El cubano Bebeshito en un concierto. Foto: Instagram
Puede encantarte, pero puede que no, que te asquee. Puede que te tapes los oídos, mientras piensas que si seguimos así el fin de la humanidad se acerca, en una especie de Ragnarock Repartero. Sin embargo, no puedes escapar de él.
El Reparto, esa variante del reguetón local con influencias de trap e incluso algunas similitudes rítmicas con el guaguancó y la rumba, te asalta desde cualquier sitio: las motorinas eléctricas que parecen carrozas de carnaval, bocinas portátiles que se asemejan a las maletas con rueditas de los emigrados, en las discotecas, en los bares más chics. Quizás el fenómeno no te agrade; mas, resulta imposible ignorarlo por los altos niveles de consumo que posee en la población, sobre todo entre los más jóvenes.
Unos días atrás ocurrió un suceso que volvió a colocar al género bajo el escrutinio público. En un concierto de Oniel Bebeshito, una fan se le arrojó encima en el escenario de forma brusca, y la seguridad del espectáculo —como testigos quedaron varios videos que puedes hallar en las redes— la maltrató al utilizar una fuerza excesiva. Esto desató la polémica entre los que criticaron a los encargados de la protección del lugar y los que opinaban que fueron justas las medidas aplicadas a la muchacha por lo intempestivo de su accionar.
El cantante asegura que los guardias de seguridad que interceptaron a la joven no pertenecían a su equipo privado, sino al sitio donde se desarrollaba la actividad. La fan, en entrevistas que le han realizado, declaró que su intención no iba más allá de poder abrazar a quien considera un ídolo.
Esta práctica, la de subirse encima de los escenarios para palpar o sentir al artista, no se inventó en Cuba, sino que resulta común en muchos shows dentro y fuera del patio. Por ello, en los eventos de este tipo se suele colocar seguridad para evitar el descontrol o altercados innecesarios. No obstante, la tarea de este cuerpo provisional de protección radica ahí mismo: en poner orden y velar por la disciplina; no en aplicar un exceso de fuerzas que, fácilmente, se puede interpretar como maltrato y que, en realidad, no se encuentra entre sus funciones.
Hace unas semanas sucedió otro evento relacionado con el Reparto, quizá de naturaleza diferente, pero en el que, igualmente, la violencia tomó protagonismo. En un concierto en la Finca de los Monos en La Habana por el inicio del verano, se desató una riña multitudinaria donde, aunque no hubo muertos como se propagó por las redes en una fake new, sí heridos.
Como toda variante musical, vende un estilo de vida y una visión de la realidad determinada. Desde el origen de su nombre se desvela por dónde provienen sus derroteros. Los repartos en algún punto constituyeron una posible solución al problema de la vivienda, que aún prevalece en el país; pero se convirtieron muchos en áreas aisladas y con hacinamiento que creó y reprodujo un cierto tipo de marginalidad.
A ello se suma el impacto social -y en la escala de valores- de la crisis económica iniciada en la década del noventa en Cuba, donde la individualidad comenzó a ocupar espacio en la conciencia colectiva arraigada en el pueblo, lo cual dio pie al surgimiento del posmodernismo; aunque, como hablamos del Reparto, pienso que sería más adecuado llamarlo po-po-posmodernismo.
Entre los mensajes más recurrentes dentro del género se halla la ostentación y la especulación. Esta última no en su acepción real, que va de analizar un fenómeno sin dominar todos los elementos para realizarlo; sino la criolla, la de alardear de riquezas, talentos varios o vigor sexual mayores que las del prójimo.
De este modo se crea y propaga una masculinidad competitiva y tóxica que puede conducir a la violencia; y por su parte, a la mujer —en muchas ocasiones, no siempre— se le asume como una propiedad del hombre, igual a un automóvil —puede ronronear, pero no tener voz propia— y por tanto sin libre albedrío sobre ella misma.
La popularidad del Reparto, hecho que resulta innegable, como expuse en el primer párrafo, indica que el po-po-posmodernismo ha calado hasta los huesos de esta Isla. Sin embargo, por lo pronto, seguirá por aquí. Las estrellas del movimiento, muchas de ellas fugaces, como ha sucedido con varios de sus exponentes, se convierten en figuras públicas de gran alcance. Provocan un frenesí cultural, digamos que desembocan en sucesos como los acaecidos en Camagüey en el concierto del Bebeshito, en el cual a los guardias se les fue la mano al alejarla del escenario.
La solución no se halla en llevar a cabo una cruzada santa. Eso no resolverá nada, porque sencillamente regresan a sus inicios, cuando esta música se movía por canales underground: de hecho, aún hoy mucha de ella lo realiza de dicha forma. Tampoco va de satanizarla, porque no todos sus temas exacerban la vulgaridad y en ciertos espacios recreativos se agradecen, un buen perreo puede reiniciarte el día, y su nivel de influencia en la juventud es notable.
No está de más advertir a las audiencias sobre los códigos contraproducentes (machismo, egocentrismo, violencia, ambición desmedida) que promueven; y a la vez, dejar clara la idea de que en disímiles ocasiones se trata solo de entretenimiento, una manera de generar espectáculo y, por tanto, ganancias monetarias.