Crónica de domingo: El modo avión

A veces activo el modo avión. Creo que a todos nos sucede cuando las señales escasean o cuando las coberturas y los lugares para ponernos a cubierto se extravían. En ese momento la huida parece opción plausible y me pregunto a qué olerán las blancas salas de espera de los aeropuertos. 

Entonces, quisiera colocar mayor distancia del huevo como plato fuerte, del café de 10 pesos que sabe al crudo nacional que aún no aparece en tal abundancia que nos salve, de la fila para comprar el detergente que no limpiará tanta basura de la ciudad. 

Cuando me siento así, como si por la molestia fuera a despegar al igual que un cohete, enciendo el móvil y levanto la mirada hacia el cielo en espera de un rayón blanco como un augurio. 

En el menú de acceso rápido del teléfono busco el símbolo con forma de un Boeing estilizado para salirme de todo, incluso de mí. Casi siempre lo encuentro al lado del botón de la linterna, el mismo que apretaré cuando necesito hallar mis chancletas en el cuarto oscuro. Sin fluido eléctrico la conexión a Internet muere y opto por el modo avión a ver si resucita. 

Recurro a él cuando entro a antiguas casas coloniales que han transformado en solares en que todos comparten un solo baño, y donde las gruesas y derruidas paredes interrumpen las transmisiones de Etecsa. Lo enciendo uno o dos minutos y luego lo quito, hasta que reaparezca en el extremo superior de la pantalla el símbolo de la 4G, hasta que se me va la sensación de olvido. 

También me sucede al visitar apartados bateyes o contemplar extensos campos y preguntarme hace cuánto no bebo un jugo de naranja. Sé que la señal no regresará hasta que el carro no alcance algún pueblo más grande y ahí pueda mandarle un whatsapp a alguien y compartir el bajón, porque creo que, si lo reparto, le tocará menos a cada uno, me tocará menos a mí. 

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Ilustración: Dyan Barceló 

Sin embargo, el modo avión me dura solo algunos minutos. Luego busco en el teléfono el botón con el Boeing para desactivarlo y recupero la cobertura, lo que no significa que me sienta a cubierto. Mi proyecto de vida, por el momento, no anda por ahí. No obstante, respeto a todos los que han decidido partir o esperan por partir; aunque yo piense permanecer, porque no me concibo en otro sitio, tal vez por sentimental, tal vez porque quiero dar testimonio, o mis metas personales se restringen a estos paralelos. 

Muchos amigos se hallan así. Aguardan a que les avisen que el Parole se hizo efectivo y cuentan los días y te dicen que está al llegarles y deben zanjar todos los asuntos terrenales y espirituales con la Isla. Otros andan en líos de la ciudadanía española y exploran los escaparates de los abuelos para ver si al lado de las guayaberas están las actas de bautismos que se trajeron al emigrar hacia Cuba de antiguas iglesias de Galicia y Tenerife. 

Sé que solo los más cercanos me llamarán para avisarme, tal vez para invitarme a un último trago que terminará con un abrazo y un ¡Cuídate, cabrón! De los otros me enteraré cuando no los halle en las mismas paradas o en ropa de andar en la bodega con su jaba de tela para el pan, cuando en whatsapp me aparezca que no sé quién cambió su número. 

Entiendo, incluso, algunos desesperos. Más de uno anda con el corazón rajado en dos, como si en ciertas postales contra el mal de ojo el puñal hubiera terminado de dar el tajazo. Ha sucedido después de tantas despedidas entre el hijo que ya no entra en la cocina para robar unos chatinos recién salidos de la manteca y la madre que lo regaña, pero siempre fríe de más, porque se conoce de memoria esas viejas mañas de su niño; entre amantes que han comprendido después de 20 videollamadas que los píxeles no se parecen en nada a la carne; entre padrinos y ahijados, donde los primeros les recuerdan a los segundos que los santos los acompañarán a donde vayan, no dentro de sus maletas, sino dentro de ellos. 

Sin embargo, los desesperos no pueden conducir a la locura, a tomar decisiones apresuradas, a que la huida se convierta en el único propósito, incluso por encima de la propia seguridad o de las soledades que se crean al partir. A veces esas no las alivian ningún paquete de café La Llave o un televisor plasma o un celular nuevo con tecnología 5G.

Sé que de vez en cuando las circunstancias provocarán que saque el teléfono y encienda el modo avión. No resultan tiempos fáciles, pero ello no significa que las distancias geográficas se equiparen a las sentimentales. Todos necesitamos al otro para conectarnos.

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