Una mujer controla la entrada de botes que, de forma muy rústica, son deslizados sobre las rocas en la comunidad de Guasasa, en el Humedal
La ciénaga tiene otros rostros allí donde nadie busca, donde los propios no quieren llegar
Dedicado a Yamila Sánchez
El polvo eterno de esos caminos cuenta la historia presente y pasada pero otea el horizonte y no vislumbra alguna novedad. Hay una especie de vacío innombrable que se adueña de gran parte del humedal más profundo. Para algunos tiene que cerrar con el triunfo certero de la civilización. Los viejos, esos que hubieran muerto antes de sacrificar sus raíces y su paz, se han ido para no volver, o se trocaron en turba, soplillo, mangle… polvo que vuelve al polvo para nacer otra vez.
Cada día son menos los oriundos, menos los hijos, los nietos que anhelan el monte como cuna celestial, son menos los de mirada llana, de ademanes pausados, menos los que viven allí por amor al manto verde, al mar sereno, a la historia vindicada que a veces se diluye en tempestad. Pero a pesar de todo, la ciénaga palpita, vive encendida en cada pupila que puebla el humedal. (Por: Julio César García)