, dijo una de las señoras. “¡Yo a esa edad ya tenía tres hijos y me hacía responsable de la casa!”, exclamó otra. “Esta juventud está perdida, que será del futuro”, “la educación de ahora no es la misma, ya no van ni a las bibliotecas”, “los jóvenes de hoy no saben lo que es el amor verdadero, antes las parejas se querían para siempre, ahora todo es pasajero y se separan por lo mínimo”, “no saben disfrutar de la vida, no se reúnen en un parque, ahora están todo el día conectados”, “no tienen vocación, solo quieren un trabajo que les de dinero”, “la música de ahora no tiene nada que ver con la de antes, por eso la juventud está como está”, cada frase hiere más que la otra, pero mientras la guagua avanza, las personas se bajan en sus respectivas paradas y los comentarios cesan.
Aun así, tengo un nudo en la garganta. Me siento como un insecto atrapado en una telaraña, pero de prejuicios, de generalizaciones, de un juicio que me condena sin darme la oportunidad de defenderme.
La juventud es asociada a la energía y la vitalidad, pero, levantarse a la 5 de la mañana para llegar a tiempo a la universidad o al trabajo, después de clases o de una jornada laboral, volver a casa, hacer la tarea, estudiar o ayudar en el hogar, encontrar tiempo para comer, dormir y tener algo de vida social, es una agenda que, aunque no lo parezca, no da respiro. Muchos jóvenes ayudan a sus familias, tanto en el quehacer doméstico como en lo económico. Preparar la comida, limpiar, lavar la ropa y cuidar a hermanos menores, suma horas de trabajo físico que pueden ser agotadoras.
De pequeña me enseñaron que ceder el asiento en el transporte público es un acto de consideración hacia aquellos que pueden necesitarlo más que nosotros, embarazadas, personas con movilidad reducida, de edad avanzada, o con niños pequeños. Pero nunca imaginé que no ofrecer mi lugar causaría tanta controversia.
Señor, intento entender su frustración, pero no te di mi lugar no por falta de voluntad, sino porque me encontraba en una situación difícil, sufro una lesión en la rodilla que me provoca dolor al sentarme o levantarme. No te di mi lugar no porque sea irrespetuosa, tengo una enfermedad que aparece como fantasma, se alimenta de mi energía y hasta podría desmayarme. No te di mi lugar no porque sea apática, es que estoy despierta desde temprano y yo también me canso.
Pero no me conoces, no sabes mi situación, mi historia. Es más fácil decir que yo soy la joven, la irrespetuosa que se atreve a sentarse, la que no cede su lugar a un anciano que se cree merecedor de un trono por derecho propio, por ser mayor. Que yo soy la joven, la grosera que juega en su celular para evitar escuchar los comentarios que me culpan por ser el futuro. Que yo soy la joven, a la que tachas de irresponsable por no enfocarme en encontrar un trabajo estable, por tomar la diversión como parte de la vida, por soñar con viajar y conocer nuevas culturas. Que yo soy la joven, la insensata que se abruma por la presión académica, la que busca un sistema educativo más personalizado y adaptado a sus intereses. Que yo soy la joven, la que pierde la capacidad de conectar con la gente real por comunicarme a través de internet y las redes sociales. Que yo soy la joven, la que aún no tiene hijos ni la responsabilidad de una casa por querer vivir la vida al máximo.
Pero sí, yo soy la joven, la que se enfrenta a oídos sordos cuando expresa su opinión, deseo o necesidad, como si no tuviera experiencia o la sabiduría suficiente para tener voz propia. La que se enfrenta a un mundo complejo, con desafíos que nunca antes había imaginado. La que se enfrenta a un proceso de aprendizaje, de descubrimientos, de errores y aciertos. La que se enfrenta a un ciclo de expectativas, a la presión por el futuro, la incertidumbre, la soledad. La que se enfrenta a una búsqueda de identidad que se siente más intensa que nunca.
El motor del ómnibus se apaga levemente. Llego a mi destino después de aquella prueba de fuego en la que me enjuiciaban. Un suspiro de alivio escapa de mis labios. El peso de las palabras aún resuena en mis oídos. Una señora, cuarentona, me dirige una mirada amable. “No todos los adultos pensamos de esa manera”, dice y se marcha.
Sus palabras me recuerdan que no todos los comentarios son negativos y con malas intenciones. Los adultos, la generación anterior, también tuvieron sus propios desafíos, sus propias luchas. A veces, simplemente reflejan sus experiencias, miedos y anhelos en nosotros. Sus palabras no siempre son un ataque personal. Comparten consejos útiles que nos ayudan a navegar por la vida, faros de luz en la oscuridad.
Ser joven no es un periodo de inmunidad a los errores. Todo lo contrario. Soy una joven que se deja llevar por la euforia del momento y olvida las consecuencias. La que busca la satisfacción instantánea. Yo soy una joven que, a veces confunde la libertad con la irresponsabilidad. La que en ocasiones es impulsiva, arrogante y soberbia. Yo soy una joven que piensa que todo se lo sabe y no escucha la experiencia de los demás.. Yo soy una joven que tropieza una y otra vez con la misma piedra. Pero, sigo siendo la que busca, la que se levanta, la que aprende, la que construye, la que lucha por ser mejor, por ser más consciente, por ser más responsable, por ser más humana. Yo soy la joven del futuro, y el futuro ya está aquí.
(Por Liennis Alcolea Romero, estudiante de Periodismo)
La felicito por ser joven estudiante de periodismo y por el reportaje tan ameno inteligente y reflexivo
Soy asiduo lector del diario Girón y me encantan este tipo de trabajo como lo hacen sus compañeros periodista jóvenes como ud
Le auguro futuro como periodista y además la juventud no está perdida al contrario existen muchos jóvenes con valores humanos éticos con educación y deseos de ser mejores personas
Deseándole salud éxitos en los estudios y optimismo por un futuro mejor
Amo a la ciudad de Matanzas