Las mil vidas de Celia combatiente

Celia Sánchez Manduley, la primera mujer integrante del Ejército Rebelde, falleció pocos meses antes de cumplir 60 años, el 11 de enero de 1980, a una edad que hoy cada vez más de sus coterráneos superan debido al aumento de la esperanza de vida.

Sin embargo, la extraordinaria heroína de los combates clandestino y guerrillero fue víctima temprana del cáncer, aunque el hacer incansable que la caracterizó dotó a su existencia del contenido de mil vidas, que contadas se han vuelto memoria, orgullo e historia, también leyenda. Por ello se siente viva a 43 años de su desaparición física.

Bautizada como Celia Esther de los Desamparados, hizo honor a su nombre desde muy pequeña, e incluso en la adolescencia y juventud, antes de decidirse a transformar la llana generosidad y sensibilidad que mostraba en el medio campestre donde se crió, en la lucha militante y valiente por la justicia y por la libertad de Cuba.

Nació en el 9 de mayo de 1920 en el poblado azucarero de Media Luna, una de esas comunidades llamadas de la costa pero en las faldas de la Sierra Maestra, como Campechuela, Niquero y Pilón, en la antigua provincia de Oriente, vinculados a la ciudad de Manzanillo por lazos socio-económicos y culturales tan fuertes que muchos de los nacidos en esa gran región se consideraban también manzanilleros. Como los de Yara y Veguitas, tierra adentro al este.

De ahí, parte de las razones por las que también se le nombrara como manzanillera, terruño, además, donde había nacido su progenitora y ella vivió algún tiempo.

Sus padres eran el médico rural Manuel Sánchez Silveira y su esposa Acacia Manduley, quienes formaron una hermosa familia con cuatro niñas. Los vecinos y amigos refirieron haber visto en Celia, siendo chiquita, una suerte de ayudante del papá en sus recorridos por los campos.

En aquella tierra agreste, de elevaciones montañosas, la vivaz muchachita vio de cerca y se sensibilizó con la pobreza extrema del campesinado cubano, a quien el galeno no cobraba las consultas, y ofrecía medicinas.

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Delgadita, espigada y diligente por naturaleza, esa existencia de servicio al prójimo, junto a las lecciones dadas por un padre martiano, generoso, honesto, patriota e inconforme ante las injusticias, redondearon en ella su personalidad y el humanismo que luego la caracterizaron.

Ya en la adolescencia y juventud, por su propia iniciativa se imponía una incesante labor de ayuda y socorro a los más necesitados mediante verbenas y ferias, las cuales se preocupaba por organizar en aquel medio y localidades más lejanas.

De esa semilla, fructificada, nació la combatiente y revolucionaria que conservó hasta los últimos minutos de su vida la pureza y claridad del alma silvestre, con un fuerte y valiente corazón.

Como a muchos de sus contemporáneos patriotas, el golpe de estado de Fulgencio Batista, en 1952, marcó a Celia. En 1953 sube, junto a su padre, a la cima más alta de la Sierra Maestra, el Pico Turquino, para colocar un busto de José Martí, en homenaje su centenario.

Un paso decisivo fue la incorporación al Movimiento 26 de Julio en 1955, en Manzanillo. Nunca ocupó cargos directivos.

Ella en esos dominios y Frank País en Santiago de Cuba, fueron los dos pilares fundamentales en el suroriente, de apoyo a las actividades por el desembarco del Granma.

La red fomentada por ambos revolucionarios funcionó de modo eficaz y sostenida en el tiempo, a pesar de los múltiples avatares del desembarco y los bombardeos del Ejército.

Con una laboriosidad de orfebre, mancomunados o no según las circunstancias pero siempre respondiendo al mando único, Celia y Frank País, por entonces jefe nacional de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio, nutrieron las filas de combatientes reclutados por Frank desde varios pueblos de Oriente. Un alijo de armas también iba con ellos.

Con el nombre de Norma –el más usado por ella-, pero también el de Carmen, Liliana, Caridad y Aly, trabajó incansablemente en la preparación de importantes envíos y ayuda a los rebeldes.

Había que tener coraje para cumplir sus objetivos pues se trataba de desafiar a uno de los tiranos más sádicos y sanguinarios que padeció Cuba, quien por entonces enlutaba a la nación con sus asesinatos monstruosos y persecución a los revolucionarios.

Llegó el momento en que debió partir hacia la Sierra Maestra e incorporarse al Ejército Rebelde, muchos eran los riesgos que corría en la ciudad. Lo hizo el 23 de abril de 1957. Ninguna mujer hasta ese momento había dado ese paso.

La primera batalla en que tomó parte fue la de El Uvero, el 28 de mayo de 1957. Sin embargo, resultó un imperativo reforzar el trabajo clandestino en la urbe y pasó de nuevo a la brega, en la base de soporte a la lucha en Manzanillo.

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Con la muerte cruenta y salvaje de Frank País en julio de ese año a manos de esbirros batistianos, se ordenó el retorno de Celia al estado mayor en la Sierra Maestra.

Allí contribuyó a la creación del pelotón de mujeres combatientes Las Marianas, una idea totalmente apoyada por Fidel Castro.

En los días gloriosos del triunfo de la Revolución, ya tenía un sitio como persona de total confianza del máximo líder. Además de haber probado sus evidentes cualidades de combatiente de primera fila y patriota.

No la vieron acomodarse en un sitio tranquilo. Se mantuvo en la brega, como siempre hizo. Cumplió responsabilidades de Secretaria del Consejo de Estado y diputada a la Asamblea Nacional, por Manzanillo. Fue la creadora de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado y miembro del Comité Central del Partido.

Estos compromisos permitieron mostrar, a los que no la conocían, la belleza de un alma fina, creativa, amante de la belleza y la cultura, las virtudes humanas más sencillas y la naturaleza, con una gran sensibilidad ante el drama y el dolor ajeno. Ningún reclamo, queja o insatisfacción que le llegara de cualquier lugar de Cuba le fue indiferente y se ocupaba personalmente por ayudar a mitigarlo o sanarlo. Como se diría ahora, era una obsesiva de lo bien hecho hasta el detalle.

Al principio, cuando todas las instituciones, resortes y mecanismos de justicia estaban por desarrollar, aunque se avanzaba en ellas, mucha gente decía llena de fe y confianza: “Voy a escribirle a Celia”, sabiendo que ella jamás los defraudaría. Y así era.

Alguien tan intenso y generoso alumbra todavía el camino de la Patria, sin embargo, con una luz suave y serena. Por eso no se extingue. Cuba vive con tu memoria, querida Celia. (Tomado de la ACN)

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