Vida en Series: Érase un mundo perdido

Serie El Mundo Perdido

Érase una vez, allá por mi más tierna infancia, una serie llamada El mundo perdido.

Al aprender a leer, descubrí que en la presentación ponía Sir Arthur Conan Doyle’s The Lost World. Y gracias a eso llegué a la novela en que se basaba, que me aburrió soberanamente porque no salía la rubia que robaba mi atención. Ninguna mujer, de hecho. No tenían nada que ver páginas y pantalla.

Compréndase la época en que me adentraba en dicho mundo. Las teleseries extranjeras empezaban a calar más hondo que nunca hasta en los de mi edad. Mientras el espacio Aventuras nos ofrecía productos como El guardián de la piedra, para un chiquillo ansioso no había mejor opción que la otra, la doblada al español, la de un grupo de expedicionarios por cuyas vidas temíamos y, además, se las envidiábamos.

Aunque no me falten elementos para hallar que la novela en realidad es magnífica y que esta versión le fallaba, a la hora de la verdad no me atrevo a establecerlo. El mundo perdido en serie iba por otro rumbo, no poco emocionante y llamativo para un público infantil, más en la línea de Hércules: los viajes legendarios o Xena, la princesa guerrera que cualquier otra cosa.

Cuando uno empieza a leer a tan joven edad, todavía se tiene la ingenuidad suficiente para caer rendido ante el audiovisual aventurero más imperfecto. No te fijas en el presupuesto, ni ahondas en bibliografía alguna para averiguar qué adaptaciones mejores hay de esa misma historia: lo importante es que estás viendo y participando de un viaje científico por el Amazonas, un naufragio aerostático en tierra de criaturas extrañas y un grupo de seres humanos luchando por sobrevivir.

Serie El Mundo Perdido

Nos gustaba tanto a todos… repito: a todos, desde varones que queríamos ser Roxton (William Snow) o Malone (David Orth), hasta hembras dispuestas a lo mismo con los caracteres femeninos. Tanto nos gustaba que hasta sus posibles defectos los convertíamos en motivo también de adicción. Por ejemplo, ¿sexualización? Toda la necesaria, y te dejaba sin aliento y lleno de pensamientos morbosos para desconcentrarte en tu tarea. Veronica (Jennifer O’Dell) conspiraba contra nuestras notas. Basta verla hoy mismo con su bikini selvático a lo Tarzán y su compañera, acaparando el protagonismo en los pósteres cuando te sale la serie en Google.

Reconozco que incluso entonces me parecieron excesivos ciertos elementos, como la sobreabundancia de personajes y locaciones demasiado inverosímiles hasta para su propio escenario fantástico. Ya saben, aun en este género hay normas que respetar para que la narración sea sólida, como dicen los escritores, y aquí no paraban de alternarse civilizaciones distintas y conflictos a tono con otras tramas, no con la que yo había empezado muy a gusto.

Por cierto, a día de hoy es Marguerite (Rachel Blakely), la expedicionaria trigueña, y no Verónica, la mujer con que me quedaría si la ficción-realidad me diera a escoger del reparto. Por su madurez, su carácter, su nula necesidad de semidesnudos para resultar sexy. Claro, en aquellos tiempos no lo veía así porque eran los de Shakira como epítome de la sexualidad, y no los de una Ava Gardner modélica. Lo cierto es que Blakely parecía Gardner en Mogambo, y eso hoy me puede más que una Shakira saltando de liana en liana. Crecí diciendo que la rubia sería mi novia perfecta, y nunca he tenido una novia así de rubia ni mucho menos capaz de tales proezas físicas; en cambio, cada vez encuentro más interesantes y reales, sobre todo reales, a las Marguerite.

Y, bueno, hubiera preferido otro final, y una exploración distinta del componente prehistórico. Caprichos de adulto sonrojado ante la conformidad del niño que fue. Después de ver King Kong (que no existiría sin El mundo perdido en libro y adaptado al cine mudo en los años 20), e Indiana Jones, Parque Jurásico (¿recuerdan el título de la segunda parte?) y exotismos varios, uno cambia tanto que no sucumbe igual ante repeticiones de la fórmula.

Serie El Mundo Perdido

Pero aún así, esta saga de pantalla pequeña forma parte de esa sección mental a la que un crítico se limita en aplicarle su cirugía de crítico, lo mismo si se crió o vio a sus hijos criarse con ella.

Por tanto, más que analizarla y ponerla sobre la mesa de operaciones a la luz del presente, más que señalar sus defectos sin tener modo alguno de corregirlos, en verdad quisiera gozarla otra vez. No revisionarla. Gozarla, que es más difícil y no todo dramatizado lo consigue bajo la prueba del tiempo. En términos científicos, el equivalente a un viaje en el tiempo. Volver a guardar la libreta, sentarme en el piso con el plato de comida en las manos y ser abducido como en Poltergeist por las maravillas del vidrio electrizante. Entonces cabía por ahí.

Ay, la infancia. Ese lejano mundo perdido…

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