Crónica de Domingo: Las canciones de los buenos borrachos

Están ahí los amigos de Pancho, los que se fueron al Kurdistán de paseo y no quieren regresar, los empinadores del codo –los que le entran con los codos a la vida cuando esta viene fuerte–, los chupadores del rabo de la jutía. La noche es larga y joven. El dominó quedó ahí, pendiente, con las fichas en las tablas y un doble seis de salida que nadie mató, porque la misma pareja lleva 10 datas seguidas sin levantarse de la mesa y los otros se cansaron de perder tanto. 

Un bafle en una esquina del patio reproduce música incidental. No importa qué suene. Los Bee Gees. Joan Manuel Serrat. La Bichota. La Filarmónica de Berlín. La idea no es la música en sí, sino evitar el silencio. En una descarga todo resulta perdonable menos el silencio.  

Un ángel que vuela en zigzag, como medio ido, pasa por la fiesta. La gente anda cabizbaja, perdida dentro de sí misma. Estamos en el momento en que el alcohol se te sube para la cabeza. Puede empezar a brotarte por los oídos como si fueras una fuente. Con él arriban todos esos pensamientos difíciles que, normalmente, le huyes: la inmensidad de los colchones vacíos, la pequeñez del hombre frente al olvido, la imposibilidad de rebobinar el tiempo como un VCR. Ha llegado la hora de la marcha unida y del ataque de tarros. 

Alguien, tú o el otro, se molesta: “¿Qué es esto, una fiesta o un velorio?”. Toma la iniciativa. Va y se apropia de la música. Basta ya de las caras largas. Ellos son los amigos de Pancho, los beodos, los limpia-piscinas, los que no se van hasta que se exprima la última gota de la botella y cuando escapen de esta madrugada les espera el plomo de los días, la bancarización, el forrajeo, el calor del octavo círculo del infierno. 

“Yo sé que estoy afuera, pero el día en que me muera vas a tener que llorar y llorar”, se escucha en el bafle. Llegó la hora de la marcha unida y del ataque de tarros y, si nos vamos a atacar, entonces hagámoslo bien. Llegó la hora de las canciones de los buenos borrachos. El Rey nunca falla. Mientras dure el tema no importa lo pasmado que estés de amores o de soledades o de billetes de mártires tropicales o presidentes del Norte: mientras dure la canción tú serás el rey, de los países ficticios de la alcoholemia, pero rey, mi rey, al fin y al cabo. 

Aquellos que les gusta matar la sed a cuartazos, compartir traguitos con los santos y los socios sucios, siempre tienen dos o tres canciones que resultan puntos fijos para los encontronazos a pico de botella. Casi siempre, tal vez porque los borrachos están entre los seres más nostálgicos, son de desamor, loas a las ausencias, rezos por los regresos prontos, conjuraciones a las distancias. En fin, nos ponemos trágicos. 

Quizá porque lo latino nos sale por los poros y nos cuesta querer a medias o sentir a medias u olvidamos cargar con los salvavidas cuando armamos una tormenta en un vaso de agua, no puede faltar en la lista de reproducción tu José José, porque en ese momento el Triste somos todos o todos pensamos que éramos gavilanes y de repente chocamos que no, que más bien somos mansa paloma. 

Puede ser cualquier sencillo así, bien bien atacado, que nos diga que el amor todo lo puede, y como todo lo puede, también puede aplastarte. No importa que seas bufandero, freaky, raftafari, hippie, repartero, Mickey, terraplanista: sabes que vas a caer.  

Uno de esos socios sucios y yo compartíamos una canción, la del gato triste y azul, de Roberto Carlos, otro dramón musical pero que cuando se oye en el momento indicado te parte el alma como un rayo triste y azul. El amigo se fue y ahora cuando escucho “…ella no va a regresar a casa nunca más” (aunque el que no va a regresar es él) lo recuerdo y brindo yo solito por los que no están.  

Todas las canciones de los buenos borrachos no tienen que ser ataques de tarro, pero sí hay cierta debilidad por estas. Recuerdo al piquete de Mario Conde en los libros de Padura y cómo se enternecían con las baladas de Creedence Clearwater Revival, porque John Fogerty “canta como Dios”. El solo de guitarra de November rain, para los que le metan al rock, le saca los sentimientos a una piedra de río y así.

Quizás estás para una talla más intelectual, más profunda, e invocas a Silvio y te destroza cuando canta “la cobardía es asunto de hombres, no de los amantes”, o Noel que perdona todo, menos que lo hayan besado. O quizá estés para, sencillamente, disfrutar y dejarte llevar muy fula por la nostalgia, y te echas un combo de reguetón viejo como los que no se bailan hace tiempo: Tego Calderón, el Clan 537, Pesadilla, Wisin y Yandel en el tiempo de los Vaqueros. Lo que se te ocurra mientras te funcione. En el piquete mío éramos enfermos a Tu mirada, de Alexander Abreu, Leoni Torres y Kelvis Ochoa, y ver a cinco o seis machos patones intentando bailarla era todo un espectáculo. 

Hay muchas canciones de los buenos borrachos, tantas como buenos borrachos haya. Déjate llevar, que la música tiene esos poderes, el de sacarte lo que llevas por dentro y que no acostumbras a mostrar y el de darle patadas a las latas de la noche cuando el hueso ronda. Comparte con nosotros cuáles son las tuyas… (Aquí iría ahora un emoji que te guiña un ojo para que te sientas en confianza, así que tú sabes). 

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1 Comment

  1. Estimado Guille:
    Como dijo el gran filósofo vital Pantera «Quien no ha estado borracho, no sabe lo que es la vida». Como recuentas, hay un tema que nunca falta en estos encuentros, la música del país azteca, sobre todo la de los tipos «que tuvieron un chorro de voz», pasa por cerca de alguno de estas «tertulias» y vas a oir lo mismo a Jorge Negrete que a Pedro Infante, a José Alfredo Jiménez o a Vicente Fernández, y que decir de las damas de la música de ese hermano país, una respuesta de una fémina al «ataque de tarros» de su ex ,recordaba a Paquita la del barrio y su «Rata de dos patas». Pero hay otro tema recurrente, que no mencionaste, el de los bolerones, el filin y los amores y desamores, no puede faltar, no faltan, la copa rota, el preso no 9 y el del Sing Sing, la experiencia que solo se adquiere en la calle, por bares y cantinas y el recuerdo a los amores imposibles, además, que en tiempos de alumbrones, estos encuentros se amenizan con guitarras, quizás algo desafinadas, mucho menos que las voces cantoras, pero que han visto más alcohol que la ronera Yucayo.

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