
El peligro del totalitarismo: ¿un fenómeno muerto? Gráfica: Frank Arena Bonillo
1984 es una de las obras más conocidas de George Orwell y una de las más sobresalientes de la ficción distópica. En esta se nos presenta a un estado policíaco que reduce a la nada la libertad humana, controlando cada aspecto de la vida: incluido el pensamiento o las relaciones personales.
La novela tiene un basamento muy claro en la realidad experimentada por Orwell años antes de escribirla: La guerra en Europa, los horrores de los regímenes totalitarios en el viejo continente. La humanidad que vivió bajo esa época y aquellas generaciones en las que el recuerdo aún permanecía vivo, no vieron en la novela de Orwell un relato ficcional, sino una realidad posible.
Más de setenta años después, cuando el recuerdo de los tiempos más oscuros de la contemporaneidad apenas forma parte de una historia lejana, el relato pareciera perder lucidez y la realidad orwelliana ser solo posible en el plano ficcional. La humanidad, sin embargo, asiste a una realidad no muy distante de la creada por el novelista británico.
La recolección de datos personales por parte de las plataformas web y redes sociales empodera peligrosamente a compañías tecnológicas de control privado o estatal en el manejo de la información y el conocimiento que se consume, dándoles capacidad suficiente para moldear e incluso determinar el pensamiento de colectividades con mayor eficacia que los métodos ideados por Orwell para su novela. La libertad de pensamiento o de expresión no resulta más que una falacia para la mayoría de la población cuyo estado de opinión es determinado por la hegemonía cultural e informativa que ejercen los grandes medios y plataformas comunicacionales.
No resultan necesarias la coacción y el autoritarismo, basta la banalización de la realidad y la activación de prejuicios y miedos para cohesionar a las masas y sumirlos en la ignorancia de sus más acuciantes problemas. Junto a ello, líderes mesiánicos arrastran a las grandes masas con sus discursos cargados de odio, manipulando la frustración de millones de personas, subordinándolos a través del fanatismo y la apatía política de muchos.
Vivimos en una sociedad que bien pudiera presentarse como una distopía superior a la orwelliana, dadas las formas más sutiles de control. El Gran Hermano de Orwell velaba y reprimía de forma abierta; el nuestro, puede prescindir de ello.
1984 posee un desenlace pesimista: Winston es incapaz de desprenderse del culto al régimen, toda vez que ha olvidado el pasado. De ahí, precisamente, la importancia de la novela. El peligro del totalitarismo no puede ser concebido como un elemento del pasado, un fenómeno muerto. Tal peligro debe ser temido como algo latente, aun cuando se nos presente bajo formas más sutiles.