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Bitácora de un guardabosque cenaguero: De moldear madera a protegerla de las llamas
El endemismo de la Ciénaga de Zapata, la belleza de sus paisajes marinos y terrestres atraen hasta al más frívolo. La naturaleza en todas sus expresiones, seductora en flora y fauna, obliga a visitar el lugar obviando nimiedades como las altas temperaturas del sur o los persistentes insectos que se apoderan del entorno al caer la tarde.
En el mayor humedal cubano cada espacio tiene su encanto y cada área boscosa significa vida en demasía, y eso bien lo sabe Leonardo Milán Escalona, quien ha aprendido a admirar el paisaje, incluso, más allá de los ojos del artista que es, capaz de traducir en pinceladas lo real y maravilloso.
Cuando estudió Artes Plásticas, primero, en la Academia de Arte Raúl Martínez, de Morón y luego en la Vicentina de la Torre, de Camagüey, allá por el 2014, donde esculturas acaparaban sus sueños y proyecciones futuras, jamás pensó verse entre herbazales cenagueros, entre llamas que amenazan con destruir especies, y mucho menos guiando a otros guardabosques y enseñándoles los secretos del fuego.
Con apenas 30 años es el jefe de brigada de incendios del Circuito Ciénaga Occidental y tiene mucha historia por contar, no solo de las que se reducen a cenizas…
ANTES DE LAS LLAMAS
Cuesta imaginarle en algo que no sea la profesión que ejerce. Conoce al dedillo cada tipo de fuegos que golpea la zona y hasta habla con cierto respeto de los soterrados, esos que se mueven de raíz en raíz, de los que no saben mucho quienes viven lejos de la Ciénaga, pero que a los lugareños espanta por lo persistente que pueden ser en el tiempo.
“Me gradué de artes plásticas, soy técnico medio en la especialidad de Escultura”, comenta mientras el rostro devela algo de nostalgia por un pasado que también estuvo matizado por lienzos y acuarelas.
Pero el joven, natural de Bartolomé Masó, provincia de Granma, que se describe solitario y amante del rock, el jazz, la música electrónica y lo mejor del repertorio nacional, posee en el archivo personal, además, un aval de más de un lustro en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
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“En mi tiempo de Servicio Militar me traslado a Matanzas. Mi trayectoria comenzó en el Regimiento Estudio del Ejército Central, como alumno en el curso de Sargento Profesional Instructor, y a los seis meses ya trabajaba en las FAR.
“A golpe de superación ascendí al grado de suboficial en la especialidad de Tanque y Transporte, siendo profesor de Conducción en el simulador de la misma unidad, conocimientos que profundicé durante mi paso por la Escuela Interarmas Antonio Maceo. Fueron algo más de cinco años los que integré las FAR, y luego de licenciarme pasé al Cuerpo de Guardabosques.
“Al principio me chocó. Nunca había visto tantas plagas, ni de mosquitos ni de jejenes, ni siquiera en mis tiempos en el ejército. ¡Todavía me parecen demasiado!”.
VIGÍA DE LA VIDA
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A diferencia de la sede de los guardabosques de Oriente, que está más allá de Cayo Ramona y a la que no resulta tan sencillo acceder, el local del Circuito Ciénaga Occidental está muy cerca del centro de Playa Larga.
“Decidí entrar por mi papá que estaba aquí en el Cuerpo de Guardabosques. Mi abuelo recién había fallecido y mi abuela estaba prácticamente sola, porque mi papá vivía lejos de ella. Aún la cuido.
“Me decido porque me gusta la vida militar, me incentiva. En sus filas he aprendido a apreciar la naturaleza, lo que considero una experiencia única”.
La instalación pudiera camuflarse como una vivienda cualquiera de la zona si no fuera por la alta torre donde pasa sus horas un vigía, binoculares en mano detectando cualquier sesgo de humo, o suceso llamativo por pequeño que sea. Sin embargo, no es el único que vigila y protege. Cuidar el endemismo cenaguero constituye tarea de todos, en especial de quienes integran el Cuerpo.
En la sede también atrae la atención un mural en una de las paredes del frente, que en escala de colores alerta sobre los diferentes grados de peligro de incendio forestal. En el interior hay muchas herramientas, más la mayoría no están ahí, sino en el camión, listas para salir a enfrentar y reducir llamas.
“Desde que comencé he realizado prácticamente todos los trabajos, siempre con el apoyo de mi jefe, que es incondicional. Él y otros excelentes colegas que he tenido me han enseñado todo lo que sé.
“Tenemos tiempos de altas y otros de bajas, en el sentido de lo personal y también de lo profesional. A veces deseamos hacer una cosa y no nos sale, a la hora de enfrentarnos, de actuar, no sabemos cómo hacerlo y eso nos choca. En mi caso, le doy mucho valor a la autopreparación, y considero que debe ser constante.
“Me designaron jefe de brigada de incendio, al inicio sin nombramiento oficial, cuando apenas llevaba un año como guardabosque. Aquí las experiencias han sido múltiples. Una de ellas fue en Supertanquero de Matanzas, donde participé siendo parte de esta brigada”.
No existe un matancero al que no se le entrecorte la respiración cuando se hable del incendio de mayores proporciones del que se tenga registro en tierras yumurinas. Aunque no estuvo batido de tú a tú con las llamaradas gigantes, donde la piel hervía a la par del agua que tocaba las paredes de los tanques en combustión, al granmense ese incendio le marcó.
“Allí no incidimos en lo que era el combate directo, sino las áreas aledañas, los herbazales. De Supertanqueros me llevo las experiencias de los bomberos, quienes perdieron a muchos de sus compañeros, hermanos de trabajo.
“A uno de los jóvenes que estuvo allá le dije: ‘Ustedes realizan un trabajo duro a la hora de apagar incendios’, y me respondió: ‘No, el mérito es de ustedes, porque son los que están dentro del bosque, allí no se sabe de dónde circula el aire, en qué dirección van a salir las llamas. Eso es mucho más difícil que cualquier fuego en una instalación. Lo que tú estás viendo acá (en los Supertanqueros) ocurrió esta vez, pero en muchos años no sucederá algo de tal magnitud. Los incendios forestales son frecuentes en el año; yo no sabría cómo atacarlos. Los guardabosques son los verdaderos valientes’”.
NO TODOS LOS FUEGOS SON IGUALES
Mira que lo repite entre frase y frase, como quien busca nunca confiarse de las rutinas del diarismo: “Incendios difíciles son todos, porque cada uno tiene sus características, aunque los conozcamos y sepamos cómo trabajarlos”, insiste, a la par que asegura que ganar la batalla en mayor o menor tiempo depende de disímiles factores, como las características del terreno y también del clima.
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“El incendio más difícil que he visto fue en la campaña 2020-21, en plena Covid. Se desató en la zona de Las Calabazas, donde estuvimos cerca de tres agotadores meses combatiéndolo sin ver resultados. Hasta que el 4 de abril se formó un mal tiempo, cayó un aguacero y lo sofocó. Al otro día fuimos y quedaban aún focos, y es que hay áreas donde es demasiada la temperatura y el agua se evapora rápido. Nunca podemos decir que está extinguido si paulatinamente no lo vamos controlando.
“Las historias a contar resultan infinitas. Estando en un incendio, mientras hacíamos las trochas para apagarlo, cuando tiramos los tres tramos de manguera y las fuimos a conectar, el aire se viró y quemó prácticamente las tres. Si no nos apuramos hubiera ocurrido lo peor. Hoy constituyen experiencias, con la que aprendimos a ver más las posibilidades que tenemos en las áreas y cómo poder combatir con mayor destreza y menos riesgos los incendios”.
De vez en cuando se quita la gorra y rasca la cabeza, cubierta en extremo por un cabello llamativamente azabache. Ni una cana asoma y ya la experiencia desborda en el joven. Un brillo en la mirada le descubre apasionado por lo que ocupa la mayoría de su tiempo, aunque siempre queda espacio para algo más…
“De mi trayectoria me siento satisfecho, porque además de estar acá como jefe de brigada de incendio del circuito estoy superándome en la universidad. En la actualidad curso la licenciatura en Educación Primaria, pues he descubierto con el transcurso del tiempo que me encanta enseñar. Trato de llevar mi vida personal, la de estudiante y la laboral a la par”.
LOS TIEMPOS DEL ARTE
“En parte sí y en parte no, porque lo desempeño a cada rato. Nunca olvido lo que es pintar, dibujar… Siempre estoy innovando algo, no puedo olvidar lo que soy. Aunque a veces me da tristeza porque sé que hay muchas cosas que puedo hacer y por falta de recursos y de materiales, se me hace un poco difícil el trabajo artístico. De vez en cuando dibujo, hago alguna que otra acuarela. No me dedico a la escultura porque resulta más cara”.
Apenas existe tiempo para la nostalgia por el pincel entre los bosques cenagueros, porque proteger el entorno demanda de una entrega que no da mucho chance para pensar en algo más que estrategias que salvaguarden la vida, sobre todo de enero a mayo, cuando la sequía se vuelve pólvora.
Pero para Leo no se trata de un sacrificio tan grande dedicar horas a su labor; eso sería si no le gustara lo que hace, y a él le encanta.
“¿Sueños por cumplir? ¡Muchos! A seguir superándome, no pretendo un alto cargo en el Cuerpo de Guardabosque, sino a seguir mejorando personal y profesionalmente. Poder compartir mis experiencias con otras personas, ayudar en todo lo que sea necesario. Los golpes nos enseñan cada día más en todos los sentidos. Nada que reprocharle a la vida, en todo caso agradecer sus enseñanzas”.