
Laudelino Fernández Medina
Una curva cerrada. Cuerpos se abalanzan en el aire y precipitan sobre el hirviente pavimento ahora teñido de rojo; unos más sacudidos que otros, más inconscientes, más cerca de la muerte… Otra vez, vehículos descontrolados por la maldita negligencia.
Mientras la algarabía de sirenas se desplaza por la ciudad, una llamada alerta sobre el suceso y en el Hospital Faustino Pérez se destina hasta quién moverá las camillas. Frente a las batas blancas de Urgencia y Emergencia, un experimentado galeno mueve recursos y personal, con velocidad y precisión. Desafían el reloj con prudencia, clasifican, estabilizan, salvan…
Laudelino Fernández Medina organiza el trabajo en ese Cuerpo de Guardia, con la destreza de una especialidad que lleva “mente fría”, según piensan algunos. Casi una década en Emergencia, y desde los 80 del pasado siglo incursionando en los servicios de Terapia Intensiva, mucha vida ha salvado con sus propias manos.
“Me decido por las Ciencias Médicas a raíz de que siempre me gustó el arte de servir y aliviar las dolencias humanas. Mi madre murió de cáncer muy joven y eso influyó”, comenta durante un receso entre la reunión del paciente grave y el silencio de sirenas, y en avalancha llegan las historias de sus estudios en La Habana, en la prestigiosa escuela perteneciente al Calixto García, que incluía dentro de sus rotaciones de pregrado a los cuidados intensivos.
A inicios de 1983, comenzó en la terapia del antiguo hospital de Matanzas, que recién iniciaba el servicio en la provincia, con ocho camas. Luego, como parte de la superación, hizo posgrados en la especialidad y hasta la licenciatura en Enfermería. Especialista de primer grado en Cuidados Intensivos y Emergencia, como docente ha transitado por varias categorías, hasta llegar a investigador.
“Mi trayecto en los cuidados intensivos abarca desde 1983 hasta el 2017, que se me solicita que asumiera la jefatura del Servicio de Urgencias Médicas y Emergencia, donde llevo ya nueve años.
“¿Qué tan difícil es atender al paciente grave? Es un arte que aprendes en el transcurso de tu trabajo. En los cuidados intensivos ves al paciente con tecnología impuesta (monitores, equipos…), no te relacionas con las familias, lo percibes al borde de la muerte y lo tratas de salvar. Ahora que estoy en la otra parte de la especialidad, la emergencia, me doy cuenta de que aquí te involucras mucho con los familiares, con el paciente que llega al hospital en una situación aguda, que viene con millones de problemas, y disfrutas salvar.
Es fascinante después de atender a una persona al borde de la muerte, verlo recuperado. Si un indicador siempre me marca, es el que perdemos que no debemos perder, el que se nos va de las manos.
“¿Complicado?: los lesionados múltiples. Cualquier evento que conlleve un número mayor de 15 requiere, en primer lugar, de una mentalidad bien atemperada, para poder organizar todos los procesos de recepción”.
A Laudelino lo conocen hasta las piedras que componen la estructura del Hospital Provincial Clínico Quirúrgico Docente de Matanzas, una ciudad que, según el galeno y sus estadísticas, resulta compleja porque tiene un polo turístico, un aeropuerto internacional y la zona industrial, la cual alberga una gran cantidad de sustancias, lo que requiere estar preparado para todo.
“Mis jornadas terminan bastante tarde. ¡Trabajo hasta el domingo! Salgo seis y pico, siete de la noche; eso cuando me voy un poco más temprano. No me gusta dejar nada atrás, porque lo que dejas atrás está relacionado con un problema de salud. De hecho, a cualquiera que le pregunta a mi esposa por mí, ella responde que estoy en mi casa. Sí, porque mi trabajo es donde paso la mayoría de las horas. Cuando realmente estoy en la casa, me la paso con mi hija revisando los casos más complicados”.
Vuelven las sirenas. Un caso remitido de lejos, en la primera ambulancia: un motorista con politrauma. Un náufrago habanero, siete días flotando a la deriva en altamar sobre una tabla de corcho, en la segunda.
“En tantos años en la profesión, siempre han habido algunos que me han puesto un nudo en la garganta cuando hablo de ellos. Lidiar con las emociones lleva una coraza que a veces se nos debilita, porque somos humanos. Ver morir pacientes jóvenes con un futuro por delante, duele. Ha habido momentos en que he necesitado salir, descompresionar afuera, tomar una bocanada de aire, y luego entrar. Otras veces, en la casa, me dicen: ‘no hables más de eso’, cuando ciertas historias me golpean y no las logro sacar de mi cabeza.
“En estos nueve años al frente de Urgencia y Emergencia, hemos tenido varios eventos complejos, desde accidentes tecnológicos (Supertanqueros), alertas de aviones a los que no les abren los trenes de aterrizaje, accidentes de tránsito —que en los últimos años muestran un incremento exponencial, en su mayoría relacionados con el alcohol—…
“En lo personal, me marcó muchísimo la epidemia del covid, porque venían personas ancianas graves, pero también jóvenes graves. Trabajábamos muchas horas, con un nivel de estrés violento, con medidas de seguridad, y recibíamos un aproximado de 50 pacientes diarios. Incluso, tuvimos hasta compañeros nuestros al borde de la muerte. La pandemia fue un aprendizaje para todos.
“¿Por qué más que otro? Los desastres tecnológicos, como el Supertanquero, o algún otro accidente de ese tipo, tienen un límite en el tiempo, es decir, cuando se acaban las víctimas todo acabó. Supertanquero fue muy duro: muchos casos, trabajo seguido, sin cinco minutos para descansar. Pero en los eventos epidémicos, mientras está el virus latente, se tiene un gran volumen de pacientes, y eso desgasta. En la covid, debía dedicarle tiempo al hospital y, además, proteger a mi familia que estaba en casa. Imagínese que mi hija, médico de aquí, estaba embarazada. Son marcas que quedan para toda la vida”.
Cae la tarde, y resuenan más sirenas de las que deberían. La nocturnidad nunca ha significado descanso para quien viste bata blanca y se comprometió a todo bajo juramento hipocrático. El movimiento entre pasillos aumenta nuevamente: clínicos, cirujanos, sueros, fármacos… se agitan y trasladan hacia donde más se necesite. “Mientras hay vida, hay esperanza”, dice alguien. “Mientras hay médicos, hay vida”, afirma otro. Cesan los latidos, mas, persisten las maniobras, cero pulso… “Oh, Dios… ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Tú puedes!”… Las miradas se fijan al monitor. Un pitido y un dibujo curvilíneo en la pantalla alertan del milagro. Alguien respira.
“Ya tengo 60 años, con un nivel de actividad y de responsabilidad bastante grande, formando a las nuevas generaciones, a los equipos que atienden al paciente grave. Vengo a trabajar feliz, a hacer todo lo posible con los millones de dificultades, sin pensar en el salario, tratando de resolver por aquí y por allá. Cuando la gente se siente agradecida por tus acciones, te vuelve el alma al rostro. Se trata de desafiar los retos con un amor mayúsculo, y de no ver los imposibles en la atención de Salud.
“He tenido siempre en mi vida el apoyo de mi esposa, la comprensión de mis hijos. Estoy preparando la documentación para hacerme doctor en ciencia. Espero en este año concretarlo todo. El doctorado quiero hacerlo en Salud y Desastre”, refiere Laudelino, aunque todos tengan clarísimo que el título ya lo tiene. Organizar ante desastres y transformarlos con optimismo es su quehacer de cada día.
“Esta es una especialidad muy sacrificada, a la que debes ponerle, sobre todo, el corazón. La mente, por supuesto, para pensar, pero el corazón para hacer. Y llenarte de la adrenalina que requiere la especialidad.
“¿Hasta cuándo voy a ejercer la Medicina? Mientras tenga fuerza y mi mente clara y con la intensidad que desprende todos los días para poder atender a los pacientes, voy a estar haciendo lo que hago: aliviando el dolor humano, tratando de ayudar a las personas en todo lo que pueda, y un poco más allá”.