Héctor Correa creyó fervientemente en la conexión que existe entre las manos del alfarero y el barro. “La tierra es bendita”- decía, y quienes lo conocieron saben que hablaba no solo del sudor que hace “parir” el surco, sino también del prodigio del arte.
Desde hace siete meses hay un taburete vacío en la finca Coincidencia y sin embargo, todo en aquel espacio parece seguir su ritmo natural. El tamarindo inunda los árboles, el anfiteatro de piedra guarda la solemnidad de siempre y a pesar de la sequía, el verde persiste en aferrarse al paisaje.
Odalys Marrero, su esposa, todavía no consigue aplacar la tristeza, pero siente que mantener firme el espíritu de la finca es la mejor forma de recordar a quien junto a ella levantó tramo a tramo aquel refugio para la belleza, ubicado en el municipio de Jovellanos.
Por eso en el taller otras manos siguen modelando el barro. Es sublime asistir a ese instante en que un amasijo despierta al calor del alfarero. El acto de la creación resulta semejante a la vida nuestra por su fragilidad, sus dobleces y sorpresas. Allí habita el recuerdo de Héctor Correa, el hombre que creyó como el poeta Khalil Gibran que la tierra era su patria y el arte, un paso hacia lo desconocido.
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