He sido marcada durante mi vida profesional por tres grandes enfermeras, este es un discurso repetido, lo siento. Para una estudiante ávida de aprender es esencial tener a alguien con ganas de enseñar y hacerlo bien.
Entrar a esos salones era un sueño, un romance; me enamoré del salón a primera vista, era el lugar de la adrenalina, de olvidarte del mundo, de aislarte por horas en una isla donde flotabas de emoción, pero entrar al salón era difícil para una estudiante de medicina de segundo año por las normas y porque para la mayoría es un estorbo, alguien que necesita lazarillo y el tiempo que la dinámica del salón no permite ofrecer.
Marlén me permitió entrar en el salón en todos los sentidos, me dió acceso libre y me protegió de los más severos allanándome el camino. Me enseñó cada punto, cada nudo, con la destreza del mejor cirujano y con la sensibilidad del mejor ser humano. Soy cirujana también, gracias a ella.
Enfermera en sus inicios, luego médico y especialista en Medicina Interna, mi profe Caridad Castañeda, me enseñó de precisión y el sentido de lo justo. Verla en las clínico-patológicas era todo un espectáculo, era mirar hacia el futuro y ambicionar ser como ella; recuerdo su sonrisa cuando la profe Diana daba las conclusiones y había acertado en el diagnóstico que muchos habían fallado, su triunfo era el triunfo de todos sus estudiantes que la observábamos con orgullo de “esa es la mía”.
La profe, aún enferma y desde casa, nos sigue asesorando, escucharla es un aliciente, es sentir ser bebé y dar los primeros pasos y a mamá llamándote y dándote la seguridad que vas a llegar bien a sus brazos, segura.
Martica me cuida, y parece simple, pero el acto de “cuidar” lleva implícito muchas cosas. Ella me sabe leer, sabe cuando no me gusta algo, su café es el que prefiero, ese punto exacto en el que tiene un tin de azúcar pero no pierde el aroma ni el sabor . Martica me malcría mucho, me trae dulce para que engorde, me tiene un sistema de vigilancia montado para saber si almorcé y entra sin permiso medio fiera cuando le “informan” que no.
Ella estuvo en los peores momentos de este hospital a mi lado, y con esa juventud acumulada (porque decir otra cosa y que lo lea es buscarme líos) nunca se fue antes ni se quejó, resistió todas las presiones. Su ética, su liderazgo la distinguen. Martica es mi madre en esta casa grande, parte de las personas que sustentan este trabajo que hacemos a diario.
Si hay algo que necesita vocación es el trabajo de enfermería. No basta con saber inyectar o cómo preparar una bandeja de salón, la enfermería es más que aplicar una técnica, es cuidar de forma integral a cada uno de los pacientes, es acompañar al moribundo o consolar al familiar, es tocar con las manos desnudas, bañar y abrigar a ese viejito sin familia, es proteger a los más vulnerables. No hay trabajo que requiera más responsabilidad, rigor científico y sensibilidad.
Muchas felicidades por su día, aunque la enfermería es un trabajo que debe estimularse a diario, porque son ellas/ellos los que más difícil la tienen, con el 90 por ciento de los procesos hospitalarios sobre sus hombros; para todos mis respetos y mi eterno agradecimiento.
(Por: Dra. Taymí Martínez Naranjo, directora del Hospital Provincial Clínico Quirúrgico Docente Faustino Pérez)
Lea también: