La espera desespera. Duele la cacofonía, pero más aún su dilatación en el tiempo. Ya no valen los rezos, las persignaciones del alma o el descalzarse para andar más liviano. ¿O sí? En blanco y negro todo es más simple: la mano sostiene la llave y las prendas se aferran al cuello. ¿Colores? ¿Para qué los necesito? La espera continúa, con o sin ustedes.
La promesa se esparce en el viento y su olor provoca salivaciones instantáneas. Pero, ¿qué hacer cuando la promesa no es más que humo? ¿Dónde está el café de la promesa? ¿Qué precio tiene? ¿Será café del bueno, o un simple polvo de chícharos? A todas estas, ¿quién prepara el café? ¿Aquel que promete? ¿O el pobre destinatario?
Ya la bombilla no enciende. No importan las herramientas, el kilowatt ahorrado o las piezas de repuesto. Triste realidad que el monocromo la consuma: chispa, fulgor y colores no son más que circuitos abiertos. ¿Dónde es que se elevan los cataos de la esperanza? Ya la bombilla no enciende, y el farolero lo sabe.
Siempre tendremos el mar: ola en arrebato que nos alza o nos derrota. Valiente es aquel que lo intenta, mas ¿cuántos cataclismos nos augura la otra orilla? ¿Merece la pena remar? ¿Es tu derrotero la razón de tantos viajes? Ítaca, isleño e ilusiones tienen mucho más que iniciales en común.
Jugarse la voz no es fácil. Como mismo no es fácil engendrar un templo, alzar con determinación el índice o criar palomas sin conocer sus heces. No es fácil cargar sobre tus sienes el peso de la historia, y mucho menos perdonar al promotor de tu tobillo enfermo. Mas, no importa, aquí nos tienen: soñando en ara y siendo pedestal.
Cuentan que ojos de mármol ven mejor y más hondo que complejas canicas de células y epitelios. Hay miradas que estrujan el alma, sueños que nunca se cumplen y verdades por decir algún día. ¿Sobre qué tumba prehistórica construyen los hombres sus casas? No es tan grande la eternidad cuando se viene de las raíces.
El turista se sorprende ante las risas y el jolgorio. Ríen y él ríe con ellos, bailan y es para él su danza. Tiemblan las paredes, y en cuestión de segundos ya nadie recuerda su lengua materna. Yes, yes. Wi, wi. Dolce far niente, my dear. Todo es risa y jolgorio hasta que el turista se va por donde mismo vino, sin dejar ni un euro sobre la mesa.
Saltar: verbo un tanto esquivo, aunque fácil de pronunciar y aún más fácil de ser propuesto. Vivir al borde del abismo es todo un reto; a solo centímetros: tentación, miedo, curiosidad, angustia. Solo es cuestión de tiempo: todos sucumben, tarde o temprano, a la náusea del vacío.
Si acodarse en la baranda es la cuestión, lo primero que se precisa es baranda y codo, antes de pensar en motivos, consecuencias o epistemologías del acodamiento. Poco importa la silueta, el contraluz que se emplea o la semántica del farolito. Si acodarse en la baranda es la cuestión, lo primero que se precisa es baranda y codo.
¿Cuánto de inocencia y luz esconde un niño en su sonrisa? ¿Acaso su infancia es cumbre, sol de agosto o mar en calma? Todos cargamos con cruces, aunque no siempre se es consciente de ellas. Yo ya conozco la mía: una isla en blanco y negro que me persigue a todas partes. (Por: Humberto Fuentes)