Al morir en La Habana el 5 de marzo de 1933, el patriota grande que fuera Juan Gualberto Gómez, nacido en Matanzas de un vientre esclavo, dejó una huella profunda en sus compatriotas, no solo como líder independentista, también por su integridad moral y brillantez profesional.
Y quienes buscan marcar limitaciones establecidas por el origen de las personas, han encontrado en él siempre un defensor de los derechos de los negros en una sociedad esclavista y ante mentes carcomidas por los prejuicios raciales, pero nunca a un sectario.
No promovió las separaciones de grupos humanos pues, al ser martiano de pura cepa, entendía que la unidad de todos los cubanos era lo más importante para la causa sagrada de la libertad en pro de la justicia, y así lo demostró en sus acciones y en el ejercicio del periodismo, en el cual fue especial su brillo y ejemplaridad.
Vio la luz el 12 de julio de 1854 ese hombre que en los albores de la Guerra Necesaria organizada por José Martí se ganara el mérito de que el Apóstol lo designara el encargado de los preparativos de la gesta en territorio cubano, labor en la cual Juan Gualberto puso alma, corazón y mucho tiempo de su vida, en medio de un mar de dificultades.
El niño Juan Gualberto había nacido libre debido al sacrificio de sus padres, quienes compraron su derecho a la libertad desde que estaba en el vientre materno, e hiciera escuchar su primer llanto en el ingenio azucarero Vellocino, en la actual provincia de Matanzas.
Y por causas del azar la dueña fue una persona humanitaria, que sentía gran cariño por él y sus honrados padres.
Ello motivó que la señora costeara los estudios primarios del infante y se lo llevara luego junto a sus padres a vivir en la capital, donde veló porque el pequeño siguiera instruyéndose en los colegios accesibles a los de piel negra.
Luego del comienzo en 1868 de la primera guerra emancipadora, en 1869 la familia que los protegía decidió marchar a París, temerosa del avance hacia Occidente de la insurgencia cubana.
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Así fue que en el extranjero tuvo la suerte de continuar los estudios, costeados por su protectora, el adolescente Juan Gualberto, quien alternaba cursos académicos nocturnos con el aprendizaje del oficio de carruajería de día.
No perdió el tiempo el enfocado e inteligente criollo, pues perseguía forjarse una cultura sólida, principista, que bebía de las mejores y más elevadas fuentes universales.
Cuando en 1878, retorna a su tierra de origen, coincide con José Martí en un viaje que el futuro Apóstol de la independencia cubana hacía de incógnito, pues vivía en el extranjero como desterrado.
Allí nació, en plena juventud fogosa de ambos, la amistad que los uniría por toda la existencia, hasta el deceso del Maestro, a cuyos postulados Juan Gualberto fue devoto.
Entre ellos corría una simpatía y la avenencia de apariencia muy natural, propia de los seres humanistas y cultos, coincidentes en muchos principios.
Por el año en que se conocieron la Guerra de los Diez Años había finalizado con el innoble Pacto del Zanjón, al que se opusieron patriotas de la talla de Antonio Maceo y muchos seguidores, mediante la Protesta de Baraguá.
En 1879 Juan Gualberto, afín como era a lo mejor del pensamiento patriótico, fue deportado a España al descubrirse sus vínculos con los conspiradores de la Guerra Chiquita.
Hasta 1890 no se dan las condiciones para regresar a la Patria cautiva y desde allí se dedica a estrechar sus lazos con José Martí, quien desde el exilio, organizaba con abnegación la última campaña liberadora.
El alzamiento del 24 de febrero de 1895, pese a los esfuerzos de Juan Gualberto en toda Cuba y en el Occidente, en Matanzas resultó un fracaso. No así en el Oriente, donde operaba con las últimas fuerzas físicas el abnegado Guillermón Moncada.
Su implicación directa en la insurgencia lo hace caer en prisión y resultó deportado nuevamente.
Con el fin del dominio español en Cuba en 1898, catapultado por la intervención militar de Estados Unidos, viaja a la nación norteña, donde cooperó con el Partido Revolucionario Cubano y ese mismo año regresa a la Patria ya de manera definitiva.
Después de la intervención estadounidense que frustró la independencia cubana, su prestigio innegable hizo que lo eligieran delegado a la Asamblea de Representantes de la Revolución Cubana, abierta el 24 de octubre de 1898.
El 15 de septiembre de 1900 Juan Gualberto resultó electo delegado, por Oriente, a la Asamblea Constituyente, en la cual combatió a la Enmienda Platt.
Fue descollante su hoja de servicios en el periodismo, pues siempre buscó tiempo para ejercerlo de manera militante, además de ser un incansable organizador de campañas por los derechos de sus hermanos de piel negra y de los mestizos. También era conocido como afilado y culto orador político a favor de toda causa justa.
Luchó por la independencia, la igualdad de todos los seres humanos y, además, se le vio entre las filas de los primeros antiimperialistas, cuando sus principios se opusieron a la imposición de la Enmienda Platt y los designios en torno a la Isla traídos por la intervención de la potencia.
Como martiano se identificaba con el ideal de construir una república soberana “con todos y para el bien de todos”.