Sabías que estabas jodido, que no ibas a ver la luz del sol hasta que le crecieran pelos a la rana del jardín o a ti en los sobacos, cuando llegabas a la casa y te encontrabas a tu mamá en pose de bailarina española. Colocaba una mano en la cintura y la otra en el aire. La que quedaba libre podía quedarse dando vueltas, como si almacenara energía cinética para el gaznatón que se avecinaba, pero nunca llegaba, o con ella te hacía un gesto —al estilo de Bruce Lee a sus oponentes— que se traducía en «acércate para que sepas lo que es bueno».
Como a las madres no se les huye, porque eso sería igual que darles la espalda y a las madres nunca se les da la espalda, correspondía aproximarse y poner tu mejor cara de «yo no fui», de víctima, del gato de Shrek, lo que pudiera funcionar, a ver si se apiadaba de ti. Podía ser que no te castigaran, pero el regaño, de que iba, iba.
Sin embargo, el regaño cambia según la madre. En ellos se pueden mezclar la guapería, el autoritarismo, la sicología inversa, par de técnicas de interrogadores de la CIA, un folleto de autoayuda, una sentencia judicial, el misticismo de un gurú y el vaticinio del fin del mundo.
A través de las redes sociales, realicé una especie de encuesta para conocer algunos de los más empleados por esas mujeronas que son las madres cubanas, porque para ser madre en Cuba hay que ser una mujerona. También quisiera antes de compartir los resultados de mi indagación, explicar que madre no es solo quien te trae al mundo, como si fueras un paquete de mensajería, sino todas aquellas que fecundan con ternura al indefenso, las que incluso aunque no te hayan llevado en el vientre puedes ir a ocultarte en ellas cuando la tristeza te hace polvo.
Están los regaños de advertencia que vienen a ser como las tarjetas amarillas en el fútbol. Probablemente, no te suceda nada, pero estás bajo vigilancia, así que a la primera falla: ¡Out, y para afuera! Una internauta me respondió que a ella la que le gusta emplear es la del sastre: «Te estoy midiendo y no es pa ropa». Otra, con una expresión más marinera, usa: “Ponte donde el capitán te vea”.
Una colega me puso algo así como: “¡Pórtate bien, si no quieres dormir caliente!, e imagino que dicha calor sea en partes muy específicas del cuerpo donde queden grabadas el diseño de la suela de una chancleta, espero que sean de poliespuma y no plásticas; mas, conociéndola, constituye más amenaza y barullo que otra cosa.
Por ahí también andan las madres que se hallan al día con las 20 temporadas de Vale la pena, y son las que intentan jugar con tus sentimientos de culpabilidad o tratan de hacerte razonar, normalmente, después de que te hablaron por más de media hora del mal que te vas a morir.
Yo, desde chama, siempre le echaba la culpa a algún amigo de las travesuras que se me ocurrían. Ahí venía la vieja con la confiable de: «Si ellos se tiran de un puente, ¿tú te vas a tirar también?”. Una tarde, con 10 u 11 años, me fui a jugar pelota y llegué mojado a la casa, y mentí al contar que nos habíamos bañado en la playa; entonces me lanzaron la clásica. Ese día, realmente, lo que habíamos hecho era saltar de uno de los tantos puentes de Matanzas, la parte abajo del Giratorio, creo, y la idea no fue de nadie más que mía.
Ese tipo de riña son las que cuando terminan de hacerte puré a golpe de verbo, de repente te comentan: «Yo hago esto por tu bien», «Es para que aprendas», «Un día, cuando tengas hijos, lo entenderás». Esos cambios de humor son los que llevan a preguntarte si las madres no tendrán por ahí cierta bipolaridad, cierto desenchuche.
Los peores resultan aquellos que van directo al asunto, que no se pierden en la curva, las tarjetas rojas, la última campanada en el ring de boxeo; donde la madre funciona como policía, juez y verdugo. Ahí están los «El horno no está para galleticas», «Ahora sí te lo buscaste»
Otra internauta compartió conmigo algunas del repertorio de su tía: «Conmigo no hay guayaba verde ni fruta que no madura», «Si a ti te da un ataquito, a mí, un accidente». Al parecer esa última la utilizaba si uno, muy ingenuamente, trataba de defenderse, porque ahí no hay trinchera ni tratado de paz posible.
Hay algunas frases que, según se redacten, pueden ser una amenaza o un acabose. No es igual “Sigue así que vas a saber dónde Puppy va a tocar”, que “Ahora vas a saber dónde Puppy va a tocar”. Yo, realmente, al final, todavía no sé dónde el difunto Puppy se iba a presentar, pero parece que el concierto iba a estar por todo lo alto y uno, pegadito a la tarima.
Hay otras madres que no recurren a estas artimañas o técnicas. No obstante, la crianza no resulta una tarea ni pequeña ni fácil. Algunos de nosotros somos o fuimos de ampanga, y nos llevamos más reprimendas que una colcha de trapear. Por ello, felicidades a esas que nunca se tiraron de un puente, las que fueron a los conciertos de Puppy, las que te conocen como si te hubieran parido, las que, por encima de todo, buscan tu bienestar. ¡Felicidades, peleonas y peleadoras!
(Ilustración: Carlos Daniel Hernández León)
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