Mañana, 10 de diciembre, habrán pasado 75 años desde que la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, motivo por el cual este día debiera ser recordado y celebrado para bien, aunque su contenido se haya politizado y tergiversado por parte de gobiernos que se han autoproclamado como policías mundiales y «modelos» de todo aquello que no respetan.
La fecha, cuya mejor celebración debía estar en los avances posibles que en este tema tendrían que registrarse de un año a otro, ha estado, contrariamente, empañada por la hipocresía de gobiernos como el de Estados Unidos, que en las últimas siete décadas ha secuestrado el asunto de los derechos humanos como herramienta política a su conveniencia, y la han convertido en fusta de castigo contra quienes no actúen a su imagen y semejanza, o contra aquellos intransigentes a los patrones de conducta y de política que profesa el imperio.
Por manipulado, el patrón preconizado por Washington es lo más alejado de la esencia de lo que son los derechos humanos.
Y no es cosa que digamos los países a los que pretenden extorsionar con esta punta de lanza. La propia ong Amnistía Internacional ha declarado que «ha llegado el momento de que el Gobierno estadounidense ponga fin a su selectivo enfoque hacia los derechos humanos, y empiece a modificar su conducta y sus leyes, para adaptarlas a los principios internacionales». Y tomó posición: «Desde el día de hoy, más de un millón de miembros de Amnistía Internacional en todo el mundo pedirán a las autoridades estadounidenses que renueven su compromiso de situar la protección de los derechos humanos en el centro de su política, tanto nacional como internacional».
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En cuanto a Cuba, las administraciones estadounidenses han aplicado una política obstinada y violatoria, desde que hace más de seis décadas se instrumentara y comenzara a aplicarse el más largo, cínico y criminal bloqueo económico, comercial y financiero, con el fin, reconocido públicamente, de asfixiar por hambre a todo nuestro pueblo.
Así pasa con la apropiación de parte del territorio nacional, en Guantánamo, donde tienen instalada una base naval que incluye una prisión que es centro de tortura, y cuyo cierre ha sido demandado internacionalmente.
Decenas de reos fueron torturados durante casi 20 años. Unos se suicidaron ante tanto sufrimiento, otros perdieron sus facultades cognitivas, y algunos aún vegetan en aquella cárcel en la que sus derechos son pisoteados.
¿Es esto defender los derechos humanos? ¿Acaso la tortura es una fórmula para hacer respetar tales derechos? ¿Y el millón de muertos y mutilados durante la invasión de Estados Unidos a Iraq, puede inscribirse en un acápite de la Declaración Universal de los Derechos Humanos?
El concepto de «dignidad, libertad y justicia para todas las personas», recogido en tal Declaración, es violado cada día por quienes se autoproclaman tribunal de inquisición.
Por ejemplo, para Estados Unidos, «el derecho de cada ciudadano a poseer un arma» es uno de los fundamentales, aunque esas armas provoquen la muerte, cada año, de niños y jóvenes baleados en sus escuelas, y familias ultimadas dentro de sus casas, en lugares de esparcimiento o en centros comerciales.
En el caso de la compra y uso de armas de fuego, solo el pasado año, en el territorio estadounidense murieron unas 49 000 personas, y es esta una de las principales causas de muerte entre la población infantil y adolescente.
Es tan evidente la violación de los derechos humanos en Estados Unidos, que tanto Amnistía Internacional como Human Rights Watch han acusado a su Gobierno de racismo institucional, violencia policial, represión contra activistas, agresión a las personas LGBTI, mujeres y víctimas de crímenes de guerra, discriminaciones sistémicas socioeconómicas, entre otras.
Otro dato lamentable de cómo se «respetan» los derechos humanos en EE.UU. lo ofrecieron, solo en 2022, los 1 093 ciudadanos que murieron a causa de disparos de la policía, y fue la población afronorteamericana la más castigada. De igual forma, 990 reos fallecieron en prisión o durante las detenciones.
En fin, los derechos humanos se han convertido, por obra y gracia de Estados Unidos, en una hipócrita política que, en sus manos, solo persigue el objetivo de imponer modelos de conductas ajenos a la esencia de lo que significan.