El gran sueño de Comprendo

La figura de este personaje está como empotrada en cada escalón de casa de esta ciudad de Matanzas, que lo vio nacer hace alrededor de 70 años.

De mediana estatura, nariz fina, ojos penetrantes y una semisonrisa que adorna su rostro, curtido por el sol. Su pelo, lacio, negro, lo peinaba hacia atrás. La primera vez que lo vi fue a inicios de los años 90, cuando el periodista que escribe estas líneas comenzaba a trabajar en Radio 26, “prestado” por el periódico Girón, que por aquel entonces dirigía Othoniel González-Quevedo.

En aquellos tiempos la Radio radicaba en la calle de Contreras, entre Manzaneda y Zaragoza, por lo tanto teníamos una cafetería cercana, situada frente al Parque de La Libertad. El susodicho personaje, consumidor empedernido de la reconfortante infusión, estaba sentado en el mencionado parque, acompañado por un mulato viejo llamado Heriberto. Al pasar yo próximo a ellos, este último le dijo: “Comprendo, vamos a tomar café”.

Así supe su nombre, el del hombre eternamente quieto, meditabundo, sentado en algún sitio. En sus manos, la infaltable libreta y un lápiz. Él trataba, infructuosamente, de redactar la letra de una gran canción, según supe.

Comprendo y Heriberto sostenían fraternal porfía acerca de quién de los dos podía  concretar su sueño autoral, porque este último también tenía aspiraciones de ser reconocido como un gran compositor. 

Soñaban, soñaban, soñaban, en las mañanas, las tardes, las noches…, pero el aura de la inspiración no les llegaba. Sin embargo, Comprendo aventajaba a su amigo en cuanto a poseer mayor dominio del lenguaje, nada más.

Han transcurrido más de 30 años desde que los conocí. Ya Heriberto no está entre nosotros. Comprendo continúa esperando la musa que lo ayude a realizar su sueño: componer una bella canción que sea interpretada por una popular orquesta que ponga a bailar a todos, o al menos disfrutar y tararear su letra.

En el bolsillo de su guayabera o en el del pantalón guarda celosamente una doblada libreta, llena de palabras, frases, quizás hasta párrafos, inconclusos. No le falta, por supuesto, un mocho de lápiz.

Cuando se le pregunta qué está escribiendo, levanta la vista y responde que está inmerso en la creación de una obra musical.

Le invitamos a tomar café en casa de su vecino Abel. Después de soplar sobre la candente taza, toma un sorbo y dirige la vista hacia el límpido cielo. Sonríe, como si acabase de recibir alguna señal de aprobación. No, no es locura, es pasión, es dedicarse a tiempo completo a conseguir, atrapar, hacer realidad su sueño.

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Agradece la invitación y regresa a sentarse en el escalón de una puerta cerrada. Nos despedimos de él, deseándole toda la suerte del mundo en su empeño, y vuelve a la libreta y al lápiz. Otea el horizonte citadino. Suspira. Sujeta firme el lápiz y se dispone a estampar en la rayada superficie alguna nueva frase que le viene a la mente.

Lo dejamos así, implacable consigo mismo: soñando, soñando, soñando. Todos tenemos derecho a soñar, tal vez en un amor esquivo (tal vez como la musa que él ansía), en un trabajo mejor renumerado, en un viaje, en un cargo importante, vacacionar en Varadero…

Soñar no cuesta nada, solo darle rienda suelta a la imaginación, y quizás un día todo se haga realidad. Eso espera Comprendo. Yo lo comprendo. Yo, como todos, también sueño.

Por: Fernando Valdés Fré

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