¡Bep! ¡Bep! ¡Bep! Suena la alarma del teléfono y la primera idea que te viene a la cabeza es ¿qué rayos querrá este a esta hora de la mañana? Estiras el brazo y la aplazas diez minutos, que luego se volverían 30 y, si fuera por ti, unos cientos de milenios, despertarías cuando la raza humana se hubiera extinto y los dinosaurios anduvieran a sus anchas de nuevo. Algún día concientizarás que, si usas el móvil de despertador, debes colocarlo en un lugar que tu mano no alcance, como la cómoda o el desierto de Atacama.
Cuando ya no puedes aguantar más el pitido del celular porque, incluso, te colocaste la almohada sobre la cara, apretaste los extremos contra los oídos para amortiguar el sonido y aun así el ¡Bep! ¡Bep! ¡Bep! sigue ahí y ahí y ahí, terminas por despertarte, molesto y sanguinario. No obstante, ya consciente, te llega un pensamiento como si fuera el ángel de la anunciación y por fin comprendes por qué rayos el despertador sonaba tan temprano en la mañana.
Ayer en la noche, en mitad de aquella fiesta, cuando te faltaban dos buches para terminarte la cuarta cerveza, tu jefe te llamó para informarte qua al día siguiente, a primera hora, más que a primera hora, al tiempo antes del tiempo, debías asistir a la REUNIÓN. Escribo REUNIÓN así, con mayúsculas para que se note bastante la parafernalia de la palabra, porque en esta crónica no me referiré a ninguna en específico, advierto. No obstante, sí puede tener puntos en común con cualquiera a la que usted, querido lector que espero que esté pasando un hermoso fin de semana, oculto del sol que está que arde y lejos de los déficits, puede haber estado.
Tienes 30 minutos para llegar al salón de reuniones y eso significa atravesar media ciudad, donde un ómnibus es un ciervo sagrado. No puedes darte el lujo de hacer una cosa a la vez o te colocas en modo “multitask” (multitareas) o te atascas. Con la mano derecha pones el café en la candela, con la izquierda te acomodas el pantalón; con la derecha te lavas la boca, con la izquierda te abrochas la camisa; con la izquierda, te peinas, con la derecha vas echando en los bolsillos del pantalón la cartera, el celular, las llaves; con la derecha bajas la cafetera del fogón, te lo sirves y te lo tomas, y con la izquierda no haces nada, uno tiene derecho a tomarse por lo menos el café en paz, ¿no?
Vas a paso cohete ciudad arriba. No te preocupa tanto perderte un pedazo de la REUNIÓN, sino que si llegas tarde tendrás que tocar a la puerta, solicitar permiso a la presidencia para poder entrar y la audiencia te observará con desaprobación o con sonrisitas burlonas, como si a ellos nunca se les hubiera hecho tarde y yo creo que a todos se nos ha hecho tarde alguna vez en la vida.
Llegas al salón con el corazón de corbata, con su nudo y todo, porque al final, aunque corriste como si el diablo se apareciera en tu puerta a venderte ticket para la función más larga, te atrasaste cinco minutos; sin embargo, no ha empezado. La gente mariposea fuera del salón: revisan sus apuntes, fuman, llaman a los amantes. Alguien te explica que aguardan por la presidencia, que te relajes y cojas un poco de fresco que bastante sofocado te ves, porque esto se demora. Como mismo debes aprender a colocar el celular lejos de tu mano cuando lo usas de alarma, debes concientizar que los relojes muchas veces son solo adornos de cocina.
45 minutos después, mientras piden reiteradas disculpas por la demora, pero había asuntos urgentes que atender, la presidencia ordena entrar al salón. Te sientas al fondo, los reflectores nunca han sido lo tuyo. El plan es pasar desapercibido, ser la sombra de la sombra. No obstante, estás tan atrás que no escuchas muy bien lo que se dice desde la delantera y, según te pareció escuchar, aunque no apostarías lo que te queda de alma a esa hora de la mañana, no hay audio. Pescas palabras sueltas, “orden”, “sirenas”, “acuerdos”, “zapato”, “inventario”.
Ayer en la noche no pusiste a cargar el teléfono, y hoy con la premura. Debiste aprovechar los 45 minutos que estuviste fuera del salón, recostado a una pared, mientras ese señor quería que tú entendieras por qué su equipo de pelota estaba perdiendo y qué haría él, ingeniero con un máster en construcción de puentes, si fuera el director técnico. Sin el móvil te sientes desarmado, así que te entretienes al observar la fauna del sitio.
En las REUNIONES hallas casi siempre a los mismos personajes. Están los que se sientan en primera fila, porque quieren que la presidencia los note y que –aquí sí apostaría lo que me queda de alma– pedirán la palabra en algún punto, lo más probable cuando no haya más nada que hablar y todo el mundo quiera irse a continuar con su día o con su vida, para repetir lo mismo que alguien ya comentó, expuso, argumentó y analizó una hora atrás.
Más arriba en la fila de butacas podemos toparnos con el que está a punto de quedarse dormido y ves cómo echa la cabeza para atrás como si fuera a desnucarse y de repente se recompone y se frota los ojos con las manos. Esos quizás se enteraron de la REUNIÓN cuando faltaban dos buches para la décima cerveza y se sienten peor que tú. Otros revisan el celular, con más o menos disimulo: seguro el señor que te secuestró en lo que iniciaba la actividad comprueba las estadísticas de su equipo, la otra le escribe a su prima que se fue hace un mes para Uruguay o la muchacha a su izquierda con el audio quitado ve tutoriales de YouTube sobre cómo hacer una estantería de bambú. En ese momento te acuerdas de tu teléfono muerto y enterrado en tu bolsillo y los envidias.
Ha pasado una hora y media y aún no estás seguro si han arribado a algún acuerdo. Tienes los glúteos dormidos y debes colocar tu peso sobre el izquierdo primero y luego sobre el derecho para que no se te entuman por completo. Los pies andan por el mismo camino y debes darle pataditas al piso de vez en cuando para que la sangre vuelva a circular.
Todo el mundo se levanta y salen en fila del salón. Al parecer acabó. Tú te preparas para enfrentarte al calor del mundo sartén, por lo menos el aire acondicionado estaba que cortaba allá adentro. Aún te queda mucha jornada por delante.
“Recuerden que después de los 15 minutos de receso retomamos la REUNIÓN”, gritan desde la presidencia.