Nostalgias de un mochilero: El tractorista temerario. Foto del autor
Para algunos la temeridad es esa ausencia de miedo que te impulsa a cometer aventuras arriesgadas por el simple deseo de desatar la adrenalina. Para otros, en cambio, es simple despiste.
Porque cuando mi amigo me preguntó si me atrevía a conducir aquel tractor, no esperó mi respuesta, simplemente soltó el timón y no me quedó más remedio que sujetarlo, sin una idea clara de cómo dominar ese demonio tambaleante que atravesaba los charcos a su libre albedrío aun cuando me empeñaba en girar el timón para evadirlos.
El armatoste no me obedecía por más que yo intentara mantenerlo sobre el camino lleno de protuberancias que se ocultaban bajo una especie de manto color chocolate, que se volvía acuoso y muy espeso cuando sentía el peso de las ruedas delanteras siempre trastabillantes.
Las ruedas traseras del tractor solo se encargaban de lanzar el lodo sin dirección precisa, lo mismo caían en el techo, el retrovisor que en mi propio rostro.
«Hasta aquí llegó mi incipiente carrera de periodista», pensé cuando vi a lo lejos una bifurcación en el camino.
En tan apartado paraje, donde se encontraba el macizo arrocero de Calimete, tardarían horas, quizá días, en rescatar a un tractor enterrado en pleno humedal, donde la vista se perdía entre las extensas plantaciones.
El aparato de los mil demonios continuaba sobre el camino atravesando los charcos con desmesurado frenesí. Más que el terror a perder el control total de la situación, me inquietaban las carcajadas estridentes de mi acompañante, como si encallar arrozal adentro no representara un grave problema, sino un momento hilarante de esos que se rememoran en una noche de jolgorio y placer.
Para mí, en cambio, se trató de uno de los instantes más peligrosos de mi existencia, sobre todo al intentar mover el timón en aquella bifurcación del camino y no lograrlo. Justo cuando me vi volando sobre los canales de agua para luego caer sobre una punta de arroz con espigas nacientes, mi amigo, con un solo movimiento de su dedo sobre el timón logró enrumbar el equipo, que obedeció como bestia a su amo.