Rodar en Cuba sobre una Harley Davidson

Rodar en Cuba sobre una Harley Davidson

Cada año Varadero acoge a cientos de amantes de las motos clásicas. El rugir de estas potentes máquinas se apodera del Polo Turístico, donde se celebrara en febrero pasado el XIII Encuentro de los Harlistas Cubanos. El evento congregó a propietarios de estos potentes ciclomotores procedentes de todos los rincones del país.

Para ellos reunirse representa una fiesta, y precisamente una de las principales áreas del balneario, conocida como Plaza de los Festejos, deviene en carnaval con ofertas gastronómicas, ventas de accesorios y prendas de vestir, y lo más llamativo: la exposición de motos que muestra su belleza.

Durante tres días los integrantes de esta amplia comitiva, visitaron centros educacionales para llevar donaciones e interactuar con los niños. También asistieron a instalaciones hoteleras, donde se les recibió como invitados especiales. Incluso, algunos turistas intentan hacer coincidir sus visitas con el certamen, para interactuar con los integrantes de este grupo, y donde surgen fuertes lazos de amistad.

El Club Tropical es de esos hoteles que ha logrado cultivar una relación especial durante las diferentes ediciones, por lo que en cada encuentro forma parte del itinerario de los moteros. Esta decisión de la gerencia responde al interés del mercado canadiense por las motos clásicas.

Allí disponen de un espacio junto a la piscina para que los huéspedes se retraten con los motociclos, conscientes de que asisten a un museo rodante que exhibe esa batalla eterna entre el hombre y el tiempo, en la difícil tarea, imposible a veces, de mantener en buen estado técnico máquinas con más de 80 años de explotación.

Fotos: Arnaldo Mirabal Hernández

“¡Pero es que lo imposible lo hace cualquiera!”, confiesa Carlos García Socorro, más conocido en el ámbito de los moteros como Samurái. Oriundo de Nueva Paz, Mayabeque, se insertó en esta aventura allá por el 2016.

Su pasión por las motos clásicas, en particular por las Harley Davidson, comenzó en sus tiempos de Secundaria, justo cuando daba sus primeros pasos en la pintura. Sus dibujos iniciales intentaron captar con exactitud la elegancia de estas motos.

A sus 50 años, continúa con su carrera de pintor, y logró adquirir “con todo el esfuerzo de sus órganos”, como gusta decir, una Harley del año 1948.

Mantenerla en perfecto funcionamiento se ha convertido en una de las principales motivaciones de su vida, porque solo al rodar una Harley experimenta la total libertad. Por eso decidió integrarse a este movimiento, al que asiste por novena ocasión, con la gran responsabilidad de liderarlo.

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“Reencontrarnos tiene una significación emocional muy grande para nosotros. Este momento lo planeamos durante todo el año, es una especie de carnaval que aglutina a motoristas de toda la Isla. Compartimos nuestras experiencias y disfrutamos del instante que dura, porque sentimos que estos tres días transcurren en un instante, por eso intentamos aprovecharlo al máximo.

“Siempre reitero que lo posible lo hace cualquiera, estos apasionados de los ciclomotores que se reúnen en Varadero se empeñan en conquistar imposibles, como lo es extender la vida de estos equipos desde nuestra realidad, a veces demasiado compleja.

“Muchas de las piezas son recuperadas, inventadas o resultado de una adaptación. Mantener una Harley con toda su maquinaria original es muy difícil. A pesar de ello, lo intentamos y puedes disfrutar en estos certámenes de verdaderas joyas y en excelente condición técnica.

El Samurái pudiera intimidar por su fuerte complexión física y gran estatura, pero mantiene cierta camaradería al hablar. Al aproximarse a su moto, una Harley roja con asientos y forjas de cuero, se enfunda un sombrero y presume su tabaco.

Con su pie derecho impulsa el pedal de arranque. Los tres intentos iniciales resultaron fallidos. Manipula la llave que alimenta de gasolina el motor, y tras otro movimiento certero de su pierna se produce el estruendo en el tubo de escape.

Se trata de un sonido particular. Es precisamente lo que más ilusiona a estos hombres y mujeres. El bramido de los cilindros expulsando los gases, sin dudas un llamado de atención que advierte a kilómetros de distancia que por Varadero circulan decenas, quizá cientos, de amantes de las motos clásicas.

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Días antes de la jornada inaugural del XIII Encuentro de Harlistas Cubanos, Lázaro Dumenico Rodríguez permanece en la terraza de su hogar, alistando su imponente Harley Davidson de color negro.

En su taller descansan varias fotografías relacionadas con el origen y desarrollo de estos equipos. En las vetustas paredes, incluso en el techo, se puede constatar parte de la historia, donde destaca la primera maquinaria creada en el año 1909.

Más que pasión, Lázaro ha asumido la relación con esta marca como una especie de religión, cuya devoción inició a temprana edad, cuando intentaba atisbar desde un alto muro en un barrio matancero una de las contadas Harley que circulaban en Matanzas, hace muchas décadas atrás.

Siempre miraba con fascinación el paso del “Viajante de la Tropical”, un motorista que paseaba su espléndido equipo promocionando una bebida. También perseguía a Cheito, otro propietario de este tipo de motociclos; hasta que ya en su juventud logró circular por primera vez sobre una Karpati.

Luego, adquiriría una moto inglesa, la que se vio obligado a vender, hace apenas nueve años, para rodar sobre su primera Harley. Demoraría tres años en  restaurarla. Una labor minuciosa y exigente que requirió profundizar en sus conocimientos de mecánica.

En un armario conserva una amplia colección de publicaciones que registran las características de cada modelo producido.

También posee un directorio con la dirección de los concesionarios que venden las piezas de cada diseño fabricado.

Los años de estudio le han permitido dominar el mecanismo. Lázaro asegura que en Cuba existen Harley legítimas sin apenas modificaciones.

El entusiasmo de los harlistas cubanos ha trascendido las fronteras para entablar relaciones con moteros del exterior e, incluso, adquirir piezas originales en Estados Unidos.

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La pasión de estos propietarios de motos clásicas ha creado un movimiento que trasciende el tiempo y el espacio geográfico. “Justo en tiempos de la covid-19 —rememora Lázaro—, un motociclista de Pinar del Río creó un aditamento indispensable para los equipos respiratorios, el cual se logró distribuir en gran parte del territorio nacional mediante las motos clásicas”.

Desde hace algunas ediciones Lázaro asume como una especie de sargento de armas, según la estructura de los moteros a nivel mundial. Es quien vela por la disciplina y el respeto a las normas de vialidad.

El grupo cuenta con una estructura compuesta por un presidente, vicepresidente, secretario, económico, entre otros cargos, quienes son los están al frente de la organización de cada certamen anual.

En cada encuentro protagonizan acciones solidarias como la entrega de donativos a Hogares de Niños sin Amparo Familiar, junto a otras actividades en centros educativos.

Mas, el mayor atractivo será sin dudas la exposición de estos equipos.

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La mañana está despejada. Es un viernes de cielo claro con temperatura agradable. Bajo el Puente Bascular de Varadero comienzan a congregarse decenas de motos de diferentes modelos y marcas. En el tanque de muchas se distingue el característico nombre de Harley Davidson. Los conductores portan chaquetas negras con diversos rótulos y pegatinas. En la parte trasera de la prenda se puede leer en letras grandes “Harlistas Cubanos” y, en el centro, el lugar de procedencia del motorista.

La mayoría de ellos van acompañados de sus esposas como copilotos, quienes también visten chaquetas. El numeroso grupo cuenta además con mujeres motoras.

El espectáculo inicia con el potente sonido que desprende cada impulso de las muñecas en el acelerador. El tubo de escape ruge, aunque para Lázaro el sonido es similar al bufido de cientos de caballos.

Delante del pelotón permanecen varios motores de la policía motorizada. Cuando el grupo entra en movimiento, el estruendo, acompasado por momentos, lo domina todo a kilómetros a la redonda.

Es el sonido pujante y estremecedor de las potentes máquinas abriéndose paso sobre el asfalto. Quizá es la sensación más plena de libertad que conocen estos hombres y que solo alcanzan cuando avanzan sobre dos ruedas.

Foto: Arnaldo Mirabal Hernández

Disfrutan como pocos sentir la brisa que acaricia el casco, mientras las siluetas de las estructuras pasan y se empequeñecen al instante. Al frente solo está la carretera, proporcionando el éxtasis de cada trayecto conquistado.

La carretera, la moto y el conductor de una Harley Davidson logran un trinomio inseparable que solo se ha estrechado con el tiempo, desde aquel primer diseño que asemejaba más una bicicleta. Desde entonces, 116 años después, sigue alimentando las ilusiones de tantos, incluso en un país donde todo a veces se hace más difícil. Pero estos motoristas se la ingenian para mantener en activo y rodando por las calles puros prodigios de la ingeniería automotriz.

Su exaltación la lanzan a los cuatro vientos desde el rugido de su tubo de escape. Cada moto se diferencia en su sonido. Surcarán las avenidas del polo turístico hasta llegar al Parque de los Festejos. Los transeúntes se detienen para admirar el espectáculo. Allí quedarán expuestas a los ojos de todos para que sean disfrutadas como verdaderas joyas museables, y como tributo a la pasión y a la libertad de rodar sobre una Harley Davidson.

Fotos: Arnaldo Mirabal Hernández
Foto: Arnaldo Mirabal Hernández

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Sobre el autor: Arnaldo Mirabal Hernández

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