
Voy a publicar tu foto en la prensa
«¿Para qué estudiar Periodismo? ¿Para decir mentiras?». El bicitaxista se volteó y me miró a los ojos. Quizá buscaba alguna pista que denunciara a lo que me dedicaba: un chaleco multipuertas de pescador, una lengua tan prominente que me colgara por fuera de la boca, como la de un alegre perro, un cartelito enganchado de mi cuello que dijera en letras de molde «Chivato”. Solo cuando sobrepasamos un bache, regresó la mirada a la carretera.
Esa tarde, 12 años atrás, cursaría yo mi segundo año de la carrera. Junto a un amigo, me dirigía a casa de unas amistades para una fiesta. Para no sudar la «coba» buena, la de salir, decidimos agarrar aquel trasto que nos traía brincando en el asiento. De a poco, atravesábamos el barrio de Pueblo Nuevo con sus calles de casas apretadas, paredes donde las personas recostaban la basura, aunque la policía advertía que ahí no, y un tufo a tumulto podrido en el aire.
Mi amigo me comentaba eso. Lo tercermundista que aparentaba esa zona. ¿Solo aparentar?, le solté, mientras arqueaba una ceja. ¿Por qué no escribes sobre eso para el periódico? Ahí fue que el bicitaxista soltó el timón y me lanzó aquella pregunta, mientras sonaba de fondo una canción de Los Van Van, esa de «voy a publicar tu foto en la prensa», a todo meter en la reproductora de un Lada.

No supe bien qué contestarle. Balbuceé algo, muy por lo bajo, palabras como peces acariciaron el aire y murieron allí. Tal vez aún me sentía un aprendiz. La sístole y la diástole todavía no me sonaban como quien redacta la noticia del fin del mundo en una máquina de escribir. No me había manchado lo suficiente los dedos con tinta. Había realizado algunos coqueteos en mis prácticas; pero, en sí, aún no ejercía la profesión.
«En serio, ¿de verdad cogiste eso para decir mentiras?», volvió a la carga, pero esta vez no se volteó. Se mantuvo atento a las calles en ese barrio lunar, con sus cráteres y ese polvillo que te tizna el día de gris. Yo solo miraba su nunca, mientras en mi cabeza buscaba una respuesta contundente, que nunca encontré. Solo dejé escapar dos o tres peces muertos más.
Ahora, todavía no he escrito la nota del fin del mundo; sin embargo, le sé un poco más al asunto este del periodismo, de ser un matarife de la realidad. Ponerla en un gancho (periodístico), desollarla (quitarle todo lo superficial), arrancarle las vísceras (todo lo que ensucie) y hacerla filetes. Luego, la cocinaremos y te la serviremos a ti, lector, bien emplatada, con una hermosa decoración de albahaca y una tira de cáscaras de naranja que simule una flor.
Si me hubiera sucedido hoy, que llevo siete años de reportero, le habría respondido que, aunque hay demasiados silencios, algunos que colocan el dedo en la boca, cruz de dedo y labio y te dicen ¡Shshsh!, otros que tú mismo te haces la cruz, tú no te has cansado de evadirlos. Si me arrancan la lengua, lo escribiré en mi agenda; si me cortan las manos, agarraré el lápiz entre los dientes; si me rompen los dientes, lo dibujaré en la arena con mis pies. Solo el viento y el tiempo, que todo se lo llevan, lograrán que desaparezca mi mensaje.

Tal vez le comentaría que estudié esta historia, porque siempre fui malo en las matemáticas. Soy tan pero tan mediocre para los números, que, aunque el salario no me llegue ni a la primera quincena del mes, aquí sigo chupando tinta.
A lo mejor le preguntaría que, cuando muera, cuando las piernas no le alcancen para continuar el pedaleo, quién contará su historia. No habría que esperar tanto, quién contaría la suya en ese momento, 12 años atrás: la de un hombre que se armó con par de hierros, una ligazón ahí de bicicleta y quitrín y, de a poco, se derrite en lo que atraviesa un barrio, a todas luces, en la sombra de Dios. Sin embargo, nada de eso me salió.
Desde que él me repitió su duda de por qué estudiar una carrera que al final me obligaría a romper su principal pacto: su apego a la verdad, avanzamos un poco más por Pueblo Nuevo, en un silencio incómodo. Él con la vista fija en la carretera y yo en las gotas de sudor en su nuca. De repente, él se voltea otra vez. «Pero mira, compadre, en mi casa no llega el agua como hace tres días. ¿Tú crees que podrás hacer alguito sobre eso, a ver si se puede resolver?». Comencé a tararear bajito el estribillo ese de «voy a publicar tu foto en la prensa».