Este 17 de agosto los cubanos entonarán con más vehemencia y amor el canto patrio en homenaje a Pedro Felipe Figueredo Cisneros, el inefable Perucho Figueredo, muerto por fusilamiento en Santiago de Cuba, en 1870 y un día como ese, de los albores de la primera campaña independentista.
Desde siempre la gloria le pertenece al ser el autor del Himno Nacional, el cual creó vinculado desde la médula al proceso emancipador cubano, del cual fue una de las figuras principales junto al iniciador Carlos Manuel de Céspedes, en los preparativos de lo que sería la Guerra de los 10 Años.
La historiografía nacional y sus compatriotas, hoy buscan reverenciarlo más allá del canto inspirador que lo define, pues es más justo y hermoso admirar en su integralidad a aquel hijo del Bayamo beligerante y legendario, nacido el 18 de febrero de 1818.
Sobre el infausto suceso de su muerte, el periódico independentista El Demócrata, editado en Nueva York, en su número de primero de septiembre de 1870, reproduce un artículo que bajo el nombre insigne del héroe aporta datos reveladores de su suplicio.
Esa información, obtenida sorprendentemente de la prensa española en la Isla a partir de sujetos presentes en los hechos, no pudo impedir hacer justicia de alguna manera a la grandeza del prócer, Mayor General del Ejército Libertador, en su hora final.
Aparte de los consabidos vituperios se incluyeron descripciones precisas, reveladoras de la enorme dignidad y firmeza del hombre que había sido capturado el 12 de agosto de 1870 en un bohío (rancho humilde) de la manigua redentora, postrado por una grave fiebre tifoidea, en compañía de los también generales libertadores Rodrigo e Ignacio Tamayo, padre e hijo.
“Pálido y lánguido -describen a Perucho apuntes sobre el juicio sumario que lo condenó a muerte-, y con una espesa barba canosa, el célebre prohombre de la revolución de Bayamo conserva todavía en su rostro, a pesar de sus profundas dolencias, ocasionadas sin duda por las privaciones y penalidades que ha debido experimentar en la vida accidentada de los campamentos, facciones distinguidas”
Prosigue el cronista: “Frente elevada y ancha, nariz aguileña, mirada penetrante e inteligente, elevada estatura; todo demuestra en el jefe insurrecto que era persona importante antes y después de la revolución de Yara, y que por sus cualidades personales y por el elevado puesto que ocupaba entre los latrofacciosos ha debido ejercer grande influjo” (…)
Y esa fue la majestad moral que alcanzaron ver en Perucho Figueredo sus martirizadores, a pesar de que debieron sostenerlo dos sirvientes de la cárcel para ser llevado al proceso, tan enfermo estaba.
Allí, Perucho pidió sin cortapisas al acusador abreviar el juicio, pues estaba consciente de lo que le esperaba en su condición de abogado y añadió una frase lapidaria que puede resumirse en: No crean que han triunfado. A pesar de todo, Cuba está perdida para España.
Cuando fue llevado al paredón, al día siguiente, junto a los Tamayo, se supo también por reportes de la prensa que el redentor vestía un pantalón de dril crudo, camisa desaliñada, calcetines y unos zapatos viejos que cubrían sus pies ulcerados, en el más deplorable estado de desaseo.
Continuó el escarnio al ser conducidos en burros al cadalso, ante la imposibilidad de caminar de los tres prisioneros, en el caso de los otros dos por las consecuencias de los maltratos y el agotamiento.
Aquel pelotón de fusilamiento fue todo un macabro espectáculo formado por miembros del primero y segundo batallones de voluntarios, con sus respectivas bandas de música, una compañía de bomberos, el escuadrón de voluntarios de caballería y una sección de la misma arma del ejército.
Sin embargo, los presentes vieron al músico patriota y sublime mantenerse sereno, con gran presencia de ánimo y dicen que alcanzó a exclamar: “Que morir por la Patria es vivir”, truncado por la descarga.
Su cadáver fue enterrado en una fosa común del cementero de Santa Ifigenia, en un lugar desconocido, por lo cual sus restos nunca fueron localizados.
Desde hace mucho tiempo se hizo sagrada la tradición de homenajearlo simbólicamente en el panteón de los Mártires del Virginius, algo que recientemente ha pasado al Mausoleo edificado en su honor en el camposanto de Santiago de Cuba.
Ahora más que nunca se manifiesta la reverencia al patriota entero que fuera el abogado Pedro Figueredo.
Ese cubano, nacido en cuna de abolengo en la ciudad oriental de Bayamo, había sido fiel amigo de la niñez y juventud, y compañero de estudios de quien fuera el iniciador del alzamiento emancipador del 10 de octubre de 1868.
Junto al impetuoso Céspedes, con un alma moldeada por el arte, las letras, la cultura humanística e ideas políticas muy liberales, ambos estudiaron la instrucción media y universitaria, primero en La Habana, y luego en España, para hacerse con los títulos de Abogados del Reino, que solo se podía alcanzar en la metrópoli.
Muchos años más tarde, de retorno a la tierra que ya concebían como Patria y radicados allí, Perucho decidió no ejercer la abogacía, en rechazo a la corrupción y abusos jurídicos imperantes, y se dedica a impulsar la economía familiar, al frente de un ingenio azucarero en Las Mangas, al cual dotó con avances tecnológicos.
La causa de la independencia, antes en ciernes, pasó a un primer plano y a partir de 1851, Junto a Céspedes y otros prohombres como Francisco Vicente Aguilera y Francisco Maceo Osorio fundan primero la Sociedad Filarmónica y luego el Comité Revolucionario de Bayamo.
Por lo tanto, Perucho Figueredo siempre estuvo en el vórtice de la actividad revolucionaria de la cuna de la nacionalidad y cumplió actividades organizativas muy importantes.
Una característica de ese raigal movimiento patriótico es que se desarrolló con vínculos muy fuertes con las actividades artísticas y de la cultura.
Figueredo y Céspedes brillaron desde su juventud por su amor a la música, la poesía, al teatro, las tertulias literarias. Eran educados, gentiles, elegantes, hombres de bien, con proverbial la firmeza de sus principios y la rotundez de su voluntad a favor de la independencia total de la Isla.
Perucho creó la música del Himno Nacional la noche tormentosa del 13 de agosto de 1867, tras la reunión constitutiva de la Junta o Comité Revolucionario e Bayamo, en su casa.
La consagración sublime del Himno, llamado primero La Bayamesa, llegó ese mismo año, el 20 de octubre, el día de la toma victoriosa de la ciudad por las tropas mambisas.
El patricio ocupó puestos muy importantes en el Estado Mayor del Ejército Libertador y estuvo en el centro de las actividades de la capital de la República en Armas, hasta el 12 de enero en que se produjo su caída y retoma del dominio por la metrópoli.
Tras un intenso peregrinar con su familia y muchas veces sin ella, por lugares intrincados de la serranía y montes, es capturado y condenado a muerte. Nadie lo siente ausente hoy: Morir por la Patria es vivir.